CÓRDOBA / Colores fuertes a orillas del Rin
Córdoba. Gran Teatro. 2-VI-2022. Orquesta de Córdoba. Director: Juan Carlos Lomónaco. Obras de Mozart y Schumann.
Afronta la Orquesta de Córdoba el tramo final de una temporada de abono para el recuerdo por el trance de paso hacia nuevos derroteros en materia de ambición y exigencia artística que ha significado. Y, antes de la fiesta de músicas latinas que la orquesta y su titular han preparado como colofón y cierre a mitad de junio, se ofrecía un programa de gran ortodoxia para cualquier sala de conciertos, de los que solazan al público mayoritario, la Sinfonía nº 25 en Sol menor K. 183 de Mozart y la Sinfonía nº 3 en Mi bemol mayor, “Renana”, op. 97 de Robert Schumann. Programa muy de director, por tanto, que se tiene que enfrentar a dos obras archiconocidísimas sobre las que es difícil decir algo nuevo. Basta el reto de ponerlas en pie, que emerjan sus personalidades esquivas, sus innumerables pliegues expresivos, sus ambigüedades, como la mejor de las credenciales de la valía de cualquier maestro. Ahí estaba la incógnita.
Sustituía en el último momento el mexicano Juan Carlos Lomónaco, titular actual de la Sinfónica de Yucatán, al indispuesto Guillermo García-Calvo. Lomónaco subió al podio sonriente y agradecido por el calor con el que se le recibió y, acto seguido, marcó fulminantemente el arranque de la sinfonía mozartiana. Desde el Allegro con brio inicial, fue una lectura directa, atosigante en su férreo control de la velocidad, sin caídas de tensión, como si una corriente eléctrica la recorriera de principio a fin. Tanta fuerza hizo que viéramos sacrificado el misterio en pos del drama, el tornasolado juego de luces, las medias tintas esquivas, tan mozartianas, por una iluminación cortante. En el Andante se obtuvieron bellos efectos tímbricos de los fagotes doblando a la cuerda y en el ominoso Menuetto se acentuó el contraste con un curvilíneo y bien llevado Trio para lucimiento aquí de los oboes. El Allegro final discurrió en la misma línea. Opción plausible y excitante en todo caso.
Con Schumann, tanta intensidad tenía que provocar irremediablemente la saturación de los colores. Ninguna obra del músico sajón es tan profundamente pictórica y paisajística como la Sinfonía Renana, una música que parece expresar en sonidos los abigarrados paisajes del Romanticismo, sus cielos abiertos cuajados de nubes, su naturaleza exuberante en cuyas zonas de sombra parece habitar lo maldito. La intensidad y el volumen conseguidos en el Lebhaft y el Scherzo deconstruyó la sonoridad schumanniana llena de inflexiones y agitación rítmica a la que estamos acostumbrados. Al Nicht schnell le faltó la delicadeza y sentido de lo atmosférico que le otorgan plenamente el carácter de lo que es, un interludio íntimo. El Feierlich fue severo y rápido. El Lebhaft final pasó como una exhalación, con un fugatto muy bien resulto antes de una coda que hubiéramos deseado menos apresurada.
Mención final para la Orquesta de Córdoba, que se presentó en óptimo estado de forma. Meritorio trabajo el de los primeros violines, oídos por primera vez, y ya es decir en el Gran Teatro, en todas sus intervenciones de principio a fin del concierto. Esta circunstancia, que alguna vez leí era una de las obsesiones del rumano Celibidache, confirió a la orquesta un cuerpo sonoro más robusto y equilibrado. Quedan ya la fiesta final y la presentación de la próxima temporada que estrena nueva gerencia. Esperamos alguna sorpresa…
C. Crespo García
(Foto: Paco Casado)