CÓRDOBA / Carlos Mena, el arte del buen respirar
Córdoba. Gran Teatro. 29-IV-2021. Jone Martínez, soprano. Carlos Mena, contratenor. Orquesta de Córdoba. Dirección: Carlos Mena. Obras de Kodály, Grieg, Vaughan Williams y Pergolesi.
Un programa lleno de obras raras y exquisitas, voces que se revelaron de categoría, orquesta trabajada y entregadísima, transmitiendo seguridad y musicalidad a partes iguales, y al frente de todo, un músico de prestigio internacional, serio y riguroso, que venía a presentar sus credenciales como director, Carlos Mena. Resultado: un triunfo.
Concierto a concierto, el público cordobés se está instalando en una rutina (¡gloriosa rutina!) de programas y artistas invitados de enorme calidad, cuyo reflejo más inmediato es la notable mejora técnica de la Orquesta de Córdoba, y que habla del excelente trabajo que se viene desarrollando tanto desde la gerencia de la orquesta como por su actual director titular, Carlos Domínguez Nieto. De esta forma, por Córdoba han pasado en los últimos tres meses, a modo de ejemplo, Oksana Lyniv, futura debutante en Bayreuth este año, el violonchelista Jean-Guihem Queyras (inolvidables Siete Palabras de Sofia Gubaidulina) o ahora el contratenor Carlos Mena, que recalaba en la doble función de vocalista, faceta conocida, y director, faceta desconocida.
¿Y cómo lo hizo? Conjeturamos que el secreto del éxito cosechado pueda estar en la respiración. Me explico. Se sabe que los viejos maestros (Böhm, Karajan, Giulini, Kleiber…) se emplearon a fondo en los fosos operísticos en sus años de formación. Inevitablemente aprendían allí el arte de acompañar la respiración del cantante, un conocimiento sumamente útil cuando se aplica a los instrumentistas de la orquesta. Respirar en música es disponer del tiempo necesario para atacar de manera adecuada, técnica y expresivamente, la entrada. Cuando la orquesta, o las voces, respiran, todo adquiere una forma natural y fluida.
Mena guio todo el concierto con una dirección, diríamos, amorosa y, sobre todo, atenta a la respiración necesaria, destacando expresividad, ritmo e intensidades por encima del análisis sonoro. Otra cosa es que la orquesta, por calidad, alcanzara una transparencia inusitada, con unas cuerdas que seguramente dieron su concierto de la temporada, pese a la aspereza acústica del Gran Teatro, que en nada ayuda.
A una atmosférica Tarde de verano, obra de juventud (1906) de Zoltán Kodály, trasunto húngaro del fauno debussyano, siguieron tres bellísimas canciones orquestales de Grieg donde dimos cuenta de la musicalidad y los excelentes mimbres líricos de la joven soprano Jone Martínez. A una Canción de Solvej suficientemente nostágica, siguió una Våren afirmativa y esperanzada y remató con una evocadora Desde el monte Pincio.
Después, Mena cantó exquisitamente la folk song Dives and Lazarus acompañado solo por el arpa, para, acto seguido, acometer las cinco variaciones para orquesta de cuerda y arpa compuestas en 1939 por Vaughan Williams con una elegancia y emoción que comenzó a encender al público. Con el célebre Stabat Mater de Pergolesi culminó el programa en todos los sentidos, temporal y cualitativamente. Articulación informada ma non troppo, Número a número, Martínez y Mena nos mostraron las riquezas melódicas y armónicas que encierra la obra. Destacamos el doloroso inicio, el lacerante Cujus Animam, la arrebatada la fuga a duo del Fac ut ardeat cor meum, el tratamiento plástico que Mena dio al acompañamiento del Fac ut portem o el fúnebre Quando corpus morietur final, que, en forma y desolación, nos presagiaba el paisaje de otra obra mortuoria del futuro, el Requiem de Mozart.
El público ovacionó en pie a orquesta y solistas desde el acorde final del concierto. Del Gran Teatro salimos en una nube, pensando en lo vivido y diciéndonos a nosotros mismos un remedo de aquellas misteriosas palabras beethovenianas: «¡así deben ser! ¡Así deben ser!» El triunfo del arte del buen respirar.
C. Crespo García
(Foto: Paco Casado)