Construir, no tapar goteras

Sentados en una de las primeras filas del Auditorio Cicus, de la Universidad de Sevilla, un matrimonio de venerable edad escuchaba atentamente el 21 de noviembre del pasado año el concierto que el conjunto Vertixe Sonora, en formación de cuarteto de cuerdas, ofrecía. Un programa centrado en obras de creación actual rabiosamente exigente (y que comentamos aquí). Al término del mismo, que oyeron con claro interés y predisposición respondiendo con cálidos aplausos, se dirigieron a uno de los compositores presentes en la sala, Alberto Carretero, para felicitarle por el estreno protagonizado. Por circunstancias, quien estas líneas escribe pudo mantener un rato de conversación con ellos.
Argentinos radicados en Bremen (Alemania), de turismo por unos días en Sevilla. Agenda cultural de la ciudad mediante dieron con la posibilidad de asistir a este concierto. “Somos simples aficionados que llevamos toda la vida escuchando a los clásicos. Nos interesa también la música que hoy se está haciendo y no sabíamos que en España se diera también este tipo de obras”. Silencio súbito, algunos argumentos balbuceantes después… “Realmente solo conocemos a Falla pero no sabíamos de quienes le siguieron”.
La anécdota, todo lo didáctica que se quiera, lleva indefectiblemente a una reflexión sobre la imagen musical que proyectamos. Una fotografía que, a estas alturas, tiene todavía más de postal de tienda de recuerdos que de honesta realidad. No exportamos a nuestros compositores y todo lo que, en ese sentido se haga, abunda más en una declaración de voluntad que de éxito constatable. Sucede igual con los ciclos y festivales temáticos diseminados por España; todos ellos se mueven entre la supervivencia y la resistencia, con períodos de mayor o menor bonanza, pero con raíces no deseadas en las trincheras.
Es en este contexto como las funciones que estas semanas han tenido lugar del Abrecartas, estreno absoluto (triste y, evitablemente, póstumo) de Luis de Pablo en el Teatro Real de Madrid han visto como una anomalía, una de las que acaecen de vez en cuando. Un fallo del sistema, un bug, para el abonado refractario a la música actual, y una pica en Flandes para el aficionado a los discursos de la contemporaneidad. Un cubrir el expediente cuya congratulación por su éxito no impide que demandemos una política cultural de altura en el sentido que nos ocupa. ¿Quiénes son los próximos receptores de encargos del Teatro Real? (al que, solo puntual y casualmente, hemos tomado como rehén en estas líneas, aplíquese a cualquier teatro) Desconocemos la respuesta y, en todo caso, de tenerla sobre la mesa esta siempre estará bajo la sospecha de ser más una cuota que una apuesta razonada por hilar, por armar, una historia de la música que deje de hurtar de una vez por todas una parte fundamental de la misma.
Quizá para que esta sensación amaine debemos seguir esperando la gozosa venida de un ministro de cultura que resucite la posibilidad de un festival de música contemporánea (reivindiquemos el término, perdamos el miedo a la palabra que, aquí y en otros confines, mejor define a la música que nos ocupa) que sirva de catalizador y gran escaparate hacia dentro y hacia fuera de lo que hacen nuestros compositores y la miríada de formaciones y músicos especializados en este repertorio que hay en España. Como se aprecia, esta bitácora que se abre bajo la cinéfila advocación de Tiempos modernos, también se redactará, en múltiples ocasiones, desde la renuencia a aceptar una realidad musical patria tan llena de goteras.
Ismael G. Cabral
1 comentario para “Construir, no tapar goteras”
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