Concierto de Año Nuevo: disfrutando con Nelsons
Viena. Musikverein. 1-I-2020. Orquesta Filarmónica de Viena. Director: Andris Nelsons. Coreografía: José Carlos Martínez. Realización TV: Michael Beyer. Obras de Ziehrer, Josef Strauss, Johann Strauss padre, Johann Strauss hijo, Eduard Strauss, Suppé, Hellmesberger, Lumbye y Beethoven.
Es difícil que un concierto tan popular, difundido y mediático como el de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena deje satisfecho a todo el mundo. El evento, nacido en 1939 y con el único paréntesis de 1941 en que no se celebró, tiene cumplidos 80 años y la curva de crecimiento de su impacto mediático ha adquirido una pendiente acusada desde mediados de los 80 hasta ahora. El comentarista de TVE, Martín Llade, estimaba hoy la audiencia en más de 55 millones de personas, de las que alrededor de 3 millones serían de nuestro país (supongo que tienen datos más o menos oficiales, aunque a mí esos tres millones, teniendo en cuenta los estándares de nuestra piel de toro, me parecen algo optimistas). Cuando el público, en cantidad y calidad, es tan diverso, conseguir la satisfacción general es complicado. Apenas termina el concierto y ya empieza uno a leer de todo. Que si no gusta el traje del director, que si no gusta el gesto, que si siempre estamos con lo mismo (y eso que hoy nueve de las dieceseis obras eran novedad absoluta en el programa), que si demasiadas novedades…
Quien esto firma, como ya señalé en el “previo” correspondiente para Scherzo, piensa que la Filarmónica de Viena en este repertorio, en esa sala y con un director de entidad, constituyen un trío de lujo difícil de igualar. Y pienso también que hay que despojar al concierto de las materias ajenas a lo propiamente musical, para apreciar y disfrutar su esencia. Por supuesto, la cosa no es para aquellos que, simplemente, no gustan de este repertorio. Pero sería medicina harto aconsejable, para aquellos que sí lo aprecian, que aprendan a disfrutar de las interpretaciones de calidad, y hoy las hubo en cantidad, antes de echar mano del socorrido, aunque bastante inútil, y creo también que bastante injusto, recurso al añoro de grandes momentos del pasado, llámense estos Carlos Kleiber (sin duda en una liga aparte), Herbert von Karajan, Nikolaus Harnoncourt, Mariss Jansons o Christian Thielemann, por mencionar solo algunos de los que, en mi modesta opinión, han contribuido con mayor nivel a la memoria del Concierto de Año Nuevo vienés.
Sin duda, y valga la irónica expresión, la Sinfónica de Boston y la Gewandhaus de Leipzig no andaban tocando el violón cuando eligieron al letón Andris Nelsons (Riga, 1978), como titular. Nelsons es un gran maestro, claro, musical, sensible, preciso y atento. Su mirada dice multitud de cosas mientras vuela a toda velocidad de una a otra familia orquestal, y sus manos dibujan líneas de canto y expresión con la misma claridad y exactitud con la que marcan, cuando se requiere, la indicación correspondiente de compás o las entradas. En más de una ocasión sus manos dibujaron arcos amplios de evidente contenido expresivo, más allá del compás, muy en la línea de lo que hacía, de forma incomparable, su admirado Kleiber. Pero el letón, además de contagiar energía, entusiasmo, sabor danzable y elegancia, supo manejar el rubato de manera exquisita. Maravilla siempre la Filarmónica de Viena en su totalidad, y especialmente su cuerda, Pero Nelsons estuvo particularmente afortunado, tal vez ayudado por un lenguaje corporal nunca agresivo, en extraer la mejor ligereza de los arcos vieneses, ya muy evidente en la polca “Fiesta de las Flores” o en el exquisito y refinado vals “Donde florecen los limoneros”, ambos de Johann Strauss hijo. Nunca perdió de vista el carácter festivo del concierto y de la música que lo compone, y por eso en sus interpretaciones hubo vitalidad y luminosidad, ya desde la polca “De golpe y porrazo” de Eduard Strauss, electrizante, con una pasmosa demostración de empaste y belleza de la cuerda vienesa. Los espectadores televisivos disfrutamos en el descanso de un notable documental sobre Beethoven debido a Georg Riha, en el que recorrimos marcos diversos ligados al gran sordo, entre ellos el Theater an der Wien, donde se estrenaron tantas obras suyas, incluyendo “Fidelio”.
Los filarmónicos vieneses se lucieron en el mismo con varias obras camerísticas de Beethoven, en homenaje a la conmemoración de los 250 años de su nacimiento. Con excepción del “Septeto Op. 20”, el resto no pertenece a lo más conocido del catálogo beethoveniano, de manera que el título del documental (“La música perdida de Beethoven”) no pareció desafortunado. La segunda parte del concierto se inició con una vibrante interpretación de la obertura “Caballería Ligera” de Suppé, brillante, festiva y de contagioso impulso rítimico, uno de los mejores momentos del concierto. Tras la elegante y “leggiera” polca francesa “Cupido”, una de las cinco obras de Josef Strauss ofrecidas al cumplirse los 150 años de su muerte, llegó la primera de las dos coreografías del concierto: el vals “Abrazaos, millones”, de Johann Strauss hijo, que ya incluyera Barenboim en su concierto de 2014 y que, pese a la apariencia, solo tiene de conexión beethoveniana la alusión a la misma oda de Schiller, porque carece de mención a la famosa “Novena Sinfonía” del sordo. Tras él, y antes del tercio final del programa, aparecían cuatro novedades. La polca mazurca “Flor de escarcha” de Eduard Strauss, figuró en el programa inaugural del Musikverein, hace ahora 150 años, pero fuera de dicha coincidencia, pareció (y no fue la única) partitura de bastante menos nivel que las del repertorio que ha hecho famoso este concierto. Algo que puede aplicarse también a la “Gavota” de Hellmesberger y el “Galop del postillón” de Lumbye, abierto por un Nelsons que recordó con humor su pasado trompetista. Una selección de las “Contradanzas WoO 14” de Beethoven, incluyendo la séptima, que contiene el tema del cuarto movimiento de la “Heroica” y de las “Variaciones Op. 35” del propio Beethoven, cerró el capítulo de novedades, y con ella vino la segunda coreografía.
Miembros del ballet de la ópera estatal vienesa ejecutaron con elegancia y precisión una hermosa coreografía de nuestro compatriota José Carlos Martínez, que debutó con sobresaliente en el cometido, en ambos casos servido por un precioso vestuario de Emma Ryott. La primera coreografía, sobre el vals “Abrazaos, millones”, se filmó en el palacio de invierno del príncipe Eugenio de Saboya. La segunda, con vestuario más moderno pero igualmente elegante, dibujó unos turistas visitando Pfarrplazt y Döbling, escenarios ligados a la vida de Beethoven. El vals “Disfrutad de la vida”, de Johann Strauss hijo, ofrecido por el mentor de Nelsons y recientemente fallecido Mariss Jansons en su concierto de 2012, y compuesto (otra efeméride más) para la inauguración del Musikverein vienés, abrió el tramo final del concierto, donde se dieron la mano quizá las mejores obras. Este vals, como ya hiciera Jansons en el concierto mencionado, resultó luminoso, optimista, elegante, siempre cuidado el dibujo rítmico y el rubato. Festiva, brillante y viva la popular polca Tritsch-Tratsch, del propio Johann hijo, también incluida por Jansons en 2012 (aunque entonces con los Niños Cantores de Viena), dejó paso a una magnífica interpretación, de una elegancia y refinamiento extraordinarios, del vals “Dinamos” (la última obra de Josef Strauss del programa), que incluye un motivo que fue literalmente tomado por Richard Strauss (ninguna conexión familiar) para el final del segundo acto de su ópera “El Caballero De la Rosa”. La propina ofrecida, faltaría más, cayó del lado de Josef Strauss, en forma de su polca rápida “Al vuelo”, traducida de forma vibrante y vitalista por Nelsons y los filarmónicos vieneses. Los ingredientes mencionados de elegancia, fino manejo del rubato y adecuado sabor de danza brillaron en un notable “Danubio azúl”.
Mucho se ha escrito estos días sobre la “desnazificacíón” de la “Marcha Radetzky”. Harnoncourt, en 2001, ofreció al inicio de su concierto la versión original de Johann Strauss padre, pero la sobria orquestación nunca ha alcanzado especial popularidad. Desde 1946 se ha venido ejecutando el arreglo de Leopold Weninger, algo que, como aquel que dice, ha pasado completamente inadvertido hasta que alguien ha sacado a relucir el pasado nazi del arreglista. Dicho pasado ha incomodado a los actuales componentes de la Filarmónica, y el arreglo que de la susodicha hemos escuchado hoy es nuevo, aunque, en mi modesta opinión, y escuchada tan solo hoy, la diferencia con el anterior debe consistir, en un gran porcentaje, en el cambio de autor, porque, en lo que se apreció, la verdad es que la diferencia resultó poco aparente.
¿Cuál es el balance pues? Creo que hemos tenido un concierto más que notable, que ha ido de menos a más, y en el que una de las batutas más sobresalientes del panorama actual ha dejado claro por qué lo es. Qué duda cabe que, si le dan ocasión, alcanzará aún más sutileza en los mil y un recovecos de esta música que sólo en apariencia es sencilla. Pero lo alcanzado hoy es de un magnífico nivel. Otra materia es el tema de la selección del repertorio. Y ahí retomo la materia inicial: imposible convencer a todos. Si se elige repertorio estándar, los reproches llegarían de la legión de apóstoles de la novedad. Pero la decidida apuesta por la novedad, cuando hablamos de un evento con 80 años de historia, a menudo descubre partituras apenas discretas, y en estas, Nelsons extrajo el máximo partido. La conciliación con muchas efemérides: 250 años del nacimiento de Beethoven, 150 años de la inauguración del Musikverein, 150 años de la muerte de Josef Strauss y 100 años del Festival de Salzburgo (homenajeado en el vals “Saludos de amor” de Josef Strauss, al principio del concierto), tampoco facilitaba la tarea. Tal vez esta elección del repertorio lastre a este concierto para figurar entre los mejores de los últimos años. Pero la labor directorial, al menos para quien suscribe, se encontró perfectamente a la altura de los mejores, de los últimos años. Se anuncia para 2021 la presencia de Riccardo Muti. Repite Muti por sexta vez, superando a Mehta (cinco apariciones) y Maazel (cuatro desde 1994, sin contar con las seguidas de 1980-86, tras la retirada de Boskovsky), y quedando, junto a los citados y Clemens Krauss (1939, 1941-45 y 1948-54), como una de las batutas más frecuentemente solicitadas para dirigir este concierto. Personalmente, el metódico y preciso pero a menudo excesivamente frío director italiano no ha terminado de convencerme en este repertorio (como tampoco lo hizo Abbado), pero… para gustos, los colores. Hoy, por encima de la discutible calidad de algunas de las novedades, procedía disfrutar con Nelsons. Como lo hizo él, algo muy evidente, dicho sea de paso. Algunos rostros populares de la audiencia del Musikverein, como Jonas Kaufmann o Rudof Buchbinder, seguramente lo hicieron también.
Rafael Ortega Basagoiti
4 comentarios para “Concierto de Año Nuevo: disfrutando con Nelsons”
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