“Con inmensa sutileza” (recuerdo de Anner Bylsma)
Dentro del universo hay cosas que son conocidas y hay cosas que son desconocidas. En el medio de esas cosas, hay puertas.
William Blake
Conocí a Anner Bylsma en 2006. Estaba invitado a dar clases magistrales en la Kromberg Academy, Alemania. Yo había escuchado y estudiado sus interpretaciones con todo el amor y respeto que infunden y quería vivir la experiencia de escucharle, trabajar con él y absorber todo lo que me pudiera enseñar.
Cuando entré en su aula, vi a un hombre de pelo canoso y ojos saltones y brillantes, maravillado por la música, rodeado de partituras desordenadas, que daba la sensación de vivir en otro tiempo y al mismo tiempo de encontrarse un poco desorientado en el nuestro. Quizá por su manera de entender la música y esas puertas y esos telegramas que, nos decía, nos mandaban los compositores a través de las partituras, y que nos conectaban con ellos.
Él ya tenía 72 años, ya había tenido una gran carrera internacional, ya había grabado dos veces las Suites para violoncello solo de Johann Sebastian Bach, ya había sido uno de los pioneros y precursores de la interpretación historicista, su compañía de discos ya le había cambiado el nombre para que, como él decía con una sonrisa, “los americanos pudieran pronunciarlo” (Bijlsma), ya se había casado varias veces, ya había tenido hijos, ya había escrito The Fencing Master (libro que abre una puerta a la discusión sobre la interpretación de las Suites de Bach) y ya hacía un año que le habían diagnosticado una enfermedad que no le permitía seguir tocando el chelo. Es sin duda una de las situaciones más duras a las que se puede enfrentar un artista, sin embargo, lo que transmitía era un deseo profundo de comunicación, de compartir en y para la música, de disfrutar ese gran legado al que nos dedicamos y de descubrirnos puertas a lo desconocido.
Decía que “un instrumentista de cuerda solo puede empezar una nota desde el silencio, y tocar con inmensa sutileza (…) Cuando hablamos, cada palabra tiene un diminuendo, quizá un acento; esperamos un poco antes de pronunciar, quizá estiramos una sílaba. Esto es lo que hace un discurso interesante, y eso lo podemos hacer con el chelo cuando tocamos una Suite”.
En 2009, Josetxu Obregón organizó otro curso con él, esta vez en Arenas de San Pedro, en el Palacio de la Mosquera, donde vivieron Goya y Boccherini. Anner estaba feliz en este espacio y yo de verle en mi pueblo. Vino con su familia: su mujer Vera Beths, gran violinista y compañera, y su hija, que había grabado un documental sobre Boccherini, The silence before takes your breath away. Esta es una experiencia que no olvidaré nunca; creo que para él fue un regalo, y desde luego lo fue para todos nosotros.
En cada taller que doy sobre las Suites de Bach, aunque escuchamos muchas interpretaciones diferentes, para mí él siempre es el hilo conductor. Cuando alguien me pide recomendación sobre a quién escuchar, en repertorio barroco, mi respuesta siempre es Anner Bylsma. Creo que es el único chelista del que admiro todas y cada una de sus interpretaciones.
Cuando alguien se muere, siempre hablamos de lo que perdemos, pero yo a Anner Bylsma le llevo conmigo; está en mi manera de entender la música, el estudio y el mundo; me abre puertas entre lo que conozco y lo que no, y animo a todo amante de la música a entrar en su mundo, escucharle y llevarle consigo; porque así, siempre seguirá vivo, entre dos mundos, abriendo puertas.