Componer
Para aquellos que, aun gozando plenamente de la música, no tenemos formación musical siempre nos parece una incógnita indescifrable la capacidad de los músicos para transponer ideas a sonidos. Casi todo el mundo está acostumbrado a pasar palabras (que son eidéticas) a los signos que forman el lenguaje. Yo pienso “Debo escribirle a mi abuela”, tomo la pluma y con toda naturalidad surgen en el papel los signos que forman el enunciado “De-bo es-cri-bir-le a mi a-bue-la”. Parece no haber misterio en esta operación. Lo hay, desde luego, pero a nadie impresiona excepto a los filósofos del lenguaje. Ahora bien, si lo que yo he de escribir es “ta-ta-tuituti-chums-splas-punpun” etc., la cosa cambia. La frase, melódica o no, se formó en mi imaginación, pero ahora debo pasarla a un lenguaje tan técnicamente fijo como el literario. ¿Y eso cómo se produce?
Nietzsche, que es siempre mi guía en estos asuntos, era un gran improvisador al piano `[en la foto]. Sus amigos se quedaban asombrados ante las fantasías que producía de un modo espontáneo y (seguramente) rapsódico. Esas improvisaciones, evidentemente, no han llegado a nosotros, aunque sí lo han hecho sus composiciones escritas. Y no son demasiado buenas. Nietzsche lo sabía, es decir, sabía que era un buen improvisador (como los pianistas del cine mudo), pero un mal compositor, de manera que hubo de pensar bastante en este problema. Y así lo registra. Sabía que en ocasiones le poseía el rapto dionisíaco del melos y la danza, pero que luego habría de emplearse en el trabajo apolíneo de conducir ese rapto hasta una fijación escultórica. Y eso no lo sabía hacer. Lo descubrió leyendo los Cuadernos de Beethoven que se empezaron a publicar en 1865. Constató que las más extraordinarias melodías habían sido cinceladas una y otra vez, corregidas, enmendadas, afiladas, hasta dar con la escultura apolínea, perfecta, permanente. Pero él era perezoso para abandonar la pasión y pasar a la escritura.
A Wagner esta condición de Nietzsche le irritaba particularmente. Llegó a decirle a Cosima que los Cuadernos de Beethoven no deberían haberse publicado porque facilitaban que tipos como Nietzsche negaran la inspiración y sólo creyeran en el trabajo técnico. Una opinión nada sorprendente en alguien que despreciaba con altanería la importancia de la labor artesanal a la que había ridiculizado en Los maestros cantores, pero el argumento de Nietzsche iba más lejos. No sólo había que reducir al orden el arrebato dionisíaco, sino que, además, había que construirlo de tal modo que pareciera tan espontáneo como para hacer inaudible el trabajo que había costado.
En verdad esta doble hélice, de la improvisación pasional a la imitación de una pasión espontánea, es un proceso que a los profanos nos deja atónitos. Seguramente sucede algo parecido en la poesía, como cuando Wordsworth indica que nace del recuerdo de una pasión cuando ya ha vuelto la calma. Es similar, pero Wordsworth trabajaba con palabras, en tanto que los músicos lo hacen con un material que, siendo audible, carece de fonemas ya que las notas no son fonemas del mismo modo que los acordes no son palabras. Quizás el verbo ‘componer’, que no es otra cosa que ‘poner con’, nos esté haciendo un guiño, ¿poner con… qué? ¶
Félix de Azúa