¿Cómo es esto posible? (en la muerte de Eduardo Torrico)
Se nos ha ido Eduardo Torrico. Como dije poco después, me encuentro aún en esa fase inicial del duelo que sigue a toda pérdida de un ser querido: la negación. Da igual que durante el último mes y medio hayamos seguido, día a día, la evolución de Eduardo, y hasta barruntado en más de una ocasión, la última ayer mismo, este desgraciado final. No lo terminamos de creer. Ya ingresado, aún crucé algún mensaje con él el 17 de marzo, dándole ánimos. Poco después entró en la UCI y ya no salió de ella con vida. La vida es así de cruel. Se empeña en recordarnos continuamente lo transitorio de nuestra presencia aquí, y su fragilidad. En un santiamén pasas de estar como una rosa… a no estar.
Conocí a Eduardo, como muchos otros, antes por las ondas que en persona. Porque, como él, soy futbolero y del Real Madrid, y en tiempos escuchaba a García, en cuyo equipo periodístico estaba Eduardo. Luego me sorprendió descubrir su vena melómana y su pasión por la música antigua y barroca. Y después, cuando llegó a Scherzo, descubrí, como relataba Luis Suñén en su necrológica, otras dos cosas más, a cuál más admirable: la buena gente, la buena persona que era, y el formidable profesional que asombraba con una dedicación, un rigor y una pasión por lo que hacía difícilmente igualables. Eduardo era infatigable. Su sentido de la urgencia era contagioso. Debo confesar que a veces me sentía impelido a escribir con urgencia mis reseñas porque sabía que él las colgaría de inmediato en la web. Siempre estaba ahí, 24/7 como dicen ahora. Y detrás de todo eso, un hombre de grandísima cultura, de socarrón sentido del humor (lo que me he reído con él cruzando mensajes sobre la situación del país y del gobierno) y completamente entregado a su amor por la música y sus intérpretes. También tozudo, sí. Y alguna vez hemos discutido por eso. Pero nos deja un agujero emocional y profesional tremendo.
Sigo sin hacerme a la idea. Esta mañana la noticia de su muerte me sorprendió mientras estudiaba la Toccata BuxWV 155 de Buxtehude. Stylus phantasticus, en su máxima expresión. Ese que tanto degustaba Eduardo y que tanto echaba de menos cuando debía encontrarlo en una interpretación y no lo hallaba. Aún recuerdo cuando en una crítica, el año pasado, citó al respecto la frase de Ton Koopman: “El stylus phantasticus quiere mantener despierto el interés del oyente con efectos especiales, sorpresas, conducción irregular de las voces, disonancias, variaciones de ritmo y pasajes imitativos. Es un estilo de improvisación completamente libre, que lleva a la audiencia, llena de asombro, a preguntarse: ¿cómo es esto posible?”. No pude seguir estudiando. Me quedé con esa última pregunta: ¿Cómo es posible que te nos hayas ido, Eduardo?
Descansa en paz, y en la alegría de ese Stylus Phantasticus que tanto te gustaba. Descansa con Handel y Bach, con Monteverdi, con Morales, con Victoria. Y disfruta de las trompetas de aquella época. Incluso de las de los famosos, como tú les llamabas, “agujeritos tramposos”. Y lo más importante, querido Eduardo: gracias por tu bondad, por tu trabajo y por tu generosidad de espíritu. Quienes me conocen saben bien que llevo mucho tiempo diciendo que eras el alma de Scherzo, así que no me voy a frenar de reiterarlo ahora. Esto no va a ser lo mismo sin ti. Seguro.
Rafael Ortega Basagoiti