Circularidad de Adriana
¿Adriana en película? Una Adriana pegada al libreto de Arturo Colautti, pues en 1955 otra cosa hubiera sido impensable. Con sus cortinajes y telones, y decorados con muchas manos de pintura, que recuerda al cine que algo antes se rodaba todavía en estudio. Adrienne existió y se apellidaba Lecouvreur. Un dato relevante: conocía al autor de Cándido, pero ahora no puedo nombrarlo porque me haría una rima indecorosa. Fue una eximia trágica de la Comédie-Française, y murió en extrañas circunstancias, durante mucho tiempo no aclaradas. El cura de San Sulpicio, intransigente, se opuso a su entierro religioso a orillas del Sena. Voltaire, ahora sí puedo citarlo, redactó unos versos airados.
La ópera de Cilea, de una dulzura trágica difuminada con tonos de pastel, es una crónica de amores contrariados, según el esquema repartido en muchas otras (como La Gioconda), de tal forma que el sujeto A —de nombre Michonet— está enamorado de B, la cual ama a C, por quien D —la princesa— suspira. Estamos ante un ominoso rondó trágico, una auténtica pesadilla que se muerde la cola.
El espacio escénico es marcadamente teatral, respetuoso con las convenciones en el atrezzo o las galas, y fiel al tiempo de 1730, no sin algún desvío del pastel al pastiche. El parentesco con el cine y, claro está, con las filmaciones operísticas de la época, se enfatiza en los movimientos de cámara, que en el acto I puede incluso agobiar al ojo. Generalmente se emplea para seguir a los personajes y testificar sus vaivenes, pero su habitual funcionalidad no impide alguna floritura, ciertos vistosos desplazamientos circulares. Al final de la obra eso ha cambiado. Ya no baila, no distrae al oyente. Su objetivo se detiene más en los objetos (la puerta, el reloj, la escribanía), los escruta e intenta penetrarlos. Aquietada, como ya lo estuvo en ciertos momentos, se adueña de los instantes más emotivos o dramáticos.
Marcella Pobbe, que no se prodigó en disco, tiene un formato de soprano lírica, con entidad y cuerpo vocal. Fogueada en los aledaños del belcanto, Mozart o el Verdi de madurez, eso se nota y es garantía. Emite casi siempre sin forzar la voz, pero ello no impide el complemento de muchas frases turgentes, y mucho menos algo de autocomplaciente hedonismo. Poveri fiori, y otros momentos del drama, están resueltos descargando el centro y sin forzar el material; una voce-nubola. De ademanes compuestos, casi estatuarios (véase a este respecto cómo se recuesta), en algún plano está escandalosamente guapa, pero importa mucho el valor de su canto. La Pobbe real se pirraba por las joyas, y en el DVD aunque sean falsas, sabe lucirlas. Al principio el abate llama al personaje sirena, y así debió de sentirse cuando aparece en escena bañada en brillantes.
Adriana no sólo necesita una gran Adriana, como suele recalcarse, pues siendo este hecho el principal, requiere otros tres actores. Mauricio de Sajonia es el tenor Nicola Filacuridi. Parece un lírico a secas, con apuntes de mayor liviandad, sin un timbre de primera o una paleta colorida. Pero tiene bazas. El canto suele ser delicado y no desconoce la calidad de ciertos susurros ni las sabias modulaciones. Alguna vez, en los dúos, la tirantez asoma la uña y mengua su pujanza. Fedora Barbieri posee el don de la ebriedad. La riqueza de vibraciones de su voz le transfiere una exuberancia derramada a veces como un genuino torrente pasional. En escena tiene presencia, mas no exactamente principesca, pues posee dos brazos jamoneros, dignos de un boucher de Bouillon. Pero su voz nos dice que es una princesa y nos lo creemos. De Otello Borgonovo digamos que actúa bien y es barítono cálido, voz abombada y peculiar.
RAI di Milano aquí, la orquesta de Cilea es el pegamento que suelda, empasta y cohesiona las sonoridades (aunque a menudo se nutra de ideas vocales) que acaban integrándose en un circuito referencial plagado de remembranzas, más asentado y complejo de lo que a primera vista pudiera parecer. La afinidad del director Alfredo Simonetto con estos pentagramas, que algunos desdeñan, le lleva le lleva a traducirlos de forma sensible y, por momentos, conmovedora. Quizá la inspiración vez se ausente de ellos, pero regresa siempre.
Joaquín Martín de Sagarmínaga
1 comentarios para “Circularidad de Adriana”
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