Ciclo de Grandes Intérpretes: tres décadas de pianismo irredento
En la gestión cultural los aniversarios deberían venir acompañados de fiestas nacionales y desfiles. Conseguir que un ciclo de piano, entre los mejores a nivel internacional, se mantenga a través de las décadas en un país que acumula todas las variantes posibles de crisis, roza lo milagroso. El Ciclo de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo, el mismo que colgó hace unas semanas el “No hay billetes” en la visita anual de Sokolov, cumple 30 años. Hasta el famoso tango se le queda corto.
No hay inicios sencillos cuando hablamos de música. Si se buscara un principio en la historia del Ciclo de Grandes Intérpretes habría que mirar atrás con catalejo. Siendo estrictos, hasta 25 años antes de su primer concierto. El escenario no sería el de la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional —ni tan siquiera estaba pensado el Plan Nacional de Auditorios—, sino el del Teatro Real, que ejercía en aquel momento de sala de conciertos. Aquel 25 de febrero del año 1969, Sviatoslav Richter salió al encuentro de un Gran Cola situado en el centro del escenario para interpretar los Cuadros de una exposición de Musorgki y los Estudios sinfónicos de Schumann. Es cierto que aquel febrero fue el más frío de toda la década y que es difícil llenar una sala con un aforo que superaba ampliamente las dos mil butacas, como era el del Real antes de su reforma. Pero Richter apareció con paso acelerado y se encontró con una sala inhóspita, que no llegaba ni a un cuarto de ocupación. Sin cifras oficiales, algunos críticos y melómanos hablaron de poco más de 400 personas disfrutando el concierto de la leyenda viva del piano, muy alejado del lleno hasta la bandera del Palau de la Música de Barcelona tres días más tarde y lejos también de las cifras del concierto de Itzhak Perlman en el mismo Real dos semanas después. No se sabe si por su natural aversión a las grandes ciudades o como consecuencia directa del fantasmal estado del patio de butacas aquella tarde, Richter no quiso volver a pisar Madrid en un cuarto de siglo. Cuando se le preguntó al respecto años después, en una de sus múltiples giras de conciertos por otras localidades españolas, su respuesta fue tajante: «¿Para qué?, si ya la he visto cuando toqué allí hace veinte años».
Aquella odisea por traer de vuelta al prófugo Richter, los otros cuatro grandes que se sumaron y la respuesta del público a aquella serie de conciertos conformaron el germen del Ciclo de Grandes Intérpretes que hoy celebra sus treinta ediciones, contra viento y marea
La situación era insólita, y Antonio Moral, cofundador de Scherzo en su día y director de la revista en aquel 1994, pensó que un concierto suyo en Madrid supondría el tipo de acto idóneo para la celebración del décimo aniversario de la revista. «Cada año veníamos celebrando un concierto que organizábamos desde Scherzo», explica el propio Antonio Moral. «Ya habíamos traído a Claudio Arrau y para el quinto aniversario vinieron Krystian Zimerman (con la integral de los preludios de Debussy) y Gustav Leonhardt. Cuando llegó el décimo aniversario pensamos que había que organizar algo especial. Y lo especial aquellos días era traer a Sviatoslav Richter, que llevaba 25 años sin venir. Perseguí mucho a Richter. “Si está el señor de la barba blanca, dígale que no pienso ir a Madrid”, le decía a Prat, su agente en España. Pero acabó por decir que sí, y como yo no tenía ninguna seguridad de que finalmente viniera, también contacté con otros pianistas que pudieran tocar sobre los mismos días: hablé con Pollini, que dijo que sí, pero en otra fecha; hablé con Zimerman, que dijo que sí, pero en otro mes distinto; con Pires, que le venía bien en otra semana; y con Larrocha, que también confirmó para otro momento distinto. Así que nos dimos cuenta de que no teníamos entre manos un recital: teníamos un ciclo. Lo increíble es que anunciamos el concierto de Richter sin programa y sin fecha. Y las entradas se agotaron», recuerda.
El concierto del genio ucraniano, que confirmaba sus fechas con apenas quince días de antelación, se aplazó en dos ocasiones, hasta que finalmente se dio en febrero de 1995. En realidad, Richter andaba por Madrid el día concertado para la primera actuación, con su Yamaha Gran Cola, su afinador y su pasapáginas, pero las dimensiones de la sala, el ruido de la gran ciudad y los ritmos frenéticos del mundo urbano socavaron su ánimo. El día del recital, pocas semanas antes de que se retirara por completo, sonaron Haydn, Prokofiev y los ocho valses nobles et sentimentales de Ravel. Enrique Franco escribiría de aquel día: «[Richter] parece convertirse en su propio monumento para crear el ambiente de su propia leyenda, con luces o con oscuridades físicas, pero con raro esplendor de artista libre, riguroso y único». Aquella odisea por traer de vuelta al prófugo Richter, los otros cuatro grandes que se sumaron y la respuesta del público a aquella serie de conciertos conformaron el germen del Ciclo de Grandes Intérpretes que hoy celebra sus treinta ediciones, contra viento y marea.
Hacer cotidiano lo extraordinario
Aquellos primeros años supusieron una forma sofisticada de saldar cuentas con la historia reciente de abulia cultural en Madrid. Con un público formado íntegramente por abonados, pudieron aparecer en la capital los componentes de la generación privilegiada del piano, de esa llamada Edad de Oro que llevaba años pasando de largo por nuestro país. El Ciclo abrió repertorios y permitió traer a un manojo de artistas que hacía décadas que no tocaban en la ciudad o lo habían hecho puntualmente, como Alfred Brendel, Martha Argerich, Zoltán Kocsis y Claudio Arrau, además de los ya citados Maurizio Pollini y Krystian Zimerman. Como era esperable, las dificultades no se acabaron tras aquel ciclo primigenio: la primera convocatoria formal e independiente de celebraciones, que inauguró el Bach de Sokolov y cerró el Brahms de Kissin, tuvo sus cancelaciones y retrasos en las figuras de Ivo Pogorelich y Vladimir Ashkenazy. Pero también sirvió para la apertura hacia formatos más puramente camerísticos, con la presencia del Cuarteto de Tokyo con Alicia de Larrocha.
El órgano, en manos de Gustav Leonhardt, sería el primer instrumento a solo distinto del piano en sonar en el ciclo, en el año 1998, en una temporada que cerraría el mítico trío de Zimerman, Schiff y Zacharias. Ugorsky, ese mismo año, ejercía de pionero al acercar obras del siglo XX alejadas del gran repertorio, con música de Messiaen. Aparte de la ya consagrada Larrocha, Josep María Colom sería la punta de lanza española ya en 2002, y Le Concert des Nations de Jordi Savall la primera orquesta en actuar en el Ciclo (2000). Hubo también en estos años iniciales algunos errores de cálculo. Las figuras jóvenes, aún sin el empuje en la taquilla de los consagrados, entraron en la temporada en el mismo ciclo que las leyendas, con poca acogida por parte del público. Se entendió pronto que un ciclo propio y en ocasiones un espacio distinto tendría más sentido para construir el relato de una nueva generación: el Ciclo de Jóvenes Intérpretes nacía en 2002 con tres conciertos, Paul Lewis, Yundi Li e Iván Martín. Por allí pasarían en pocos años nombres como los de Javier Perianes (2ª edición) o Yuja Wang (8ª edición). El Teatro de la Zarzuela o la Sala Roja de los Teatros del Canal se convirtieron en hogares alternativos para la nueva propuesta.
Con un público formado íntegramente por abonados, pudieron aparecer en la capital los componentes de la generación privilegiada del piano, de esa llamada Edad de Oro que llevaba años pasando de largo por nuestro país
Aunque los hábitos y la oferta cultural han cambiado mucho, siguen resultando llamativas las cifras de aquella primera fase: en el año 2002, para la séptima edición del Ciclo, el público que llenaba la Sala Sinfónica del Auditorio Nacional (2.338 butacas) era íntegramente abonado, y había una lista de espera cercana a las 500 personas. Pura ciencia-ficción. Ambos ciclos comenzaron a gestionarse a través de la Fundación Scherzo, creada en 2001 y presentada en un concierto extraordinario con Zimerman y la Orquesta Sinfónica de Galicia. Las primeras catorce o quince ediciones se mantuvieron en esas cifras insólitas, mientras alrededor del ciclo la realidad musical cambiaba radicalmente y el público se acostumbraba a la rutina de lujo de la presencia de los más grandes del piano. Antonio Moral dio paso en 2006 a Patrick Alfaya, y este a Roberto Ugarte en el año 2020, quien se mantuvo hasta 2023.
Por encima de los cambios de dirección, algunos elementos se mantuvieron constantes a lo largo de estas tres décadas. Desde Richter hasta hoy, la Fundación y el Ciclo de Grandes Intérpretes han procurado una actividad paralela a los conciertos vinculada con la formación de los jóvenes, con una masterclass o encuentro especialmente dedicado a los estudiantes. Como marca de la casa también queda la especial relación de cercanía con sus abonados y el intento de proponer nuevos formatos, como el Ciclo Horizontes en la temporada pasada, centrado en una música más fronteriza como el latin jazz o el flamenco. Pero la multiplicación de la competencia, el difícil cambio de guardia entre antiguas y nuevas figuras, la variación en los hábitos de consumo cultural del público, sumados a las sucesivas crisis —económica, de gestión interna, sanitaria…— llevaron a los ciclos a una situación límite hace apenas dos años. Al finalizar la 28ª temporada, el número de abonados se había reducido notablemente y el horizonte parecía nuboso. «Cada tiempo tiene sus dificultades y estrategias», comenta al respecto Antonio Moral. «En la época en la que yo estuve al frente lo complicado era hacer que vinieran aquellos que hacía décadas que no venían. Tuve que pegar mucho la hebra, dedicar mucho tiempo. muchos viajes, y estar muy encima del abonado para mantener su interés. Hoy se enfrentan a otras problemáticas».
Regreso al futuro
En 2023 el pianista y gestor cultural Eduardo Frías fue nombrado director artístico y gerente de la Fundación Scherzo, y, en consecuencia, de la programación de los ciclos de piano. Con una sólida carrera como solista sobre sus espaldas, su aterrizaje parecía evidenciar un rejuvenecimiento general de toda la estructura, cuya media de edad en el Patronato supera holgadamente los setenta años. Resumiendo, si el ciclo fue pionero en su día, Frías llegaba para buscar la forma de que volviera a serlo. En otras palabras, regresar al futuro.
El gestor madrileño es un intérprete con una voz muy personal, aunque sus «predilecciones queden aparte: desde el punto de vista del programador tienes que saber ofrecer un abanico de posibilidades amplio para todo tipo de público», explica el pianista. «¿Por qué todos tienen que ser como Buniatishvili o todos como Sokolov, por más que me guste? No quiero copias. Mi idea de ciclo suma esos perfiles a los de jóvenes promesas, o aquellos que nunca han recalado aquí siendo reconocidas leyendas, como Rudolf Buchbinder».
Se entendió pronto que un ciclo propio y en ocasiones un espacio distinto tendría más sentido para construir el relato de una nueva generación:
el Ciclo de Jóvenes Intérpretes nacía en 2002 con tres conciertos, Paul Lewis, Yundi Li e Iván Martín
La primera lucha de la nueva etapa fue contra la pérdida de posicionamiento del ciclo, que conllevaba una lógica pérdida de abonados y malabares económicos para garantizar la subsistencia de la Fundación. Con la llegada de nuevos patrocinadores, la dirección artística se ha podido centrar en procurar una mayor presencia en medios e instituciones, apoyando también la accesibilidad del público de fuera de Madrid. Como resultado, el número de abonados ha aumentado un 20% en un año y en igual medida el del público no abonado. Otra de las apuestas claras está dirigida a la música de cámara y sinfónica, relegada hasta ahora a los conciertos extraordinarios. «En temporada, dentro de la programación no se estilaba la presencia del gran formato. Y creo que, precisamente si el piano es el instrumento rey, lo es porque puede tocar solo y con cualquier otra formación, y eso lo vamos a fomentar», comenta Frías.
Otro de los grandes retos históricos pendientes es la inclusión de la música contemporánea, poco presente en un ciclo que no puede imponer sus preferencias de programación precisamente por el nivel de sus participantes. Frías, que debutó en el Carnegie Hall haciendo música de Jorge Grundman, habla de la complejidad de programar música actual: «Yo entiendo las enormes dificultades que comporta un cambio de repertorio. Es algo más sencillo si regentas una orquesta, donde puedes introducir la figura del compositor residente o hacer una Carta Blanca, como hacía la OCNE. Pero yo creo que entre todos los intérpretes deberíamos dar una vuelta al tema, sabiendo que prepararse una obra es complicado y que los tiempos en gira están muy medidos. Pero ojalá hubiera el espacio para nuevas propuestas, más allá de volver a Petrushka, que curiosamente es la obra más interpretada en la historia del ciclo. En mi opinión, si queremos llegar a nuevos públicos habría que flexibilizar el programa y el propio formato de concierto, que empieza a estar un poco obsoleto. A día de hoy, la elección del repertorio es 99,99 % responsabilidad del propio intérprete».
Con la llegada de nuevos patrocinadores, la dirección artística se ha podido centrar en procurar una mayor presencia en medios e instituciones, apoyando también la accesibilidad del público de fuera de Madrid
Es una obviedad afirmar que en tres décadas los tiempos y los públicos han cambiado. En el primer aniversario de la revista Scherzo en 1986 el editorial rezaba: «Un año después, hemos aprendido muchas cosas y hemos constatado […] que en España sí hay mercado al que le interese la música». Después de confirmar ese interés del público llegó el de los intérpretes: Moral convencía a Alfred Brendel de que viniera a Madrid regalándole películas de Buñuel. Hoy, lejos de aquellos inicios propios del realismo mágico, toca reinventarse para seguir siendo los mismos, para que la emoción de escuchar, como decían Les Luthiers, “ese mueble negro del fondo”, no caduque. Para que 30 años sean solo el principio de la historia.
Mario Muñoz Carrasco
Caja
Entre pianistas anda el juego
¿Quién debe estar al frente de una institución que se dedica eminentemente a programar conciertos de piano? El perfil del programador musical se ha modificado durante la última década, dejando más de lado al gestor de antaño, conocedor de los entresijos burocráticos, para dar paso al intérprete de hoy, más cercano a lo artístico. Los casos son innumerables, pero la propia estructura de la Fundación sirve de ejemplo. Más allá de la gerencia de Eduardo Frías, pianista en activo, la presidencia recae desde 2018 en Ana Guijarro, una de los perfiles más completos y pertinentes del pianismo español. Intérprete, asesora musical, pero, por encima de todo, docente, Guijarro parece la garante del enfoque formativo de los ciclos.
«Creo que el verdadero eje sobre el que tiene que pivotar la Fundación y los ciclos pianísticos son los jóvenes», explica la pedagoga y Medalla de Oro del Real Conservatorio Superior de Madrid. «En un mundo cada vez más competitivo tenemos que formar parte de las instituciones que acompañan, forman y arropan a los nuevos talentos jóvenes. Somos una herramienta para futuros pianistas. Desde mi experiencia, creo fundamental aprender escuchando a los grandes maestros. De hecho, muchos han formado parte de la memoria sentimental de un buen número de mis alumnos, y les han aportado claves sobre cómo acercarse a ciertas obras del repertorio. El Ciclo de Grandes Intérpretes es la aportación que hacemos a los futuros pianistas, y ese planteamiento tiene que estar muy presente en la programación que hagamos en el futuro. También la presencia de pianistas españoles que nos representen. Mi máximo orgullo es el gran número de jóvenes que se acercan al Ciclo, a lo que contribuye el trabajo que se está realizando últimamente con los conservatorios y la política de precios asequibles del ciclo. Creo que ver la sala repleta de jóvenes es la mejor noticia para cualquier sociedad», concluye.
M.M.
[Imagen superior: Sviatoslav Richter en el Auditorio Nacional, febrero de 1995. Foto: Rafa Martín. Maria Joaõ Pires saludando en el Auditorio Nacional con su nieto, octubre de 1997. Foto: Jesús Zoido.]