MADRID / Christophers, sumo sacerdote haendeliano
Madrid. Auditorio Nacional. 14-IV-2019. Haendel, Israel in Egypt. The Sixteen Choir & Orchestra. Director: Harry Christophers.
Javier Sarría Pueyo
Harry Christophers no es de esos haendelianos ingleses omnipresentes en los 80 y 90 de los que ya poco se sabe, anclados en unos parámetros interpretativos inmutables que hoy no nos dicen gran cosa. Quien haya seguido sus grabaciones de la última década (soberbios Messiah, Saul y Jephtha) sabe que él y sus conjuntos atraviesan un momento feliz, lo que quedó demostrado con creces en este Israel in Egypt sin trampa ni cartón editorial. Frente a su grabación de 1993, se percibe con claridad una energía, sentido dramático y urgencia ausentes entonces. El impacto sobre el oyente fue inmediato ya desde la obertura –con buen criterio, se hizo la segunda versión, sin el Lamento de los israelitas por la muerte de José– y, llegada la sucesión coral del Éxodo, se sentía uno inmerso como pocas veces en un torrente de vívidas emociones, gracias a la garra, el espíritu, la profundidad conceptual –y también la elegancia, faltaría más– de quien está en el secreto, de un alquimista haendeliano como pocos hay. Cada número coral recibió el tratamiento preciso, justo, exacto, desde la brutalidad destructora de He rebuked the Red Sea hasta la sobrecogedora desolación de He sent a thick darkness. El júbilo celebratorio del Cántico de Moisés quedó plasmado con igual acierto, culminando con el gran fresco de los cinco últimos números, emocionante hasta el éxtasis, con un Sing ye to the Lord al que solo faltaban fuegos artificiales.
Naturalmente, para lograr este resultado es preciso contar con un coro y una orquesta de la envergadura de The Sixteen que, con una plantilla muy renovada, exhibieron un estado sensacional. La afinación, potencia, empaste y ductilidad del coro –que, lógicamente, con veintiocho números corales, se lleva la parte del león– resultaron asombrosos. En la orquesta se vieron nombres más que cásicos, míticos, como el clavecinista y organista Alistair Ross, el viola Martin Kelly y el timbalero Robert Howes, aunque en su mayor parte se trató de caras nuevas y jóvenes. Es una gran virtud de estos conjuntos clásicos, la paulatina renovación sin perder esencias. Fue llamativo cómo unos y otros llenaron perfectamente el inmenso espacio de la sala sinfónica, con unos efectivos no especialmente numeroso, lo que, por supuesto, ayudó mucho al resultado.
En fin, una noche memorable que nos proporcionó tal vez el mejor Haendel que se haya escuchado en el Auditorio Nacional.