Chaikovski en su hora
Si hay un compositor que ha sido tan triturado por la cátedra como amado por el público, ese ha sido Piotr Ilich Chaikovski. En la prehistoria de muchos aficionados se encuentran esas situaciones en las que se podía pensar que a uno le gustaba Chaikovski, pero no decirlo, a pesar de que las razones para lo primero superaban con creces a sus opuestas. Parecidos calvarios han sufrido, y sufren todavía, Puccini o Sibelius. El primero por culpa de quienes no asumen que la emoción pueda nacer de una escritura impecable y, de rechazo, creen que en música no puede funcionar la libertad de los sentimientos frente al análisis técnico. En el segundo, la coartada perfecta llegaba de las críticas de un Adorno que al fin fracasó en sus intentos desmotivadores. En ningún caso, nada comparable al desprecio del mundo académico y de buena parte de la crítica por un Rachmaninov que ha acabado por reivindicarse solo.
Hoy estamos en un momento dulce de la música chaikovskiana y del universo que rodeó al compositor que, recordemos, pasa por su vida personal pero también por su cosmopolitismo, su cultura, su acercamiento a los poetas de su tiempo y la influencia que recogió y, al mismo tiempo, fue capaz de transmitir y que rastreamos en Mahler, Sibelius o Shostakovich.
Dos teatros de ópera españoles están representando óperas de Chaikovski en los días en los que se escribe este editorial. En el Gran Teatre del Liceu se ofrece Eugenio Oneguin y, en el Palau de les Arts, La dama de picas. Dos obras maestras que han resistido siempre, junto al Boris Godunov de Musorgski, la competencia con el repertorio alemán, italiano o francés y, ahora, los absurdos intentos de cancelar la cultura rusa tras la invasión de Ucrania por las tropas del dictador Vladimir Putin.
Tanto en Eugenio Oneguin como en La dama de picas se ha apostado por directores de escena que han marcado su propia época, tan distintos entre sí como son Christof Loy en el caso del coliseo barcelonés y Richard Jones en el valenciano. Por ende, se produce en ambas situaciones la doble circunstancia de un planteamiento muy razonable: el aprovechamiento de una producción tan rodada como prestigiosa en Valencia y la colaboración entre tres teatros —Norske Opera de Oslo, Real de Madrid y Liceu— en Barcelona.
No sólo es la ópera, pues también los discos han ofrecido en los últimos tiempos lecturas del compositor ruso que ofrecen a quienes los escuchan nuevas panorámicas. El ejemplo más claro es el de la serie dedicada a las sinfonías, los conciertos para piano y orquesta y alguno de sus poemas sinfónicos por parte de Semyon Bychkov dirigiendo a la Filarmónica Checa y con Kirill Gerstein como solista. Y, más recientemente, el álbum en el que el tenor Piotr Beczala y el pianista Helmut Deutsch unen a nuestro mal amado con su compatriota no menos denostado Serguei Rachmaninov en un disco con romazas de uno y otro.
También recientemente ha aparecido una magnífica —y amplísima con sus ochocientas páginas— biografía de Chaikovski a cargo de Alexander Poznansky, seguramente la más importante de cuantas se han escrito sobre el compositor que, además, recibe en la traducción española su primera edición mundial. Y una película que ha recibido en general excelentes críticas: La mujer de Chaikovski, de Kirill Serebrennikov. Una vez más el cine nos ayuda a replantearnos la realidad de alguien desplazado por la historia de todos pero no por su propia historia. La figura de Antonina Miliukova aparece bajo el doble prisma de la obligación vital de aceptar su carga personal mientras en el territorio de lo ideal hubiera sido la mujer del compositor más famoso de Rusia. En un creador en el que lo autobiográfico está siempre tan presente, una cinta como esta ayuda a reconsiderar determinados aspectos de lo que ya sabíamos, no tanto del personaje como de su circunstancia.
En fin, que Chaikovski continúa su lucha contra ese destino que tanto le importaba pero que ha hecho de su camino a la gloria un sendero demasiado tortuoso y de su nombre una suerte de dilema estético. ¶
[Imagen: La dama de picas en el Palau de Les Arts. Foto: Miguel Lorenzo/Mikel Ponce]