César Álvarez (director de orquesta): La cultura es aquello que marca nuestra percepción de la historia

César Álvarez (1973) es de esos directores de orquesta que, por desgracia, no es profeta en su tierra. Su fama y buen hacer lo han llevado a ser el director titular durante diez años de una de las orquestas más antiguas de Rusia: la Filarmónica de Tomsk, siendo asiduo en teatros emblemáticos como el Mariisnki. Durante el mes de diciembre, vuelve a España para ponerse a los mandos de la Orquesta Sinfónica de la Comunidad de Madrid en la producción de Giselle que el Teatro de la Zarzuela ofrecerá del 9 al 22 de diciembre. Nos reunimos con él en un hotel del céntrico barrio madrileño de Malasaña. Acaba de tener uno de sus primeros ensayos con la orquesta y las ganas e ilusión, están a flor de piel.
Empecemos por la bienvenida. Los directores de orquesta han sido de los más perjudicados en este parón cultural producido por la Covid-19. ¿Cómo ha sido su vuelta a los escenarios?
Mis primeras cancelaciones ocurrieron a principios de marzo. La segunda semana tenía un concierto en Moscú y Kazán con Pavel Gomziakov, y aunque los organizadores del concierto me animaban a ir, viendo la situación del resto de Europa, decidí cancelar. Justo ese fin de semana Europa se cerró. Para un músico que desde joven vive viajando de un lado a otro, quedarte en casa sin hacer nada es una sensación extraña. Al principio piensas que estás de vacaciones, pero hay un momento en el que la inactividad y la falta de seguridad frente a un futuro incierto empiezan a hacer estragos. En verano volvió la actividad a algunos países. En España fuimos pioneros. Pero mi mercado, por ahora, no está en España. Muchos eventos vieron su solución en una posible reprogramación cercana, pero en la industria que nos atañe —que precisa de años vista para programar temporadas— intentar reinsertar de golpe tres o cuatros meses de conciertos es un arte minucioso que pocas veces consigue encajar a la perfección. Yo lo pasé mal. En septiembre conseguí volver a los escenarios con unos conciertos que tenía en Rumanía.
¿Cómo vio la situación cultural y sanitaria en Rumanía frente a lo que hemos vivido aquí?
La primera ola nos pegó mas fuerte a los países mediterráneos que a centro Europa. En Rumanía, las orquestas, pese a llevar mascarilla, tocaban sin distancias de seguridad ni pantallas en los vientos. Ahora la situación es completamente distinta. La segunda ola les ha atacado más a ellos y toda la actividad cultural está paralizada, mientras que aquí no. Lo que sí me llamó la atención es que en Rumanía, el gobierno ha hecho una partida de presupuestos destinada a I+D que ayuda a las orquestas a invertir en tecnología para realizar streamings de calidad. Eso les permite al menos, poder trabajar aunque sea sin público.
Vuelve a casa por Navidad para dar cuerpo y forma a Giselle, uno de los grandes ballets jamás compuesto ¿Cómo han sido sus primeras sensaciones?
Ahora mismo vivimos en una convulsión continua. Incertidumbre y duda rigen nuestro día a día. Y por eso mismo, frente al caos, es el mejor momento para volver a los grandes clásicos: Shakespeare, Beethoven, Chaikovski… Como especie, nos encontramos sin rumbo. La solución frente a esta crisis de espíritu reside en aquellos valores que las grandes obras de la música, de la literatura, del arte…, siempre nos han mostrado, aunque antes no lo viéramos. La última versión que hice de Giselle fue la de Ratmansky. Una coreografía que, pese a ser contemporánea, es de corte clásico. La propuesta en Madrid es totalmente diferente e innovadora. Los meses de confinamiento, además, me han ayudado a hacer una relectura diferente de la Giselle que ya conocía.
¿Qué le ha aportado esta revisión de la partitura de Giselle?
La vida se acaba condensando en dos lineas claras: amor y odio. Ambos se manifiestan mediante guerras, tratados, acuerdos, conflictos… Es curioso cómo la cultura es aquello que marca nuestra percepción de la historia. El arte prevalece, y después, algún que otro conflicto anecdótico. Pero es imposible entendernos sin cultura. Cuando cualquiera de nosotros necesita echar un ojo al pasado va a museos, bibliotecas, grandes complejos arquitectónicos que nos muestran el encanto y la delicadeza de otros tiempos. Esta relectura me ha ayudado a poner los puntos sobre las ‘íes’, entendiendo lo importante que supone para nuestro ‘yo’ actual, volver a esa belleza del pasado que nos hace mejores personas.
¿Qué diferencia al ballet del resto de disciplinas musicales?
La danza es totalmente diferente al resto de géneros escénicos de la música clásica. Si bien en la ópera, la guerra se da entre palabra y música, en el ballet los bandos están regidos por el escenario y el foso. Podríamos interpretar la danza como “palabra en movimiento”. Giselle es un ballet cuya música está escrita en total correlación con los movimientos a desarrollar por los bailarines. Por eso mismo, el director de orquesta debe de entender a la perfección ese lenguaje no escrito; el del movimiento, para que la música vaya en armonía y concordancia con la danza. Ambas deben de estar al mismo nivel y el director de orquesta, al servicio de los bailarines. Todo esto, dentro de unos parámetros estéticos que hacen que funcione de forma orgánica. Hay directores que entienden que la importancia reside en la música: Siempre se habla de forma anecdótica de cómo Yevgeny Svetlanov en el Bolshoi, entendía la partitura siempre como un elemento sinfónico, dándole prioridad sobre el ballet. Amaba los tempi lentos y los bailarines se tiraban de los pelos para intentar seguirlo. Gran parte de los coreógrafos que trabajaron con él, se fueron pues no podían soportar una coreografía a ritmos tan lentos. Musicalmente era un genio, pero su idea se ceñía al de la partitura como sinfonía, y el resto de elementos escénicos debían de seguirlo.
¿A qué handicap se suelen enfrentar las orquestas que no están acostumbradas a tocar ballet?
Toda orquesta sinfónica puede enfrentarse a un ballet perfectamente. Es el director quien debe de intentar hacerlos más dúctiles, más flexibles, explicándoles que posiblemente los tempi que desarrollaremos no son los mismos que utilizaríamos si hiciésemos esa obra en versión concierto. La orquesta debe escuchar esa “palabra en movimiento” de la que hablábamos antes para hacer volar a los bailarines. Aún así, con la Orquesta de la Comunidad de Madrid, que está acostumbrada a hacer mucho foso mediante zarzuelas y ballets, estos conceptos no hace falta ni explicarlos porque los entienden perfectamente.
¿Qué supuso Giselle para la escuela de ballet rusa?
La danza surge y se estiliza en Francia. Muchos títulos, tuvieron éxito en el resto de Europa un tiempo, y de repente, desaparecieron. Otros, sin embargo, calaron en el público y permanecieron durante años en cartelera como si fueran ya una tradición propia. Giselle llega a San Petersburgo a los pocos años de su estreno. Fue un ballet que funcionó desde el primer momento, y mientras desaparecía del resto de teatros europeos, en San Petersburgo iba cosechando éxitos año sí, año también. Cuando el Zar invita a Marius Petipa a trabajar en los teatros imperiales de San Petersburgo, el bailarín francés recoge esta tradición de Giselle y le da forma. Hay mucho debate sobre qué música es original de Adolphe Adam y cuál se introdujo más tarde. Se cree que hay elementos añadidos de Ludwig Minkus e incluso algunos del propio Chaikovski. A partir de aquí, se desarrolló una tradición entorno a la nueva escuela rusa de Petipa que ha llegado hasta nuestros días.
Chaikovski se influenció en gran parte por Giselle…
Chaikovski decía que para cualquier persona que quisiera escribir un ballet, Giselle era la biblia. Cuando Petipa llegó, le hablaron de un ballet recién estrenado por un joven compositor llamado Piotr Chaikovski, cuyo éxito fue efímero. Le entregaron entonces la partitura de El Lago de los Cisnes, y Petipa, cuya mente artística era prodigiosa, inmediatamente se dio cuenta que aquella música simbolizaba un paso adelante hacia el ballet del futuro. Chaikovski estudió la estructura del ballet, y según esas formas establecidas, compuso música sinfónica. Cuando Chaikovski descubre Giselle, encuentra el modelo que estaba buscando para sus obras posteriores. Es imposible entender los ballets de Chaikovski sin echar un ojo a Giselle.
Las Navidades siempre traen a la cartelera la magia de los ballets y los musicales. ¿Cómo se siente llegando al Teatro de la Zarzuela para dirigir, junto a la Orquesta de la Comunidad de Madrid, Giselle?
Para mí es todo un privilegio poder volver a mi país, dirigiendo una de las obras del repertorio que más amo. Creo que por parte del teatro, es un acierto en los tiempos que corren, programar obras de magia y fantasía como Giselle. Además, es curioso, pero la gente está hambrienta por consumir cultura. Todavía no hemos estrenado, y ya hemos colgado el cartel de ‘Agotado’ en todas las representaciones.
¿Qué nos encontraremos, los consumidores de cultura, en esta nueva propuesta?
Joaquín De Luz ha hecho un trabajo asombroso enriqueciendo el concepto de Giselle, trasladando la magia del romanticismo alemán a nuestro romanticismo tardío con las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer, sus bosques encantados, sus espíritus de la noche… Se introducen elementos de la escuela bolera, que no se salen del concepto ya que, incluso en tiempos de Chaikovski, el uso de danzas populares era común dentro de la festividad del ballet. La música no cambia, pero mediante la introducción de estos elementos extramusicales, el concepto evoluciona. Si yo estuviera en la piel de Joaquín, estaría totalmente tranquilo.
¿Después de Giselle, a dónde cabalgamos?
En enero, vuelvo a Rumanía para grabar el Concierto para violín, nº1 de Shostakovich y Danzas Sinfónicas de Rachmaninov. Si febrero lo permite y las restricciones se flexibilizan, podré volver a Rusia para proseguir con los conciertos que me cancelaron durante el confinamiento.
Nacho Castellanos