Centenario del tango moderno
En 1919 compuso, publicó y grabó el pianista Enrique Delfino su tango Sans Souci. El título alude a la despreocupación pero también recuerda el nombre del palacete que ciertos monarcas del siglo XVIII destinaban a sus episodios de ocio y descanso. Tal vez equivalga al madrileño Buen Retiro. En todo caso, el tango empezaba a mostrar gestos de afrancesamiento propios de una cultura portuaria y cosmopolita atribuida a la ciudad de Buenos Aires. Así aparecerán tangos llamados Coome il faut, Frivolités, Claudinette, El Marne, Grisette, Mimí Pinson, Marguerite Gautier o en cuyas letras se alude a personajes de la literatura francesas como Manon, Des Grieux y los bohemios de Murger.
En lo musical, Delfino, un profesional cultivado, amplía el fraseo de modo que la melodía se impone, desplazando las cortas frases muy apegadas al ritmo, propias del tango anterior, que empieza a denominarse de la Guardia Vieja. Nace, entonces, la Guardia Nueva, caracterizada por los lugares estables como las confiterías, los cines y los cabarets en el centro de la capital. Pronto, el disco y la aparición de la radio, antes que el cine sonoro, masificarán estas músicas. Se habla de tangos-romanza y en Europa se inventa un tango agitanado, el tango tzigane.
Un tango melódico permite prescindir del baile, una de las características del tango primitivo y su mala fama inicial: música de suburbio, de bajos fondos, de burdeles, danza procaz con parejas fuertemente enlazadas que miman con piernas entreveradas el encuentro sexual. Coplillas obscenas y el uso del lunfardo – la germanía del delito – completaban un cuadro que la sociedad decente rechazaba aunque los organillos callejeros consiguieran seducir la memoria popular con sus desafiantes cantinelas.
Había que adecentar el tango y la Guardia Nueva se encargó de hacerlo con una rápida y brillante sofisticación de medios, tanto en lo instrumental como en lo cantable. El tango ganó públicos en Europa y Estados Unidos. Es ocioso pero cabe recordarlo: el tango de entonces sigue en pie fuera de la Argentina gracias a las grabaciones de Carlos Gardel, el cantor por excelencia de la Guardia Nueva. Y si tango es sinónimo de modernidad y vanguardia a través de Astor Piazzolla, es porque hubo una renovación que, en su momento, fue la vanguardia del gusto popular. Cabe añadir que la década de 1920 que inaugura la obra de Delfino, es una época de vanguardias: ultraísmo en poesía, racionalismo en arquitectura, teatro independiente experimental, dodecafonismo en lo sinfónico, cubismo sintético en pintura.
Fueron los años que antecedieron a la Gran Depresión y al golpe de Estado militar de 1930. Tal vez la Argentina había vivido demasiado sans souci, sin preocuparse de un mundo que había sido descalabrado por una guerra universal. El tango auroral de la Guardia Nueva es contemporáneo del tratado de Versalles, que auguraba una paz duradera. No fue así. El siglo, como canta Enrique Discepolo, entonces un joven actor aficionado a la poesía del tango, el siglo XX se mostraba “problemático y febril.”
Blas Matamoro
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