CARTAGENA / Achúcarro: Talento, sabiduría y destreza

Cartagena. Auditorio El Batel. 24-V-2019. Joaquín Achúcarro, piano. Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia. Directora: Virginia Martínez. Obras de Grieg, Nielsen y Smetana.
Contar con la participación de ese patriarca del pianismo español cual es el vizcaíno Joaquín Achúcarro ha significado todo un hito en la programación de la presente temporada de la Orquesta Sinfónica de la Región de Murcia (ÖSRM). Poder admirar su arte con una de las obras más queridas del repertorio, el Concierto para piano y orquesta en La menor, Op. 16 de Edvard Grieg, ha supuesto una experiencia para la orquesta, su titular y el público realmente inolvidable. Su aparición en el escenario ya produjo una inmensa ovación que tuvo varias réplicas a lo largo de su actuación.
Lo primero a destacar es el sonido. Achúcarro tiene tantos recursos en su pulsación que sabe el peso de cada nota, especialmente si es el que mantiene, justifica armónicamente y determina la línea de canto. Este hecho puede parecer obvio por necesario, pero es dificilísimo de lograr con el talento con el que el maestro vasco lo realiza. Tal destreza le permite hacerse siempre dueño de la situación del discurso con una finura y delicadeza verdaderamente sorprendentes. Así se pudo percibir en su entendimiento del primer movimiento en el que adoptó ese lugar de convergencia que ha de tener el piano como equiparable réplica polifónica a la que sustenta la orquesta, haciendo gala de un determinante dominio cinestésico, fruto de esa experimentada sabiduría que solamente tienen y despliegan los grandes maestros de la interpretación. Achúcarro parecía situarse más allá de la idea del compositor haciendo una versión sumamente personal sin desvirtuar en momento alguno la impronta de la primigenia inspiración que la alienta. Era como si estuviéramos ante un pianista del siglo XIX, con las connotaciones místico-románticas que ello comporta.
Aspectos de articulación, limpieza y fraseo pasaban a un nivel tan secundario que podrían entenderse tan accesorios que no pasaban de ser interesantes en su percepción, pero que no influían demasiado en la calidad de una prestancia musical verdaderamente subyugante. Como ejemplo la grandiosa cadenza que antecede a la conclusión del primer movimiento. El pianista sublimó el mensaje del compositor hasta cotas inefables en expresividad y sentido, haciendo real esa clasificación que desde la antigüedad pone la música en el selecto grupo de las cuatro vías de conocimiento, Quadrivium, que sigue siendo válida para comprender su inmensa importancia entre las artes. Sólo a este nivel de transferencia de autor a intérprete se puede entender su concepto de este pasaje tan sustancial de la obra. La primera ovación se avecinaba, ya que el público no pudo reprimirse a la conclusión del movimiento hasta el punto de sorprender al maestro que, abrumado, se vio obligado a saludar varias veces.
Un colorismo lírico sustanció su recreación del Adagio central donde Achúcarrro prodigó su capacidad de diálogo con Virginia Martínez, que conducía a su orquesta con esa primorosa discreción que pide su contenido melódico lleno de poética afección, dando sentido a su desvanecimiento como enlace del acentuado y vital Allegro final. La contrastada tensión danzística entre el piano y la orquesta en este movimiento fue creciendo dando la sensación de esa dulce competitividad que necesita su acción musical con la que solista y directora justificaban y realzaban sus funciones.
El público de pie ovacionó nuevamente con intensidad y denuedo, lo que llevó al maestro Achúcarro a brindar una deliciosa interpretación del Nocturno, Op.9-2 de Alexander Scriabin, que llevaba a recordar a Vladímir Sofronitski, por la pureza de su canto y la claridad de su articulación, para terminar con una pieza de Chopin que le sirvió para desconectar de tanta tensión mantenida. Inolvidable.
Virginia Martínez dejo al principio del concierto la sensación de un trabajo bien hecho con su interpretación de la Obertura ‘Maskarade’ de Carl Nielsen, encontrando ese aire vodevilesco que la caracteriza a través de un bien conjugado contrapunto y un vivaz ritmo como el apuntado en su fugato central, así como el buen encaje obtenido con la orquesta en su frenética coda. Anticipaba de alguna manera su más que interesante versión en la segunda parte de una selección de tres poemas sinfónicos de los seis que componen la conocida Má Vlast (Mi patria) de Bedrich Smetana, en un orden que favorecía una ideal interrelación sinfónica.
Inició su interpretación con Sarka, poema al que dio ese colérico carácter de esta heroína dolida por la infidelidad de su amante. Le siguió Blanik, en el que acentuó su descriptivismo haciendo que cada instrumento de la orquesta asumiera máxima responsabilidad expresiva, para terminar con Moldova, donde la directora entró en simpatía con el fluir del nacional río bohemio hacia el Elba, sabiendo entender con agudeza la función plástica de la música de programa aquí envuelta en un etéreo aire de rondó. Se cerraba así un concierto completo en esencia y potencia con el maestro Achúcarro como incuestionable estrella.