Carlos Kleiber y Lorin Maazel, dos grandes directores y un mismo día

El destino quiso que, el 13 de julio de 2014, no fuese tan sólo el décimo aniversario del fallecimiento de Carlos Kleiber, sino también la fecha del inesperado óbito de otro gran maestro del podio y riguroso coetáneo suyo: Lorin Maazel. No me consta que ambos tuvieran ninguna amistad, aunque compartieron grandes orquestas como La Scala de Milán y la Filarmónica de Viena.
Maazel cubrió, en más de una ocasión, al esquivo y cambiante Kleiber. Sucedió en la versión musical de la película sobre Otello, de Verdi, que filmó el recientemente desaparecido Franco Zeffirelli, en 1986. Pero no me puedo olvidar de una anécdota que me contó Clemens Hellsberg, antiguo presidente de la Filarmónica de Viena, y que retrata a la perfección a estos dos grandes directores.
En diciembre de 1982, Carlos Kleiber preparaba el último concierto de suscripción de ese año con la Filarmónica de Viena, que iba a incluir una filmación de la Cuarta sinfonía, de Beethoven. Su relación con la orquesta vienesa pasaba por momentos dulces, aunque todo se torció dos días antes del concierto. Y, más concretamente, durante el ensayo del segundo movimiento de la obra. Kleiber estaba obsesionado con la figura rítmica de dos notas que se repetía, una y otra vez, al inicio del Adagio en los segundos violines. Representaba, según él, las dos sílabas del nombre de la Amada inmortal. Tras unos minutos, en los que la tensión fue en aumento, Kleiber estalló. Y gritó a los filarmónicos vieneses: “Ustedes no están tocando ‘The-res’ sino ‘Ma-rie’”. Los músicos se quedaron boquiabiertos y asistieron atónitos al espectáculo del director de orquesta recogiendo sus papeles, presa de la furia, y saliendo a toda prisa de la sala dorada del Musikverein en busca de un taxi que le llevase al aeropuerto.
Ante la gravedad de la situación, y a tan sólo dos días del concierto, Hellsberg llamó a un director de confianza para la orquesta: Lorin Maazel. El maestro estadounidense se presentó al día siguiente por la mañana para hacerse cargo del ensayo general y del concierto in extremis. A su llegada, y antes de comenzar el ensayo, dijo que no quería escuchar una sola crítica contra su colega por la espantada que había protagonizado. Pero, antes de elevar su batuta, añadió algo más: “De todas formas, creo que el señor Kleiber se equivocaba: Beethoven en realidad no quería representar, en ese inicio rítmico del Adagio de la Cuarta sinfonía, a ‘The-res’ –se detuvo y sonrío– sino a ‘Maa-zel’”.
Pablo L. Rodríguez
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