Carlos Gorostiza, cien años: El pan de la locura

Hay quien estima que el azar no existe. Por no existir, para ellos no existen ni siquiera las casualidades. Verán. Leo en estos días escritos de autoría argentina. No faltan Borges y Bioy, disfrazados de Bustos Domecq (o convirtiéndose en tal), la joven Mariana Enríquez, Lucía Puenzo (que sabe hacer muy buen cine), Juan José Saer, uno de los mayores escritores del pasado siglo en lengua española y en cualquier lengua; el cercano pero ya desaparecido Ricardo Piglia, un lujo de prosa y de intensidad de tramas; a los lejanos Marcos Denevi y Beatriz Guido, a la que muchos dicen olvidada y a la que otros siempre recuerdan para condenar su antiperonismo… Estas y otras firmas. Es una delicia transitar por las páginas de Sebreli o volver a Antonio di Benedetto o Haroldo Conti, a Roberto Arlt, a Rodolfo Walsh o Manuel Puig (la obra de éste me conmocionó en mi juventud).
Y en esas decido leer una pieza teatral de Carlos Gorostiza el domingo día 7. Y así lo hago. Se trata de El pan de la locura, una hermosa obra de las que el propio Goro preparaba con su grupo La Máscara, uno de los nombres más importantes de aquella época de teatro independiente argentino, que en cierto modo prefiguró lo que sería el teatro independiente en algunas ciudades españolas del tardofranquismo durante la década siguiente. Al comenzar la lectura veo una nota biográfica de Goro. Sí, sabía que nació en 2020, pero… pero no que había nacido el 7 de junio, precisamente. Es decir, sin darme cuenta le estaba rindiendo homenaje a Carlos Gorostiza, autor de obras de la importancia de El puente o esa maravilla del teatro breve, de menos de una hora, que es El acompañamiento. Nadie es capaz de una (digamos) autocrítica nacional tan penetrante sin necesidad de ser cruel como la de esta breve pieza estrenada en un ciclo de teatro que trataba de respirar libertad justo después de la caída de la dictadura feroz que habían inaugurado tipos siniestros como Videla y Massera y que había propiciado la potencia amiga, Estados Unidos (además de la osadía y la torpeza de la guerrilla que se creyó el canto guevarista).
¿No es una casualidad? ¿Qué es, entonces? Dudo que Goro, fallecido en 2016 con noventa y seis años recién cumplidos, me hiciera ninguna señal desde la otra orilla. Nos conocimos poco. En la AAT, entonces llamada Asociación de autores de teatro -y hoy Autoras y Autores de Teatro- le nombramos socio de honor por el mérito de su obra. Allí estaba él, no sé en qué momento de principios de este siglo; y su hermana, la actriz Analía Gadé, y algo conversamos en la ceremonia, en el paseo triunfal por la exposición de libros de teatro en el Círculo de Bellas Artes y durante el almuerzo. Pero no lo suficiente para que el día de su centenario me invitara a una lectura. Pero fue así, eso es lo cierto.
El pan de la locura, de 1958, contiene una situación, más que una historia. Hay una epidemia, pero parece que hay unos responsables. Al final se evidencia que no, que la epidemia es real, pero los responsables no. Alguno de los personajes necesitaba un castigo, pero no puede contar con este desengaño: la harina de centeno no estaba lo bastante “envenenada”. Tendrá que dejar salir lo que, de todos modos, ya nada puede detener ahí dentro. Sí, lector querido, cual invoca Dostoievski en Noches blancas: El pan de la locura tiene su toque de actualidad.
Aquí delante tengo los cinco libros (acaso se hayan publicado más, no sé) del Teatro de Carlos Gorostiza, Ediciones de la Flor, Buenos Aires. Si pueden hacer al menos con uno, tal vez sería importante que se fijen en el tercero. La colección no sigue la cronología. Y en el tercero se incluyen las siguientes piezas: El puente, El pan de la locura, Los prójimos, ¿A qué jugamos? y El caso del hombre de la valija negra.
Podría lamentar la ausencia de autores argentinos y latinoamericanos en las carteleras españolas. Pero lo cierto es que también faltan autores españoles. En tiempos podías ver en los teatros una pieza de Jorge Díaz, otra de Dürrenmatt, otra de Martín Recuerda o de Rodríguez Méndez o Buero Vallejo, incluso de Alfonso Sastre. Todo ello junto al teatro burgués, al comercial de Alfonso Paso y sus imitadores, al teatro ínfimo, a todos. Ahora, la cosa cambió. El teatro finge sobrevivir en las catacumbas y la fugacidad de los escondrijos oficiales. Habrá que preguntarse por qué. De momento, les dejo con la casualidad de ese 7 de junio, cumpleaños de Goro, cien añitos. Felicidades, volveré a ti, seguiré con estos libros de Ediciones de La Flor.
Oigo a mis espaldas: mira lo que cuenta el viejo Santi, sus pequeñas casualidades a las que pretende cargar de sentido. Ay, Santi, con lo que tú has valido…