CANTABRIA / Raíces de futuro en la Schubertíada
San Vicente de la Barquera. Iglesia de Santa María de los Ángeles. 28-IV-2023. Roman Rabinovich, piano. Bach: Variaciones Goldberg. Comillas. Palacio de Sobrellano. 29-IV-2023. Johanna Wallroth, soprano. Malcolm Martineau, piano. Obras de Schubert, Ives, Ullman, Sibelius, Rangström, Grieg, Liszt y Debussy.
En muy poco tiempo la Schubertíada de Cantabria se ha convertido en una de las citas más esperadas de la temporada musical montañesa y, probablemente, en la más relevante aparte de los grandes eventos estivales. Para las localidades que la acogen es tan fenomenal contar con artistas de tal valía como lo es para ellos actuar en lugares tan hermosos como Comillas o San Vicente de la Barquera, en los que se resumen todos los encantos de las regiones del norte: el aire del mar, la cercanía de la montaña, los verdes prados y un patrimonio excepcional que los hace reconocibles a primera vista.
Esta segunda edición arrancaba con la presentación en nuestro país de Roman Rabinovich (1985), al que recibió una noche brumosa y ligeramente lluviosa alrededor de la prominente iglesia barquereña de Santa María de los Ángeles. Codirector del ChamberFest de Cleveland y muy activo en Israel, donde en 2008 obtuvo el Segundo Premio en el Arthur Rubinstein (el primero quedó desierto), ofreció al piano unas Variaciones Goldberg de notable sobriedad, matizadas y contenidas, dotadas del pulso mesurado de los clásicos. No deslumbrantes una a una, sino coherentes en su conjunto.
Podía advertirse en ellas un reflejo de la manera tranquila de hacer música de András Schiff, con quien ha mantenido encuentros desde hace varios años. Siendo palpable su influencia en ese largo camino hacia la austeridad, en esa renuncia a la grandilocuencia y a las emociones forzadas, en ese legato terso que le permitía prescindir completamente del pedal para obtener una ejemplar transparencia (n° 10), dadas por supuestas la técnica que demanda la obra y la concentración necesaria para abordarla entera de memoria, se permitió ser ligeramente más lento que su mentor hasta clavarla en ochenta minutos. Lo que destacó, en cualquier caso, fue el valor dado al silencio, como si lo convirtiera en un estado interior del compositor. El silencio permite pararse a pensar, sentir el paso del tiempo. Y los silencios que Rabinovich logró tras el aria inicial, la variación n° 15 (en estilo emfindsamer, como la n° 25) y el desenlace de la obra resultaron tan locuaces y significativos como las propias notas.
El segundo de los cinco conciertos de esta edición estuvo dedicado a la siempre admirada Victoria de los Ángeles por su centenario y se celebró en una sala del neogótico palacio de Sobrellano de Comillas, un marco ideal para recrear un ambiente cercano a las originales schubertíadas. Supuso el descubrimiento para muchos de los allí presentes de la soprano sueca Johanna Wallroth (1993), de su depurado arte y de su voz preciosa, límpida y envolvente, de su sensibilidad y su capacidad de sugerencia, en un programa dedicado en su primera mitad a Schubert y ampliado en la segunda hasta bien entrado el siglo XX.
Si uno podía pensar de inicio que una voz como la suya sentaría mejor a los lieder más ligeros, por su gran expresividad logró sacar todo el jugo dramático de Die junge Nonne y dar hondura a Nacht und Träume. De esa sutileza, de sus matices, de su musicalidad, de ese tono cambiante entre lo jubiloso y lo oscuro, se impregnaba el resto del programa según transitaba por sus distintos ambientes, desde el romanticismo plenamente asumido de Liszt (Pace non trovo) hasta el lenguaje afilado de Ives (Memories, The Cage) o el atrayente lirismo de Grieg, Rangström o Sibelius. Tan pequeño todo, y a la vez tan grande. Y grande es la talla artística de Malcolm Martineau, un narrador total en quien el lied adquiere su forma de representar la vida en sus claridades y sus sombras.
Asier Vallejo Ugarte