Camino de la estupidez oficial
Hace unos meses, en plena apoteosis de la catástrofe pandémica, me referí en otro foro, al leer una de las muchas estupideces que se escribieron en aquellos días con conclusiones demenciales respecto a lo que la pandemia significaba (del tipo de “es un mensaje de que hay demasiadas personas mayores”, por ejemplo), a una escena magistral de esa magnífica película titulada El discurso del Rey.
Es aquella en la que el tartamudo Duque de York se enfrenta por vez primera al que había de ser su terapeuta, Lionel Logue. En un momento dado, el Duque, nervioso, se dispone a encender un cigarrillo. Logue le ruega que no lo haga. “Mis médicos dicen que relaja la garganta”, replica el Duque. A lo que Logue, a su vez, contesta: “sus médicos son tontos”. Airado, le apunta el Duque: “Son todos caballeros (“sirs”)”. Y Logue cierra el debate con una conclusión de magistral contundencia: “entonces son oficialmente tontos”.
Camino vamos de certificar oficialmente muchos rasgos de estupidez colectiva bajo el manto, insoportable en su pesadez censora y decididamente dictatorial, de la corrección política. Me he desayunado hoy con un artículo delirante del jefe de los críticos musicales del New York Times, Anthony Tommasini, cuyo titular ya certifica oficialmente la idiotez: “Para hacer que las orquestas sean más diversas, terminen con las audiciones ciegas”. Pueden leer la pieza en cuestión aquí: https://www.nytimes.com/2020/07/16/arts/music/blind-auditions-orchestras-race.html.
Las audiciones ciegas, es decir, con biombo, se instauraron precisamente para evitar chanchullos en la selección de los músicos. Es cierto que los evitan solo en parte, pero no creo que nadie discuta que son un medio importante para intentar facilitar la igualdad de oportunidades con la que se supone deben partir los candidatos. Si la elección va a ser digital, o sea a dedo, sobran de hecho las audiciones, con biombo o sin él.
El señor Tommasini, convertido a favor de corriente en apóstol de la diversidad, ha decidido que la mejor manera de que entren más músicos de otras razas en las orquestas, para asegurar una mayor diversidad, es que las pruebas no se hagan a ciegas. Así que para favorecer la diversidad, nos cargamos la igualdad de oportunidades, la recompensa a las capacidades artísticas y técnicas y todo lo demás que quieran ustedes poner, y seleccionamos, con una discriminación positiva perfectamente justificada por ese valor superior que es la diversidad, a quienes tienen razas diferentes de la actualmente mayoritaria en las orquestas, léase la caucásica.
La iniciativa del señor Tommasini representa a las mil maravillas la peligrosa deriva de idiotez supina que está inundando la sociedad actual. Confundimos la magnesia con la gimnasia, la velocidad con el tocino, y parecemos olvidar que, en la selección profesional, lo que debe primar es elegir al mejor, sin que importe que sea mujer, hombre, negro, oriental o blanco.
Yo lo tengo claro. Si necesito un abogado, quiero que sea el mejor. Si necesito un cirujano, quiero que sea el mejor. Me echo a temblar pensando que triunfe esta tendencia demagógica postulada por estos evangelistas de la soflama panfletaria que se olviden de que lo que debe primar es elegir al mejor. Y sí, por supuesto que, a igualdad de méritos, es razonable que se consideren otros factores. Pero abrir la puerta a que el mérito principal sea tener otra raza y no a que sea un músico con la competencia debida es, creo, muy peligroso, además de, como aquellos médicos del Duque de York, oficialmente estúpido.
Rafael Ortega Basagoiti