Café, cruasanes y música
Durante el verano de 1683, el ejército del gran visir Kara Mustafá asedió Viena, como ya habían hecho antes turcos en 1529. Este segundo sitio de la ciudad imperial de los Habsburgo austriacos concluyó el 12 de septiembre, tras dos días de batalla en la cercana montaña de Kahlenberg, donde los jenízaros de Mustafá se enfrentaron a coalición formada por el Sacro Imperio Romano Germánico del emperador Leopoldo I y la Mancomunidad Polonia-Lituania (Liga Santa) que comandaba el rey polaco Juan III Sobieski. Vencieron los austriacos, que se libraron de los turcos y, de paso, reforzaron su hegemonía en Europa.
La victoria austriaca tuvo tres gloriosos efectos colaterales. El primero, la introducción del café en Europa: cuando los turcos huyeron en desbandada, dejaron atrás 25.000 tiendas de campaña, 10.000 bueyes, 5.000 camellos y una abundancia enorme de oro. Sin embargo, el más grande tesoro fueron 500 sacos de café que habían quedado abandonados en una de esas tiendas de campaña. El botín fue distribuido, pero nadie quería esas semillas tan extrañas, porque no sabían qué hacer con ellas, excepto uno de los espías polacos, al que se dio permiso para abrir la primera casa de café en Viena, ya que él había conocido esta bebida durante su estancia en Estambul. A la mayoría de los vieneses no les agradaba el café por su amargor y por la cantidad de posos que contenía, así que decidieron filtrarlo y añadirle un poco de crema y miel. Nació así el “café vienés”.
El segundo efecto fue el cruasán (o croissant). Una noche, los turcos, comprobado lo inexpugnable de las murallas, intentaron acceder a la ciudad por un túnel que habían estado cavando durante varias semanas. Los panaderos austriacos, que trabajaban a esas horas, oyeron ruidos en el subsuelo, dieron la voz de alarma y los otomanos, sorprendidos, tuvieron que retroceder. Al acabar el sitio, el emperador, agradecido a los panaderos vieneses, los condecoró. Estos, en reciprocidad, elaboraron un nuevo bollo, al que denominaron Halbmond, es decir, media luna, pues era ese el emblema que lucía en la bandera de los sitiadores.
El tercer efecto fue musical: para festejar la victoria, Anton Schmelzer (hijo del gran Johann Heinrich Schmelzer) compuso una sonata, con no pocas reminiscencias otomanas, a la que bautizó como Sonata Victori der Christen (también conocida como Turkenschlachtbei Wien 1683). En realidad, no compuso nada nuevo, sino que llenó de adornos y disonancias por aquí y por allá una de las Sonatas del Rosario de Heinrich Ignaz Franz von Biber, La Crucifixión. Pero el arreglo no pudo resultar más hermoso.
Les ofrezco un simbólico desayuno dominical con café (vienés, si les gusta), cruasanes y música. La versión que se pueden escuchar aquí de la Sonata Victori der Christen es simplemente maravillosa y pertenece a uno de los más impresionantes discos que he tenido ocasión de escuchar en los últimos años. Jolanta Sosnowska (violín), Tore Eketorp (violone), Mirko Arnone (tiorba) y Magdalena Malec (clave) son sus intérpretes.
Eduardo Torrico
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