Busoni polemista
En 1916 publicó Ferruccio Busoni un Esbozo de una nueva estética musical con una curiosa dedicatoria a Rainer Maria Rilke, definido como un “músico de la palabra”, quizás una suerte de compositor verbal. El texto busoniano es más que interesante y merece ser traducido al español, igual que mereció unas decisivas glosas de Arnold Schoenberg y un epílogo de H. H. Stuckenschmidt. A este último traigo a colación por sus observaciones acerca del Busoni polemista.
El tema es axial: ¿qué se interpreta cuando algo se interpreta? Aquí vale traducir. En español, en efecto, cuando estudiamos una pieza decimos que la ensayamos a la vez que la interpretamos, es decir que la traducimos. Bien pero entonces ¿cuál es el original? Sin él, desde luego, no hay traducción posible. En otras lenguas, más o menos vecinas, la cosa se complica. Tanto en alemán (Wiedergebung), como en francés (repétiotion) e italiano (repetizione, proba) la tarea se vincula con toda una profesión, la del Korrepetitor o maestro de repertorio o pianista acompañante, según se prefiera. En cualquier caso, la figura dominante es la repetición. Se trata de repetir algo dado, seguramente que dado para siempre por el compositor en los impasibles pentagramas de su obra.
Aquí se alza Busoni en contra de la pretendida objetividad universal y absoluta a la cual debe someterse el intérprete. Despectivamente, don Ferruccio denominaba a quienes esto predicaran llamándolos “legisladores”. En contra, proponía la intervención del sujeto, sin el que la versión es imposible, además de una categoría filosófica de la obra artística. La explicó su paisano Benedetto Croce: si bien toda obra corresponde a una forma y a un género, es decir a generalidades, resulta igualmente única porque tiene la compostura – en música: la composición – que necesariamente ha de tener.
A esta radical singularidad de la obra se une la del intérprete, ejecutante o traductor. Dado que la música ha de darse en un lapso, la ejecución ocupa una parte de tiempo que, como todo fragmento temporal, es única. Entonces: hay que abolir la noción de repetición. No por acudir a una partitura, siempre igual a sí misma, “repetida”, se repite cualquier lectura anterior a la que estamos escuchando. El momento equivale a una primera versión, a un estreno pues ni el que ejecuta como el que escucha lo volverán a vivir. Igualmente caben los asombros, los descubrimientos, los gozos y las desilusiones, como en la vida misma. La música suena y resuena, precisamente, porque está viva, orgánicamente viva y no mecánicamente reiterada.
Busoni conocía muy bien la escritura musical del clasicismo. Lo prueban sus transcripciones para piano de Bach. Evidentemente, dado que Bach no pudo conocer los pianos modernos, la redacción de sus partituras de tecla necesitaban una transcripción. Por somera que fuese no dejaba de ser una especie de traducción, de decir lo mismo como si no lo fuera. En esta encrucijada se advierte que Busoni polemizaba desde un punto de vista ya nada clásico sino romántico. La unicidad vital de la cosa objetiva y su despliegue subjetivo, de la perennidad al transcurso temporal, del inerte papel pautado a la palpitación del cuerpo vivo, nada de esto podría repetirse. Cualquier aficionado lo sabe aunque nunca sobran las reflexiones de un maestro.
Blas Matamoro