BURGOS / La OSCyL, contra la bestia gótica
Burgos. Catedral. 30-III-2021. Fundación VIII Centenario de la Catedral. Orquesta Sinfónica de Castilla y León (OSCyL). Escolanía de Segovia. Directora: Lucía Marín. Obras de Mozart, Michael Haydn, Fauré y Pergolesi.
De igual modo que no es lo mismo jugar en un estadio vacío que hacerlo con el rugido de cien mil gargantas, que empujan al equipo y condicionan su juego, no es igual interpretar música en el espacio acústico de un auditorio que hacerlo en una catedral. El director ha de conocer este dato y adaptar su dirección a la presencia de ese jugador número doce, al que es imposible ignorar. Las leyes acústicas de la catedral de Burgos son precisamente eso, leyes, por lo que, si uno quiere que la música le salga bien, debe, imperativo, respetar ese código.
La directora Lucía Marín dirigió a la OSCyL con la excelente mano que posee de ordinario, pero ignoró que se encontraba en las entrañas de la bestia gótica. El sonido de una OSCyL de plantilla reducida, tan bien empastado como siempre, tan pulcro y aterciopelado, quiso sonar en los dos primeros movimientos de la Sinfonía nº 29 de Mozart, pero tras un comienzo destartalado en el tercero, quizá un primer síntoma de desorientación sonora de los músicos, la bestia fue apuntando golpes en su haber. Nos dejó claro a todos que el minueto, esa concesión al gusto de los salones aristocráticos, no encaja en una catedral a no ser que el director se tome en serio el conseguirlo. Las escalas rápidas del finale, que la OSCyL y su directora hubieran ofrecido plenas de vida y de humor en un auditorio, se mezclaron en la resonancia y resultaron irreconocibles. Se puede tocar esta sinfonía en esta acústica, pero hay que saber gestionar a ese jugador número doce.
Con el susto de haber visto a la bestia devorar a mi querida OSCyL, surgió la voz del coro. Cuarenta niños cabalgaban a lomos no ya de una bestia, sino de un manso y hermoso caballo blanco. El contraste fue brutal. La catedral demostró que está construida para dar vida a la música de voces, la música que se componía cuando se puso piedra sobre piedra en el elevado cimborrio renacentista. La Escolanía de Segovia trajo la luz a través de unas voces bien trabajadas, de perfecto empaste y alto grado de corrección. Quizá le faltó una chispa de vida o de fantasía, pero eso, posiblemente hubiera quebrado dicha perfección. Preciosa la pieza de Michael Haydn Laudate pueri Dominum. La bestia, amiga de los niños, parecía haber sido calmada por ellos. Así lo confirmaron los dos motetes de Fauré, Ave María y Mater gratiae, que asimismo vinieron a devolvernos la fe en la música instrumental concebida para acústica de iglesia. Fantástica y envidiable la educación vocal que reciben los niños segovianos por parte de Marisa Martín, su directora. Solo al final del concierto evidenciaron una cierta fatiga.
La obra final, el Stabat Mater de Pergolesi es, sin duda, una partitura muy bien pensada para esta misma acústica: su orquestación, su coro y sus solistas ofrecen un equilibrio perfecto a una obra perfecta. No es casualidad que el mismo Bach la plagiase (o parodiase, si se prefiere) en su salmo BWV 1083. Pero la bestia no hace prisioneros: o eres su amigo o eres su enemigo. Cuando la OSCyL, plena de discreción y buen gusto en su acompañamiento, y el coro se habían aliado con el caballito blanco, este mudó de nuevo en una grotesca hidra en cuanto un elemento perturbador hizo acto de presencia. Se trata de la amplificación, el infausto invento de la megafonía eléctrica en las voces de las dos solistas vocales. A ver cuándo aprenden los directores a plantarse ante las exigencias de los solistas (si acaso fue este el motivo) de incluir amplificación para que se los oiga más. No hace falta. La acústica de la catedral es la que es. Y es un regalo de Dios para la buena música. La electricidad hace que todo suene artificial, desequilibrado y feo. Un Stabat Mater que prometía ser precioso quedó convertido en la carcajada grotesca de la bestia gótica, que se burlaba así de quienes osaron a emplear artificios que no existían cuando fue construida. Incluso la estatua de san Esteban que tenía sobre mí en la nave lateral apartó ligeramente su cuello en expresión de dolor (me pareció escucharle: “Esto sí que es un martirio”). Y así se quedó. ¿Acaso Pergolesi contaba con electricidad cuando compuso la obra? ¿Acaso la Piedad de Miguel Ángel necesita ser mejorada con una capa de pintura fucsia? Pues no cambien una obra como esta, porque la electricidad lo vuelve todo peor. Lo desequilibra y lo estropea. Se dejó de oír el coro en muchos momentos, como en el bonito arreglo del Pie Jesu de la propina.
La implacable bestia gótica ofrece toda su ayuda divina a la música vocal, a la música para órgano y seguirá esperando a los profetas de la música orquestal que saben transformarla en ese manso caballito blanco.
Enrique García Revilla