BUENOS AIRES / Final feliz del Festival Argerich

Buenos Aires. Teatro Colón. 30-VII-2023. Festival Argerich. Martha Argerich, Iván Rutkauskas, Alan Kwiek y Marcelo Ayub, pianos; Jaquelina Livieri, Laura Pisani y Florencia Burgardt, sopranos; Guadalupe Barrientos y María Luisa Merino, mezzosopranos; Santiago Martínez, Darío Schmunck e Iván Maier, tenores; Hernán Iturralde y Fernando Radó, bajos. Grupo Vocal de Difusión (dir.: Mariano Moruja) Orquesta del Teatro Colón. Director: Charles Dutoit. Obras de Stravinski, Schumann y Beethoven.
La quietud íntima y sencilla de la primera de las Escenas de niños de Schumann puso la tarde del domingo punto final al Festival Martha Argerich, que desde el 15 de julio ha congregado en el Teatro Colón de Buenos Aires estrellas de la interpretación musical contemporánea. Fue un concierto feliz protagonizado por la Orquesta y Coro titulares del propio teatro bajo el gobierno de Charles Dutoit y el protagonismo solista de Argerich. Clausura feliz no solo por el carácter radiante y contento de las tres obras del singular programa –Las Bodas de Stravinski, la Cuarta de Schumann y la Fantasía Coral de Beethoven-, sino también por las interpretaciones que Argerich -sobre el escenario una jovencita de 82 años en plenitud- y su ex-marido Charles Dutoit -otro chaval en forma increíble a sus 86 años- destilaron ante un auditorio incomparable que adora a su diosa Martha.
La apasionada afición del Colón, que ruge y se desgañita ante la música como si estuviera en un estadio de fútbol, enloqueció definitivamente tras concluir la Argerich su versión cargada de matices, luces, virtuosismo y fuerza romántica de la Fantasía coral. Ni se sabe cuántos minutos y cuántas salidas a escena se sucedieron tras su radiante y vigorosa interpretación, contagiada de ese fervor humanista que luego Beethoven -hijo de 1789- culminará en la Novena sinfonía, de cuyo cuarto movimiento la Fantasía Coral parece ensayo.
En el estruendo del éxito, de los vítores y bravos, y casi obligada por Dutoit a sentarse en el taburete, finalmente la antidiva total que es Argerich sacó genio y, en un instante calló a todos y congeló la escena con un Schumann regalado -las cuatro susurradas notas de la primera página de Escenas de niños– que se sintió como una confidencia personalizada al oído de cada uno de los -ahora- tres mil niños que colmaron el teatro y se emocionaron colectivamente con la magia sencilla y sin vericuetos de este Schumann infantil llegado “de tierras lejanas, de países extraños”.
Antes, de nuevo en el programa oficial, Las Bodas de Stravinski encontraron en el gobierno de Dutoit una versión que enfatizó los nuevos y buenos aires, neoclásicos, de esta obra maestra y severa, comenzada en 1914 y denominada por el compositor “cantata coreográfica”. En ella, Stravinski escucha el dodecafonismo, rompe con el estilo de sus tres grandes ballets precedentes, y se torna deudor del Sprechgesang (canto-hablado), el novedoso tratamiento vocal introducido por Schönberg en Pierrot Lunaire, estrenado en 1912, es decir, apenas dos años antes de que él comenzará a trabajar en Las Bodas.
Dutoit, stravinskiano de primer orden desde siempre, desde su aprendizaje con Ernest Ansermet (quien precisamente dirigió el estreno de Las Bodas, en París, el 13 de junio de 1923, en el Teatro de la Gaîté), tampoco descuido la fuerte impronta rusa de las cuatro partes de esta obra maestra y original, para la que Stravinski se inspiró en fuentes populares de su Rusia natal, pero de un modo equiparable al “folclore imaginado” de Falla. No exageró el gran Serguéi Diághilev, destinatario de la partitura, cuando, según escribe Stravinski, le dijo con lágrimas en los ojos: “Es lo más bello y lo más puramente ruso que ha salido de tus manos de compositor”.
El antiguo alumno de Ansermet encontró un equilibrio perfecto entre las raíces rusas de la obra y los ocultos perfumes franceses que la habitan, e hizo así asomar la belleza que en su día encontró Diághilev. La agrupación coral Grupo Vocal de Difusión, dirigida por Moruja, lució sus mejores cualidades en una tarde redonda, en la que también destacaron los seis oportunos solistas de percusión, los bien seleccionados cantantes -todos argentinos- y un descompensado cuarteto de pianistas en el que pareció imposible calibrar la autoridad natural de Argerich con el resto. No por afán protagonista de ella -nada más lejos de la realidad- sino acaso por una comprensible timidez ante el peso de su leyenda.
Si la Fantasía beethoveniana -que anuncia y canta el futuro de una nueva y fraternal humanidad- y Las Bodas stravinsquianas -una ceremonia prenupcial que sirve de excusa para describir las actitudes del colectivo de aldeanos ante el feliz acontecimiento- son obras definitivamente felices, no lo es menos la Cuarta sinfonía de Schumann, cuya atmósfera aparece insuflada de vitalidad triunfalista. Así lo entendió Dutoit, que contagio de ánimo, exigencia y brillantez a los profesores de la Orquesta Estable del Teatro Colón, quienes, de su mano experta y maestra, cuajaron una empastada, calibrada y más que notable lectura en la que hay que destacar los impecables solos del concertino. Fue la guinda de un concierto que deja las puertas abiertas a la próxima edición, de nuevo poblada de ilustres nombres de la pléyade de amigos, colegas, paisanos y virtuosos que constituyen la variopinta e “inabarcable familia” Martha Argerich, personaje y personalidad únicos y fascinantes. Tanto como su pianismo sin tiempo y ya eterno. Inolvidable.
Justo Romero
Fotos: Arnaldo Colombaroli