BUENOS AIRES / El Colón vibra con Charles Dutoit y ‘The Rake’s Progress’

Buenos Aires. Teatro Colón. 18-VII-2023. Ben Bliss (Tom Rakewell), Christopher Purves (Nick Shadow), Andrea Carroll (Anne Trulove), Patricia Bardon (Baba La Turca), Hernán Iturralde (Trulove), Alejandra Malvino (Mamá Oca), Darío Schmunck (Sellem), Alejandro Spies. Coro y orquesta estables del Teatro Colón. Dirección musical: Charles Dutoit. Dirección de escena: Alfredo Arias. Stravinsky: The Rake’s Progress.
Ópera única y singular, The Rake’s Progress (La carrera del libertino) es uno de los más sagaces, conmovedores, crudos y tiernos títulos de la segunda mitad del siglo XX. Sus “tres actos y un epílogo” han recalado ahora en el Teatro Colón en una nueva, sagaz y efectiva producción del veterano director de escena argentino Alfredo Arias. En el foso, al frente de los rodados cuerpos estables del teatro bonaerense y un adecuado elenco vocal de alto rango, un stravinskiano tan experto y reconocido como el suizo Charles Dutoit (1936), quien tan cerca creció de su paisano Ernest Ansermet.
El éxito, contundente y cargado de ese fervor operístico tan característico de la afición bonaerense, no se manifestó solo en los encendidos aplausos de un público silencioso que destila y delata solera, sino también, en el hecho, maravilloso e impensable en España, de que las cuatro funciones programadas hayan colgado el “no hay billetes”. Y esto en un teatro de 3.000 localidades, que ayer estudiaba la posibilidad, sobre la marcha, de sumar una quinta función. ¡Maravilla! Y encima, entre concierto y concierto del Festival Argerich, que se prolonga a teatro abarrotado hasta el 30 de julio en el mismo escenario.
Stravinsky se metió en la aventura de The Rake’s Progress en 1947, a partir de un libreto en inglés, ágil, irónico, agudo y definitivamente genial, del poeta y ensayista británico Wystan Hugh Auden, quién se inspiró en la colección de grabados y aguafuertes de William Hogarth A Rake’s Progress (1735). El compositor, que contaba entonces 65 años, es un Stravinsky lejano al rompedor compositor que arrasaba en el París de la segunda década del siglo XX con sus ballets plenos de vanguardia y novedad. Y fue él mismo quien dirigió el estreno, en 1951, en La Fenice de Venecia, con el lujo de Elisabeth Schwarzkopf en el papel de Anne Trulove.
Como Falla y otros grandes, Stravinsky fue un compositor en permanente renovación. Aquí, en The Rake’s Progress, aparecen todos los stravinskys, desde el que guiña a la Commedia dell’Arte (con la moraleja final: “Al hombre ocioso, el diablo acecha”), al neoclásico de Edipo o Perséphone. También el Stravinsky que introduce el arcaísmo del clave en la orquestación, o el que escucha la tradición coral rusa de sus maestros, con Rimski-Kórsakov a la cabeza. Músico de su tiempo concreto –“No vivo en el pasado ni en el futuro. Estoy en el presente”-, en la carrera a la autodestrucción del ingenuo libertino Tom Rakewell, habitan y se suceden, efectivamente, los stravinskys de ayer, de su “hoy” y su “mañana”.
Stravinsky, que dirigió varias ocasiones en el Teatro Colón (incluso el oratorio-opera Perséphone, en 1936, en versión en español de Jorge Luis Borges, dos años después del estreno en París) hubiera aplaudido con fervor argentino esta nueva versión. Charles Dutoit, en plenitud a sus joviales 86 años, obtuvo plata de los mimbres del Colón, entregados al dictado de un maestro que, ante todo, combinó temple, precisión y lenguaje en una versión cuyos únicos –y muchos– acentos y énfasis radicaban en la partitura y no en el capricho de un maestro que toda la noche evidenció su voluntad de fidelidad a la partitura. Y esta lealtad fue, precisamente, su mayor genialidad: servir un Stravinsky en estado puro, exento de manipulación, demagogia o baratas retóricas. Escuchó a los cantantes y hasta cantó con ellos, en una visión en la que foso, escena, coro y solistas quedaron escrupulosamente calibrados, incluso en los pasajes en los que secciones del coro intervenían desde el alejado fondo de la platea o en los palcos, con el plus de dificultad que entrañan las distancias gigantescas de una sala de la inmensidad del Colón.
Alfredo Arias (1944), nombre relevante de la escena argentina y contemporánea desde su residencia parisiense, enmarca la acción en un espacio único diseñado por Julia Freid, pero en continua transformación, gracias al hábil movimiento escénico y a una iluminación de muchas estrellas de Matías Sendón. Julio Suárez, por su parte, ha diseñado un vestuario ad hoc, vistoso y precioso, que caracteriza con humor, extravagancia y realismo los rasgos de cada personaje, y que contribuye a la redondez escénica de este espectáculo de altos y finos vuelos dramáticos. Una visión que cuenta con fluidez, claridad y lejana a cualquier artificiosidad la historia autodestructiva del “cándido” Tom Rakewell, incentivada por el “diablo” Nick Shadow, a quien, como explica Arias en el programa de mano, “podemos ver en esta puesta en escena no solo como una representación del mal, sino como la voz oscura que circula en el cerebro del libertino y que lo llevará por tortuosos caminos a su propia destrucción”.
Al final, y sobre todo tras el epílogo, en el que cada personaje casi se ríe de sí mismo –un cierto falstaffiano “Tutto nel mondo è burla” –, salpimentado con su pizca de moralina a la commedia dell’arte, el espectador sintoniza y se identifica con todos los muy variados personajes. Como si todos, desde el cándido Tom a la enamorada Anne; desde el mismísimo diablo a la ternura grotesca de la barbuda Baba La Turca; del interesado subastador al padre que quiere lo mejor para su hija, cohabitaran en lo recóndito del cerebro complejo e inescrutable de cada uno.
En el nivel general del hilvanado reparto vocal, destacaron el histriónico y embaucador Nick Shadow del barítono Christopher Purves, que bordó una actuación sobresaliente, de poderoso empaque vocal y escénico. Como contrapartida, la soprano estadounidense Andrea Carroll se metió en la piel del gran personaje de Anne Trulove con su voz ligera, emitida con precisión, afinación y bellísimos registros. Creció desde la inocencia inicial a la gran escena final, en el manicomio, con la intensa escena de amor en su adiós a “Tom/Adonis”, en una “canción de cuna” en la que Stravinsky se abandona a sus aristas más tiernas y cálidas.
El tenor ligero Ben Bliss fue en todos los sentidos un más que notable Tom Rakewell. Físicamente, estupendamente caracterizado, da el tipo. También vocalmente, con una interpretación entregada y decididamente involucrada en la escena. Cantó con candor, entrega, generosidad y tintes belcantistas. Al final, él, el libertino, es el gran perdedor, la víctima de todo y casi de todos. Pero a diferencia de Don Giovanni, este inocente libertino se quedará en el limbo.
La mezzo irlandesa Patricia Bardon tuvo el privilegio de dar vida al humanísimo personaje de Baba La Turca, un rol bien rodado que ha marcado su carrera y le ha valido importantes nominaciones. Cumplieron con solvencia, profesionalidad y maneras el barítono Hernán Iturralde (Trulove) y la mezzo Alejandra Malvino en el pintoresco personaje de “Mamá Oca” ¿Guiño al Ravel de Ma mère, l’oye? Funciones así, óperas así, revitalizan el género operístico y crean afición. En Buenos Aires, lo saben bien. ¡Bravo! En el momento de cerrar esta crítica, los del Colón seguían buscando la manera de programar una función extra. ¿Qué mayor éxito?
Justo Romero
(fotos: Máximo Parpagnoli)