BUENOS AIRES / El abrazo de dos colosos: Goerner y Petrenko

Buenos Aires. Teatro Colón. 29-VII-2023. Festival Argerich. Nelson Goerner, piano. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Director: Vasili Petrenko. Obras de Rachmaninov y R. Strauss.
Impresionante y sobre todo gozoso el penúltimo concierto del Festival Argerich, con dos colosos como el pianista Nelson Goerner (1969) y el director Vasili Petrenko (1976), quienes junto con la Filarmónica de Buenos Aires firmaron una vibrante y centelleante Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rachmaninov. La hinchada del “Colón” rugió una vez más ante el despliegue de colores, virtuosismo y romanticismo del bueno que volcaron ambos artistas abrazados en una versión henchida de frescura e imaginación. Luego, en la segunda parte, Petrenko y los filarmónicos bonaerenses narraron una objetiva Sinfonía Alpina más inclinada por la descripción que la vaga evocación.
Hace ya muchos años, en junio de 1992, que un joven pianista argentino llamado Nelson Goerner dejó boquiabiertos a todos en la Expo de Sevilla, cuando tocó en el Teatro Maestranza el Tercero de Rachmaninov, en sustitución de su paisana Martha Argerich. Tres décadas después, aquel joven de 22 años es uno de los grandes del teclado del siglo XXI. El sábado, de nuevo con Rachmaninov y junto con la misma orquesta de entonces, su pianismo fulgurante, forjado, entre otros maestros, con Maria Tipo, relució la vitalidad y entusiasmo de entonces. El “decíamos ayer” sigue hoy vigente: “Al igual que la Argerich, Goerner dispone de una potente y sólida pulsación, que, unido a una técnica casi infalible (su versión del virtuosístico concierto de Rachmaninov fue impecable), le permiten aplicar unas dinámicas que en otro intérprete resultarían exacerbadas, pero que en su caso (también en el de la Argerich), enfatizan el nervio y carácter deslumbrante. Esta característica no es óbice para que los pasajes líricos sean expresados con un sonido riquísimo de matices y una expresividad verdaderamente inusitada”.
Tres décadas y el mismo pianismo y virtuosismo. La joven plenitud de entonces se mantiene intacta. Algunos tiempos de vértigo que en otros pianistas estarían abocados al precipicio, en Goerner son expresión y sentido virtuosístico, como un homenaje a los dos virtuosos que se funden en la Rapsodia maestra en forma de variaciones: Paganini y Rachmaninov. Violín y piano. Idealmente acompañado por el devoto rachmaninoviano que es Petrenko, Goerner hizo cantar el piano con el desparpajo y melodismo de las cuatro cuerdas y la opulencia armónica que suman las 88 teclas del piano. El sencillo y bienhumorado guiño final, después del derroche musical e instrumental, fue el broche genial que precedió a la explosión de un Colón lleno hasta la bandera y que adora a sus ídolos. Goerner, que debutó en el buque insignia de la cultura argentina ya en 1986, respondió a tanto afecto y reconocimiento con la intimidad del quieto Nocturno póstumo en do sostenido menor de Chopin.
La “excursión alpina” que es la onomatopéyica sinfonía compuesta por Strauss entre 1911 y 1915 constituye unos de los grandes monumentos sinfónicos del repertorio orquestal. Vasili Petrenko, que dirigió y grabó la obra sinfónica de Strauss en sus fecundos años al frente de la Filarmónica de Oslo (2013-2020), adora este repertorio, que él anima con maestría y sensibilidad de artista cargado de ideas, saberes y sugestiones. Picó piedra con la Filarmónica de Buenos Aires y la hizo sonar con esplendores inusitados en “uno de los mejores conciertos” que recuerdan los abonados. Su gesto claro, efectivo, natural y elegante, se complementa con la energía y autoridad que el petersburgués irradia desde el podio.
Relató cada episodio de la excusión con precisión, y subrayó matices sin dejar detalle inadvertido. Con opulencia instrumental apenas desdibujada por deslices instrumentales, hizo que se sintieran y escucharan el viento, el canto de los pájaros, las vacas y sus cencerros, el frío, el agotamiento, el amanecer, el clamor de la montaña y hasta la tormenta que se avecina. Grande de la batuta de nuestro tiempo, Petrenko escuchó bien el pentagrama y las palabras del creador de esta sinfonía “cuya música se ha gestado con la misma naturalidad con la que las vacas de los Alpes producen su exquisita leche”. Al final de la gozosa excusión alpina guiada por Petrenko, el Colón rugió como una tempestad alpina, casi como si la que hubiera dirigido hubiera sido la mismísima Martha Argerich, la venerada diosa del Colón.
Justo Romero
(fotos: Arnaldo Colombaroli)