BUDAPEST / El oro del Danubio
Budapest. Müpa. 20-23 de junio de 2019. Wagner, Richard: El anillo del nibelungo. Catherine Foster (Brünnhilde), Allison Oakes (Brünnhilde), Stefan Vinke (Sigfrido), Johan Reuter (Wotan), Tomasz Konieczny (Viandante), Stuart Skelton (Siegmund), Camilla Nylund (Sieglinde), Albert Pesendorfer (Hunding, Hagen), Péter Kálmán (Alberich), Gerhard Siegel (Mime), Atala Schöck (Fricka), Walter Fink (Fafner), Per Bach Nissen (Fasolt), Anna Larsson (Waltraute), Erika Gál (Erda), Polina Pasztircsák (Gutrune), Lauri Vasar (Gunther) y otros. Director de escena y diseñador de decorados: Hartmut Schörghofer. Dramaturgos: Christian Martin Fuchs y Dr. Christian Baier. Coro de la Radio Húngara, Orquesta Sinfónica de la Radio Húngara. Director musical: Ádám Fischer.
Con paciencia y buen hacer, Ádám Fischer, alma máter y factótum de los Budapest Wagner Days que se celebran desde 2009, lleva camino de convertir a la capital magiar en un Bayreuth del este y que el oro cambie de río y se instale en el Danubio. Por lo pronto, muchos wagnerianos que prueban, repiten. Las entradas se ponen a la venta con un año de antelación, y los espectadores fieles que acuden a los Wagner Days adquieren ya allí las entradas para el año siguiente. La combinación de precios muy razonables, la posibilidad de ver El anillo del Nibelungo en cuatro días, la gran calidad artística y el atractivo turístico de Budapest y alrededores convierten la no muy conocida propuesta en un evento muy a tener en cuenta. En los Wagner Days de 2018 se programaron El holandés errante, Tannhäuser, Tristán e Isolda y un recital de Camilla Nylund. Este año se han dado dos ciclos de El anillo del Nibelungo. Para 2020 se anuncian un ciclo de El anillo del Nibelungo, Maestros cantores y un recital de Waltraud Meier.
Los Wagner Days se celebran en el flamante Müpa, el Palacio de las Artes de Budapest, un espectacular edificio a orillas del Danubio, inaugurado en 2005, que alberga una sala de conciertos, un teatro y el Museo Ludwig de arte contemporáneo. Aunque la sala Béla Bartók es una sala sinfónica, un foso, un pequeño escenario, de escasa profundidad, con un muro hecho de paneles giratorios que funcionaban como pantallas de video, para proyectar siluetas de actores colocados detrás, o como puertas, la magnífica acústica y un uso imaginativo de la tecnología lo convierten en un improvisado teatro de ópera, en el que se presentan versiones semiescenificadas. Prima la música, pero la revisada escena Hartmut Schörghofer para El anillo del Nibelungo, sencilla, respetuosa con la obra, con vistosas proyecciones de video (ilustrativas, sugerentes, a veces ingenuamente divertidas, como la transformación de Alberich en sapo o la muerte del dragón) y una cuidada y muy ensayada dirección de actores, ayudan al espectador a sumergirse en el drama. No importa que los cantantes masculinos vistan de frac (¿acaso no van así vestidos en algunas producciones operísticas?) y sólo el vestuario femenino contenga detalles que puedan remitir a una representación convencional. Da mucho juego el uso de figurantes con elementos de atrezo, como cabezas de caballo en la bien resuelta cabalgata de las walkyrias, o los aterradores perros de Hunding. Wotan porta su lanza reglamentaria (no así Hunding ni Hagen, con lo que las muertes de Siegmund y Sigfrido se resuelven de modo poco convincente), pero no hay rastro de Notung, una omisión incomprensible que compromete algunas escenas de manera innecesaria. Como inteligente leitmotiv Schörghofer hace aparecer, sobre el escenario o el primer piso, a dos actores de negro riguroso y con alas, los omnipresentes cuervos de Wotan. Sólo la aparición extemporánea de un bailarín con frac y sombrero de copa rojos, trasunto de Loge, resulta molesta en ocasiones. Un alarde de concisión, en todo momento al servicio del drama, no de interpretaciones espurias.
En el foso, Ádám Fischer y la espléndida Orquesta Sinfónica de la Radio Húngara, formación sólida, de sonido cristalino, potente y compacto, con estupendos primeros atriles, son parte crucial del éxito de este Anillo y de los Wagner Days. Quizá la estrechez del foso, o la propia plantilla de la orquesta, impiden alinear más violines (conté sólo doce segundos), y en los momentos más ruidosos esta sección pierde presencia en beneficio de maderas y metal. Tocar y dirigir El anillo del Nibelungo en cuatro días seguidos es una proeza. Es comprensible que en El ocaso de los dioses la orquesta, hasta entonces impecable, acusara el cansancio y se produjeran algunas pifias anecdóticas. Fischer, sustituto del fallecido Sinopoli en el Anillo de Bayreuth en 2001, es un director de probada solvencia, un músico con mayúsculas, que conoce ésta y otras partituras wagnerianas del derecho y del revés. Su concentrada dirección, briosa y contrastada, con notable pulso teatral, plena de sutilezas, de acentos, no tuvo altibajos, y acompañó con mimo a los cantantes, como quedó patente de manera especial en la última escena de La Walkyria. La escena de la inmolación de Brünnhilde fue mágica. Por Fischer y por Catherine Foster. Inolvidable la gran coda orquestal y el larguísimo silencio tras la última aparición del motivo de la maldición.
En el importante reparto, la gran protagonista y merecida triunfadora fue Catherine Foster, una cantante que sigue creciendo. Brünnhilde en La Walkyria y El ocaso de los dioses, su actual Brünnhilde es mucho más madura, en lo vocal y en lo interpretativo, que la de 2013 en Bayreuth. La voz ha ensanchado; ha mejorado la proyección, que siempre fue buena. Su portentosa técnica le permite atacar con precisión quirúrgica las notas altas, limpias, perfectas, que llenan la sala. Es una cantante matizada, versátil, que puede ser lírica y amorosa o un volcán de pasiones. Jamás sale de la boca de Foster un sonido feo o forzado. En la última escena de La Walkyria se fue al agudo largo opcional en un “ihm innig vertraut” dicho en un solo aliento, trazando un arco perfecto, sostenida amorosamente por la flexible batuta de Fischer. Esto es canto wagneriano de altura, insólito en estos días. También ha mejorado en el aspecto escénico. Cuando ella está en el escenario los ojos no pueden mirar a otra parte. Su presencia impone. Sus gestos son sobrios y eficaces. Como su canto, su técnica actoral no conoce la exageración o el efecto gratuito. Muy inferior resultó la voluntariosa Allison Oakes, Brünnhilde en Sigfrido, de voz muy lírica, canto correcto (tirante en el registro agudo) mas totalmente plano e insulsa presencia escénica. No le favoreció tampoco el aspecto monjil y el vestido, prácticamente una combinación, con el que parecía la chacha del Walhall.
Stefan Vinke realizó la proeza de cantar los dos Siegfried en días consecutivos. Cantante desigual, supo dosificar sus esfuerzos y no acusó apenas el cansancio, terminando Ocaso fresco y sonriente. Pletórico, seguro, dado a los alardes, se fue al Do 4 opcional en el final de Sigfrido; y en la segunda escena del tercer acto de El ocaso de los dioses, alargó interminablemente el Do 4 en su “Hoiho!” de respuesta a las llamadas de trompa de la partida de cazadores, como si se tratara de un “Wälse!”. Estentóreo en ocasiones, supo plegar la voz y cantar legato, con delicadeza y soñador abandono, en su última escena, una especialidad suya. Vinke es un Sigfrido jovial, impulsivo, ingenuo, y simpático, facetas que brillaron especialmente en la deliciosa escena con las ondinas de El ocaso de los dioses. Hay pocos Sigfridos hoy día tan fiables y convincentes como Vinke.
Con su voz clara de bajo-barítono, Johan Reuter imbuyó de nobleza y humanidad a Wotan en El oro del Rin y La Walkyria. Fue el suyo un Wotan imperioso, pero, sobre todo, paternal, conmovedor y vulnerable. Convirtió su largo monólogo del segundo acto de La Walkyria en uno de los grandes momentos de este Anillo. Todo lo contrario del hierático Tomasz Konieczny, monocorde Viandante en Sigfrido, de voz tonante y emisión estrangulada y muscular. Para este firmante una de las grandes sorpresas fue Péter Kálmán, Alberich de auténtico lujo (ha grabado el Alberich de Ocaso con Jaap van Zweden para el reciente Anillo de Naxos). Una voz de gran calidad, que canta ¡y cómo! su ingrato papel, un Alberich sibilino, tornasolado, de creíble malignidad e imponente presencia escénica. Gerhard Siegel es siempre garantía de excelencia, y un caso singular de tenor que alterna papeles de primer tenor (Siegmund, Sigfrido, Tristan, Florestan, Baco) y papeles de tenor de carácter (Mime, Herodes). Con su voz caudalosa y penetrante ha hecho suyo el papel de Mime, un Mime multifacético, cómico o de trágico patetismo, excelentemente cantado, siendo el mejor enano de los últimos quince años.
La pareja de wälsungos estuvo encarnada por Stuart Skelton y Camilla Nylund. Skelton, de grato timbre, muy expresivo, fue un gran Siegmund, matizado, heroico y tierno a un tiempo. Sus dos “Wälse!”, potentes, larguísimos, irisados, fueron los más impresionantes que jamás he escuchado en un teatro. Nylund en cambio, fue una SIeglinde más contenida, vocal y escénicamente. Aséptica en el primer acto, se encendió un tanto en el segundo y estalló definitivamente en el tercero. Por algún motivo la finesa conecta mejor con la vena trágica de su personaje.
Con su gigantesca y amedrentadora talla, voz oscura y caudalosa, de trueno, y mirada torva, Albert Pesendorfer es la personificación del mal. Interpretó modélicamente al hosco Hunding y al maquiavélico y dominante Hagen. A buen nivel estuvieron también los otros dos bajos, Walter Fink, Fafner codicioso, rudo y atemorizador en El oro del Rin, algo mermado de facultades en Sigfrido; y Per Bach Nissen, Fasolt blando y enamoradizo.
De las tres voces graves femeninas brilló con luz propia Atala Schöck (Fricka), de voz y presencia física bellísimas, emisión mórbida y porte señorial. Una Fricka de voz cremosa, sobria, sinuosa y con clase, a la que los aspavientos y el histrionismo le son ajenos. A Erika Gäl (Erda) le perjudicó su posición fuera de escena (¿por qué?) tanto en El oro del Rin como en Sigfrido. Si ya a la voz, de graves desguarnecidos, le falta el necesario empaque, cantar fuera de escena merma considerablemente su impacto, de por sí muy justo. Decepcionante fue la prestación de Anna Larsson como Waltraute, glacial e insustancial. Un lujo del casting que no respondió a las expectativas. Foster tuvo que caldear la crucial escena ella sola, sin ayuda.
El resto del estupendo reparto, sin fisuras, rindió admirablemente. Christian Franz, Sigfrido habitual en teatros importantes, fue aquí un Loge sibilino y artero, con más peso vocal de lo acostumbrado. Por último, hay que destacar a la estupenda pareja de guibichungos, Lauri Vasar, Gunther débil y pusilánime de voz poderosa, que contrastaba a la perfección con el imponente Hagen de Pesendorfer; y Polina Pasztircsák, Gutrune con personalidad, que transmitió a la perfección su desengaño. El nutrido Coro de la Radio Húngara, muy aplaudido, tuvo una lucida actuación en El ocaso de los dioses, aunque la dirección de escena se ceba con él y lo convierte en protagonista del único momento grotesco de este Anillo ejemplar.