MADRID / Broche de oro al FIAS
Madrid. Iglesia de San Jerónimo el Real. 11-IV-2019. Alicia Amo, soprano. Sergio Foresti, bajo. Josep Domènech, oboe. Musica Boscareccia. Violín y director: Andoni Mercero. Obras de Bach.
Rascafría. Monasterio de Santa María de El Paular. 13-IV-2019. La Grande Chapelle. Director: Albert Recasens. Obras de Victoria, Guerrero, Palestrina, Giovanelli, Kerle, Bendinelli et al.
Eduardo Torrico
Parecía imposible, pero el Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid (FIAS) ha conseguido superar el nivel de excelencia de las tres ediciones anteriores. A lo largo de cinco semanas y de una sesentena de conciertos, la música —la antigua, la contemporánea y la alternativa— que se ha podido escuchar en el festival ha estado a veces en la frontera de lo milagroso, siempre con el atractivo añadido de los espacios históricos donde se han celebrado buena parte de los eventos. Dos de los últimos, dedicados a dos de los más grandes genios de la música de todos los tiempos, Johann Sebastian Bach y Tomás Luis de Victoria, sirvieron para poner un brillantísimo broche al FIAS, que, no obstante, suscita ahora no pocas incertidumbres en cuanto a su futuro, pues las próximas elecciones autonómicas podrían provocar un vuelco radical en la gestión cultural y, por ende, musical de la Comunidad de Madrid que afectaría a toda la organización del FIAS.
Hace ya algún tiempo, no mucho, que grupos españoles —me vienen ahora a la cabeza los nombres de Hippocampus y de Los Afectos Diversos— afrontan el Bach vocal sin complejos. Se ha unido ahora a la nómina Musica Boscareccia, que ofreció en la Iglesia de San Jerónimo un programa con tres cantatas del Kantor (Ich bin vergnügt mit meinen Glücke BWV 84, Der Friede sei mit dir BWV 158 y Liebster Jesu, mein Verlangen BWV 32), la Sonata en trío nº 3 en Re menor BWV 527 y el Concierto para oboe d’amore en La mayor BWV 1055.
A la admirable soprano del grupo, Alicia Amo (que, gracias a su formación en la Schola Cantorum Basiliensis, posee un dominio absoluto de la lengua alemana), se unió en esta ocasión el bajo italiano Sergio Foresti, a quien algunos seguramente identificarán más con Vivaldi y Monteverdi que con Bach. Ambos rayaron a notable altura en algunas de las maravillosas arias de estas cantatas (por ejemplo, Ich esse mit Freude mein weniges Brot o la que da título a la BWV 32), perfectamente arropados por la formación instrumental (el propio Mercero y Alexis Aguado a los violines, Kepa Artetxe a la viola, Aldo Mata al violonchelo, Xisco Aguiló al violone, Carlos García-Bernalt al clave y al órgano, y Josep Domènech, claro está, al oboe, instrumento que tiene en estas obras un gran protagonismo), la cual supo salvar los escollos que plantea la compleja acústica de este templo. Domènech tuvo ocasión también para su lucimiento personal en el Concierto para oboe d’amore BWV 1055, demostrando por qué está considerado en la actualidad como uno de los mejores —si no el mejor— oboístas barrocos del mundo.
La cofradía de la Resurrección de la Iglesia de San Giacomo degli Spagnoli organizaba desde 1759 en Roma una fiesta musical en la Piazza Navona con motivo de la celebración de la Pascua. Para la solemne ocasión, se engalanaba la plaza con arquitecturas efímeras, luminarias y fuegos artificiales. Era, por encima de cualquier otra circunstancia, una demostración del omnímodo poder que la Corona de Castilla ejercía sobre la mitad del mundo. Albert Recasens [en la foto] recuperó y llevo al disco hace unos años una recreación de lo que pudo ser esta fiesta, en la que uno de sus cofrades, Tomás Luis de Victoria, tuvo una destacada presencia como autor de buena parte de la música que en ella sonaba. Con su programa, Recasens quiso demostrar la influencia que Palestrina ejerció en su alumno Victoria y en otros músicos de aquella generación.
El director catalán ha llevado este mismo programa, algo aligerado (prescinde, entre otras obras, del Te Deum de Kerle), al Monasterio de Santa María de El Paular, rodeado de un amplio elenco vocal (tres sopranos, un contratenor, tres tenores y dos bajos) y de un no menos amplio conjunto de ministriles (tres sacabuches y dos trompetas naturales y cornetas), más laúd, violone y órgano positivo. El resultado, en el imponente marco de la capilla del monasterio (con su soberbio retablo mayor de alabastro, otra demostración del inmenso poder pretérito de Castilla), fue sencillamente fastuoso. Brillaron los vientos (especialmente Adam Woolf, que obtiene del sacabuche un sonido argénteo como muy pocos son capaces de lograr) y, sobre todo, tres de los cantantes: el contratenor Marnix de Cat, el tenor Tore Tom Denys y el bajo Matthew Gouldstone. Si les digo que los tres formaron parte de la última nómina de la llorada Capilla Flamenca (el grupo belga cesó en su actividad a mediados de 2014 tras la muerte del que había sido su fundador y director, Dirk Snellings), evito tener que dar muchas más explicaciones. El gran acierto de Recasens, más allá de su gran labor como musicólogo y como director de la Grande Chapelle), radica siempre en la acertadísima elección de sus colaboradores.