Brillante presencia española en la Bienal de la Danza veneciana
El 16º Festival Internacional de Danza Contemporánea de la Bienal de Venecia, también conocido en los medios internacionales como “Biennale Danza”, entra este fin de semana en su recta final tras diez días de llenos totales y actividades de éxito. Renace el festival en esta segunda edición bajo la responsabilidad artística del coreógrafo británico Wayne McGregor, la que puede considerarse como su consolidación, y donde perfila las líneas estéticas de su preferencia. Es McGregor un artista mucho más cerebral, meditativo y consecuente que su precedente inmediato, la canadiense Marie Chouinard. Ciclos de cine, instalaciones, coloquios, un intenso trabajo en el College con 18 jóvenes artistas internacionales (entre ellos, tres destacados españoles), espectáculos tanto convencionales como los que hacen uso de las más novedosas tecnologías, amplían una oferta vibrante que ha convocado a una nutrida prensa internacional europea y americana. Si, por un lado, es claramente la primera edición postpandemia, a la vez significa una seria toma de conciencia de contemporaneidad en las tendencias de futuro que nos rodean.
El artista de hoy, el luchador contemporáneo, siempre es un producto complejo frente a la disyuntiva y confrontación entre actos de vida y actos del arte; de esto habló en profundidad Walter Benjamin, y su preclara conclusión nos vale hoy, especialmente para algunas de las personalidades que hemos visto en la Biennale: el artista es su tiempo, aún si tuviera el propósito de trascenderlo; pertenece a su momento específico, y allí están las fuentes justificadoras de su arte. ¿Hacia dónde bascula el baile contemporáneo? Parece separarse con decisión de las pasadas dependencias teatrales y hay una expeditiva y muy evidente demostración de su propia energía y sus fuentes escolásticas. A la vez, se eluden ciertos cánones físicos tenidos por permanentes hasta hace muy poco. La moda civil irrumpe con fuerza y se plantean con claridad los candentes asuntos de género. Si algo queda claro es que los coreógrafos actuales usan de la música, sea original o consagrada, como una materia maleable, utilizada en voluntariosa plasticidad.
Saburo Teshigawara: Petrushka
Ha sido el galardonado con el León de Oro de este año y traía a escena una nueva versión de su Petrushka (originalmente creado en 2017), donde aparece en escena con su más estrecha colaboradora, la bailarina y performer Rihoko Sato. Para Teshigawara Petruschka es la abstracción de una marioneta simbólica, una entidad que transmite indefensión y protección en medio del caos. Esa lucha escénica se desarrolla sobre una partitura estructurada por el propio Saburo, donde hay partes de Sacre y mucho del ballet Petrushka, además de unos fragmentos de Nino Rota (extraídos de La strada y Las noches de Cabiria). La música debe ser también un estricto traje a medida para la acción coreográfica. La máscara de la marioneta cae al final, es retirada con rabia, y el artista ratifica su soledad mayor. Artista maduro y convencido de su discurso, Teshigawara es un ejemplo de creatividad vertical y rigurosa.
Diego Tortelli: Fo:NO
Diego Tortelli no es amado por parte de la crítica italiana, que se lo ha dicho negro sobre blanco varias veces; como bailarín, este joven creador empezó su carrera profesional en la compañía de la Generalitat Valenciana, y después pasó a trabajar por toda Europa. Sus decisiones muchas veces han sido contestadas con dureza, pero Tortelli parece explorar varias sendas a la vez. En el año 2021, venció la convocatoria para una nueva coreografía italiana de la Bienal de Venecia, que ha producido su trío bailado por Jin Young Won, Shay Partush y Luca Cacitti con una música electrónica de AGF apoyada por Timo Schnepf (beatboxer). El trabajo no es redondo ni perfecto, pero puede ser cristalizado, mejorado. Se ve el talento de Tortelli para crear atmósferas sugerentes. Esta pieza ha sido, además, coproducida por el Departamento de Cultura de la ciudad de Múnich.
Biennale College: S. Teshigawara: Performance Site Specific
Todos los años, la Bienal convoca su College para bailarines jóvenes, y esta vez, el japonés ha desarrollado un taller para 16 bailarines (8 hombres y 8 mujeres) en un poético cuadro coreográfico soportado por una música también editada por el propio Saburo (donde usa el Vals triste de Sibelius y un aria para contratenor de Handel, convenientemente manipulados, extrayéndose frases con las que construye hipnóticos loops). Con apenas el sugerido de tres frases de baile que se van enlazando en infinitas variantes, el trabajo es de una gran belleza, delicado a la vez que intenso. En este grupo de bailarines destacan con claridad algunos, y entre ellos, los españoles Javier Ara Sauco, Fernando Pérez y Muriel Bermejo, que hacen gala de una eficiente preparación. Este trabajo se yergue como mucho más que un ejercicio, con sus propios valores artísticos.
Gauthier Dance: Los siete pecados capitales
Eric Gauthier convocó en su sede de la Theaterhaus de Stuttgart a siete coreógrafos de hoy: Aszure Barton (Pereza); Sidi Larbi Cherkaoui (Avaricia); Sharon Eyal (Envidia); Marco Goecke (Gula); Marcos Morau (Soberbia); Hofesh Shechter (Lujuria) y Sasha Waltz (Ira) para una velada con siete coreografías independientes. Es un resultado prismático, variado, como no podía ser de otra forma, irregular en sus terminados y calidades. Es precisamente en Alemania donde más versiones hay de este tema (desde la pintura renacentista a Kurt Weill y Bertolt Brecht) pues ya se ha encargado el calvinismo de marcarlo a fuego en el imaginario colectivo. Los siete coreógrafos buscan su propia salida tanto en lo temático como en lo gestual, y más que competencia, hay una especie de juego complementario. Ahora habría que proponer a Gauthier el espectáculo con Las Siete Virtudes, oponentes clásicas a los siete pecados, pues seguramente estos mismos coreógrafos, u otros, tienen bastante que responder a las trajinadas convenciones entre el bien y el mal. La plantilla de 12 bailarines se exprime en un consumado virtuosismo.
Rocío Molina: Carnación
Rocío Molina (Málaga, 1984) es la ganadora este año del León de Plata de la Bienal, y su obra de estreno era muy esperada. Carnación cuenta con la colaboración en escena, como cantaor, guitarrista y actor, de Niño de Elche (Francisco Contreras). La unión de estos dos artistas da una luz especial, con sus sombras, en el escenario. La pieza trata del deseo y la carne, de lo hecho y lo imaginado, del papel de un catolicismo represivo y oscurantista que presiona los cuerpos y las ansias. El feligrés es la víctima propiciatoria. Con la desinhibición que le es característica, Rocío amalgama elementos de la tradición con otros actuales, dando a todo ello un sentido de dura materia contestataria. Dos ejemplos: acudió a unos artesanos del mimbre de Villaconejos de Trabaque (Cuenca) para que le fabricaran la enagua de armazón de una virgen procesional que ella luego usa como jaula de las puniciones, y convocó a Glü Wür, artista del “bondage” que la entrenó en los encordados y nudos de técnica Shibari, que en Carnation son llevados al terreno de los símbolos donde sus equivalentes son el cíngulo y el cilicio. Como siempre, el baile de Rocío demostró su raigambre, fuerza y dominio del espacio terrenal del buen flamenco.
Roger Salas
Fotografía:
Petrushka by Saburo Teshigawara & Performance Site Specific © Andrea Avezzù
Carnación by Rocío Molina / © Simone Fratini
Courtesy La Biennale di Venezia