MADRID / Brillante conclusión del ciclo Prokofiev en la Fundación March
Madrid. Fundación Juan March. Vladimir Ovchinnikov, piano. Obras de Prokofiev.
Santiago Martín Bermúdez
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xcelente final para el ciclo Prokofiev de la Fundación March. El pianista ruso Vladimir Ovchinnikov encaró dos sonatas juveniles de Prokofiev, una demasiado juvenil, la Primera; la otra, temprana también, aunque revisada y perfeccionada para el itinerante músico que llegaba a Estados Unidos desde la costa oeste, al revés que todo el mundo. La Primera sonata nos muestra que el joven músico asimiló la tradición, pero que empieza a estar en desacuerdo con su vigencia. Este desacuerdo ya había comenzado entre los compositores rusos, y ahí estaba Rachmaninov, renovador y simbolista (no conservador, como se dijo durante demasiado tiempo), para demostrarlo. Y era casi veinte años mayor. Fue entonces cuando Prokofiev desarrolló su peculiar vanguardia, en una época en la que todavía no había un sanedrín que te negaba categoría de vanguardista si no eras de obediencia vienesa (el sanedrín no lo inventaron los vieneses).
El recital de Ovchinnikov combinó las dos sonatas que faltaban en el ciclo con unas secuencias danzantes de Cinderella, el segundo de los tres ballets operísticos de Prokofiev (tras Romeo y Julieta y antes de La flor de piedra). Tras el saborcillo posromántico de la Primera, los fragmentos del cuento bailado llenaron de notas breves y ágiles la sala de la March, atestada de un público que ha seguido con calor la hermosa aventura del ciclo Prokofiev.
La culminación y el fin se dio, contra lo previsto, con la Tercera sonata, que fue la cabal y final demostración de la capacidad virtuosística de Vladimir Ovchinnikov. Como es de rigor en un virtuoso, Ovchinnikov dio de sí en momentos culminantes del Allegro tempestuoso en que consiste prácticamente toda la Tercera sonata, o en las acumulaciones danzantes de notas breves del ballet (La pelea, por ejemplo, tan hermana o prima hermana de las luchas de Romeo y Julieta); pero las partes no necesariamente íntimas, sino sencillamente despaciosas, acaso lentas, tuvieron su manera de desgranarse con delicadeza en los momentos marcados Vals lento, Amoroso, etc. El virtuosismo es eso, el combinarse de la capacidad gimnástica y la virtud que sabe contemplar, y hasta contemplarse. Por eso, Ovchinnikov hizo un espléndido recital, un magnífico fin de serie.
Tres propinas para alegrar la despedida, entre ellas la Marcha de El amor de las tres naranjas, para terminar con un breve Preludio de Rachmaninov, como si se nos dijera: él fue anterior a Sergei Sergeievich y lo indujo e influyó. No es el momento de ver otros aspectos de la relación de Rachmaninov y Prokofiev. Sin el éxito insuperable de Rachmaninov en Occidente, que en cierto modo relegaba al más joven, quién sabe si Prokofiev no hubiera tomando jamás la lamentable decisión de regresar a su país, con su esposa y sus hijos de rehenes. ¶