BREGENZ / La ‘Pasión’ de Judith
Bregenz. Werkstattbühne. 17-VIII–2023. Festival de Bregenz. Panisello, Die Judith von Shimoda. Anna Davidson (Okichi), Alexander Kaimbacher (Saito), Megan Kahts (Ofuku/Clive), Martin Lechleitner (Tsurumatsu/Kito), Harald Hieronymus Hein (Henry Heusken/Akimura), Gan-ya Ben-gur Akselrod (Osai/Ray), Timothy Connor (Townsend Harris), Karl Huml (Fürst Isa). Wiener Kammerchor. Amadeus Ensemble-Wien. Director musical: Walter Kobéra. Directora de escena: Carmen C. Kruse.
Un espejo inclinado sobre el escenario refleja lo que emana de él, la silueta yaciente de Okichi, a quien más tarde se conocerá como Judith de Shimoda según el mito que se elevará sobre aquel gesto que tuvo cuando su ciudad estaba a merced del ataque extranjero. La construcción del mito de esta japonesa es el argumento fundamental de esta ópera y lo que ese proceso conlleva: detrás de la historia de una heroína hay casi siempre otra de ignominia.
El relato original, escrito en 1929 por el dramaturgo japonés Yamamoto Yūzō, gira en torno a la llegada a Shimoda del primer cónsul estadounidense en Japón, Towsend Harris, quien amenaza con bombardear la ciudad cuando se estancan los acuerdos comerciales. Como el americano también está contrariado porque ninguna mujer japonesa trabaja en su casa como sirviente, la geisha Okichi decide hacerlo con la esperanza de salvar a su pueblo. Una vez al servicio de Harris, salva la vida del cónsul, enfermo del estómago, evitando con esa acción el bombardeo. Pero cuando ella vuelve a la ciudad, sus vecinos están lejos de recibirla triunfalmente. La rechazan y le recriminan haber sido una colaboracionista pro americana. Okichi intenta rehacer su vida casándose, pero su marido no es capaz de distanciarse del clima contrario e insidioso contra ella. Al final, termina refugiándose en el alcohol y en su antigua ocupación de geisha. Durante su exilio finlandés en 1940, Bertolt Brecht reescribió la historia de Yūzō y le añadió una serie de interludios antes de cada escena, en los cuales un político japonés conversa con un magnate de los medios locales, un orientalista inglés y una periodista norteamericana sobre el destino de Okichi.
Todo lo que vemos sobre el escenario se refleja sobre el espejo y de esta manera contemplamos la realidad desde dos perspectivas diferentes: la propia de la heroína y la del cónsul, sus vecinos, su marido o la de los invitados del político Akimura. La fama, como diría Rilke, no es otra cosa que el conjunto de malentendidos que se vierten sobre una persona y el mito de Okichi se edifica sobre las opiniones dispares de cuantos deciden juzgar si hizo bien o no salvando la vida del cónsul, aunque eso supusiera la salvación también de su ciudad natal. Este escenario bidimensional ayuda a construir esta espléndida metáfora del distanciamiento brechtiano y es obra de la joven diseñadora Susanne Brendel, quien también se ocupa de los figurines y de la edición de vídeo. Carmen C. Kruse dirige la escena con fluidez gracias a esta escenografía, aunque algunos momentos resultan demasiado estáticos.
Sobre una composición de Fabián Panisello y libreto en alemán de Juan Lucas, este encargo del Festival de Bregenz convivía en el programa como el revés o negativo de Madama Butterfly, la ópera que se representaba al mismo tiempo en el conocido escenario a orillas del lago Constanza. Cio Cio San y Okichi, las dos japonesas, unidas por su destino mediatizado por un extranjero prepotente e imperialista. Mientras la primera, desengañada, se quita la vida, la segunda consume su vida entre el oprobio de los suyos. Sólo al final, casi como un acto de justicia poética, veremos a las nuevas generaciones de Shimoda reivindicar su memoria. La ópera nos hace reflexionar sobre todas esas historias de heroínas incomprendidas en su tiempo y con un reconocimiento póstumo.
Las andanzas de Okichi, divididas en once escenas o “estaciones” y enmarcadas por el coro de invitados de Akimura, podrían convertirse en una suerte de “Pasión laica” a la manera de cualquiera de las Pasiones de Johann Sebastian Bach, donde los avatares del personaje central son comentados por el coro como en la tragedia griega.
La soprano americana Anna Davidson es una excelente Okichi después de casi dos horas seguidas en el escenario, donde consigue conmovernos con sus emociones a través de su voz clara y timbrada. Megan Kahts (Ofuku/Clive) y Gan-ya Ben-gur Akselrod (Osai/Ray) la complementan desdoblándose en escena y entrando y saliendo de la fiesta paralela. Las acompañan un notable elenco de voces en el que destaca Timothy Connor, que encarna al cónsul. Walter Kobéra dirige con solvencia al Amadeus Ensemble-Wien y el Wiener Kammerchor por una partitura compleja en la que los personajes evolucionan en sprechgesang sobre poliritmos, una percusión nutrida y variada y un uso excelente de efectos como latidos del corazón, ruidos de la ciudad o el sampling, de las voces en los interludios que se repiten en surround a través de altavoces colgados alrededor de los espectadores, como si los juicios de los invitados a la fiesta de Akimura se pudieran escuchar a nuestro lado. El final fue abrochado con quizá la única música tonal de toda la obra, una canción local cantada en piano por el coro que terminará en el violín principal hasta que pierde afinación y desaparece tras los últimos latidos del corazón de la heroína.
Felipe Santos
(fotos: Bregenzer Festspiele / Anja Köhler)