Brahms en la picota
Hoy tenemos a Brahms como a uno de los intocables del canon. Junto con Bach y Beethoven integra una suerte de Triple B de los cimeros. Más arriba, el desierto infinito. Sin embargo, en sus tiempos la cosa no fue tan plebiscitaria. Dejo de lado la discusión doctrinaria entre brahmsistas y wagneristas, entre música pura y abstracta, y música impura y concreta, entre conservatismo y avanzada en materias tan sensibles como la nitidez o la ambigüedad tonales. Me refiero a la recepción, a los vaivenes del gusto y, en fin, a la estabilidad objetiva de la obra musical. ¿Existe realmente o es ilusoria más allá de la partitura, papel con figuritas que no suena ni resuena?
Al difundirse en su tiempo la obra del hamburgués, por ejemplo, en los Estados Unidos, la devaluación crítica pasa por la intensidad y la expresividad de sonatas y sinfonías, en especial estas últimas, las más frecuentes en los programas. Brahms era considerado un compositor erudito y sólido, una suerte de doctor emérito de la música pero, a la vez, un artista anémico de emociones, pobre de arrebatos, incomprometido de mensaje. Un artesano muy formado que podría ganar una cátedra por oposición mas no un creador. Si pensamos en sus compañeros de concierto como Dvorak y Tchaikovski, cabe entender el reproche. El error de concepto, por su parte, es también notorio. No se puede exigir a Brahms que suene como Dvorak o Tchaikovski, justamente porque suena como Brahms. Aun cuando se le opongan músicos de primera calidad pero mucho menos si el paradigma es, por ejemplo, Anton Rubinstein.
Ahora bien: ¿qué llevaba a Hugo Wolf decir que Brahms es un músico amorfo que resulta incomprensible por ausencia de definición formal y genérica? La andanada no se detiene allí. Se habla de estafa, de fraude, de ataque a la música del siglo XIX. Y aquí el error de concepto vuelve a brillar. ¿Cuál es la música del siglo XIX? ¿La de Mendelssohn o la de Berlioz? ¿La de Rossini o la del joven Debussy? El siglo XIX empezó con Haydn y Boccherini para terminar con Mahler y Richard Strauss. ¿Los extremos se tocan o se llevan a matar?
Es legítimo decir que Brahms me aburre y Wagner no me gusta. Estoy poniendo al sujeto en primer plano. Yo me aburro, a mí no me gusta. Estoy hablando de mí y no de la obra que es de todos. Juega el entendimiento aunque no la razón. No obstante, esta cuestión que pertenece más bien a los filósofos que a los músicos, sin embargo hace a la historia de la música, a lo que ha hecho experimentar a los intérpretes, al público, a la crítica y, por último, a los compositores. Los gustos musicales tienen historia y, en consecuencia, asimismo tienen historicidad. A toda crítica hay que fecharla. Y a toda opinión, ni te cuento. Aquella dura lo que una época; ésta, media hora, el tiempo de salir del concierto o la ópera y marcharse a cenar.
Blas Matamoro