BOSTON / Una gran ‘Iphigénie en Tauride’ clausura la temporada de Boston Baroque
Brighton. GBH’s Calderwood Studio. 21-IV-2023 Soula Parassidis, Jesse Blumberg, William Burden, David McFerrin, Angela Yam. Dirección musical: Martin Pearlman. Dirección escénica: Mo Zhou. Vestuario: Neil Fortin. Video: Camilla Tassi. Boston Baroque Orchestra and Choir. Christoph Willibald Gluck: Iphigénie en Tauride.
Aterrizo en Boston para llegar al suburbio de Brighton, donde se encuentra el estudio Calderwood de GBH, un edificio moderno y anónimo en el que Iphigénie en Tauride, de Christoph Willibald Gluck, sellará la clausura de la 50ª temporada de Boston Baroque, la primera orquesta de instrumentos originales de Norteamérica, dirigida por su fundador Martin Pearlman. Entré con la firme convicción de que se me cerrarían los ojos, debido a la diferencia horaria (¡para mí eran las 4 de la mañana!). Qué sorpresa, sin embargo, desde las primeras notas de la obertura que pronto se convierte en una tormenta marina: las “olas” musicales barren, mecen, abofetean, en unos fuegos artificiales orquestales acompañados con vídeos de olas empujadas por la tormenta. Un escalofriante torbellino musical atrapa al oyente, entre abrumadoras sensaciones, como una concha entre las olas.
Ningún café podría haber producido semejante resultado, ¡sobre todo porque no había mostrador de comida ni siquiera en el descanso! No hubo ningún riesgo de dormirse gracias a la sala reducida (en realidad, una sala de grabación envuelta por paneles fonoabsorbentes), un cocoon con una acústica lo suficientemente “participativa” como para sentirse como María Antonieta en sus representaciones teatrales privadas en el Petit Trianon. De hecho, el público se apretujaba en un puñado de filas con las sillas muy juntas justo delante de la orquesta, también apelotonada sobre una plataforma en forma de corona. La sencilla dirección escénica de Mo Zhou se apoyó en la actuación de los cantantes.
Boston Baroque tiene un sonido espléndido y envolvente. Uno se siente abrumado por la pureza de las trompetas, el palpitar de la percusión, la ondulación de las cuerdas, el aliento de las maderas en un embriagador festín sonoro, bien correspondido por el espléndido coro que destaca por su presencia y limpieza. En el exiguo espacio escénico, la acción no se resiente: no son los gestos y el movimiento los que transmiten el dramatismo, sino la intensidad de las voces. La expresividad, la fuerza interpretativa de Soula Parassidis (Iphigénie) pone la técnica al servicio de la credibilidad del papel. Su voz es sólida y poderosa, wagneriana, firme a lo largo de toda la extensión con magníficos filati cargados de tensión. Por desgracia, semejante técnica no se corresponde con una parecida claridad en la dicción francesa. Uno se ve obligado a ayudarse con los subtítulos colocados muy de lado. ¡El dolor cervical está garantizado! Otra historia es la perfecta inteligibilidad de Jesse Blumberg (Oreste), que hace gala de una voz suave, aterciopelada y llena de patetismo que se dobla con flexibilidad para expresar cada matiz de los sentimientos narrados por la música. Menos incisivo es el Pilade de William Burden.
Franco Soda