BOGOTÁ / Una versión naïf del ‘Elíxir’ de Donizetti
Bogotá. Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. 28-X-2022. Donizetti: L’elisir d’amore. Sara Bañeras, Julián Henao, Hyalmar Mitrotti, Gianni Giuga, Alejandra Ballestas. Orquesta Filarmónica Juvenil de la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Coro de la Ópera de Colombia. Director musical: Manuel López-Gómez. Director de escena: Sergio Cabrera.
Cuando se anunció que se iba a presentar El elixir de Amor en Bogotá, llamó la atención que la adaptación escénica se trasladaría de la campiña italiana con sus campesinos y tradiciones a la Guajira colombiana, en especial a la comunidad Wayú. Esta traslación podría parecer un exabrupto, pero salió mejor de lo que se podría pensar, pues la versión resultó muy naïf, graciosa, colorida y, de esta manera, terminó como un cuadro pintoresco del Caribe alegre y tropical
Sergio Cabrera, reconocido cineasta que tomó la dirección escénica, la desarrolló con gran simplicidad y toques bufos las escenas de la ópera, con una visión muy cálida, caribeña y con visos garciamarquianos. Solo faltaba que saliera la abuela de la Cándida Eréndira. Dentro de algunos aspectos teatrales, se pueden destacar el uso de la manta guajira por parte de Adina, demostrando su alto nivel jerárquico en la comunidad. Dulcamara lleva una piel de jaguar (artificial) que significa el poder alquímico del cielo y la tierra. Belcore utiliza un uniforme caqui, propio de las tierras tórridas y calientes. Tristemente, al pobre Nemorino le dieron el traje más pobre de la ópera. En este sentido, los diseños de vestuario de Laura Toro permitieron que la obra reflejara un realismo, no del todo mágico, de principios del siglo XX de esta región de Colombia.
De todas maneras, la puesta de escena de Cabrera estuvo muy respetuosa a los cánones de los principios teatrales operáticos y no se vieron malabares, contorsiones, ni cosas extrañas. Más bien, estuvo muy riguroso y hasta en cierto punto, literalista, pues desde una primera perspectiva, se puede decir que se esperaba una versión más atrevida, más audaz y con una visión política indigenista. En realidad, este Elíxir salió muy gracioso, con una constante descripción de las costumbres del pueblo Wayú. Ojalá se pueda de ver de nuevo esta colorida producción.
La escenografía de Felipe Dothée fue un poco arcaica para los cánones teatrales de hoy, abundando el cartón piedra en todo el escenario. Pero al mirarla con más detalle, parecía muy influida por los cuadros de Fernando Botero, ya que las piedras o montañas que se veían, así como la profundidad de campo, hicieron referencia a las pinturas de este famoso artista. En la puesta se logró un efecto barroco al tratar de mostrar muchas costumbres del pueblo Wayú. Esta excesiva información en el escenario desconcentraba de lo principal de una ópera: el canto.
En cuando a lo musical, este comentarista tuvo mucha compasión por los cantantes. ¿Qué significa esto? Todos ellos son jóvenes y talentosos, con voces frescas y adecuadas a esta obra. No quisiera estar en el escenario con maestro Manuel López-Gómez con su batuta de aceleradas revoluciones metronómicas por minuto. El elíxir de amor es una ópera sentimental, lírica, amable, con aires bucólicos y melancólicos. Al escuchar los primeros acordes de esta edición, la orquesta tronó de tal forma, que parecía más una ópera wagneriana o straussiana que una composición del bel canto italiano. Además, era tal grado de volumen de los instrumentistas y del coro… si también el coro cantó a pleno pulmón… que, en algunos momentos, cuando interpretaban los concertantes, los solistas ni se atrevían a subir su voz por el avasallamiento sonoro a lo largo de toda la ópera.
Pobres cantantes… la dirección orquestal, así como los jóvenes instrumentistas pensaron que El elíxir era una sinfonía de Mendelssohn o Beethoven. El exagerado volumen, así como la excesiva velocidad de las dinámicas del maestro concertador afectó la calidad del canto. Por eso, los solistas se limitaban a emitir su voz, siguiendo las indicaciones de la batuta, y estaban más preocupados en las dinámicas del ritmo, que demostrar las habilidades de las florituras, de la textura de la voz y de la psicología del personaje. El primer acto estuvo al borde de la debacle, debido a los exagerados accelerandos y del megasonido de López- Gómez. Por ello, a lo largo del terzettino de Nemorino (Julián Henao), Belcore (Gianni Giuga) y Adina (Sara Bañeras), los intérpretes sonaban de esta manera: Jará, jará, jará (bis) —léase prestissimo—… Reitero: pobres cantantes. No podían articular bien los versos del libretista Felice Romani.
Algo pasó en el intermedio, pues en el segundo acto se mejoró algo el volumen del sonido, pero no del todo la velocidad. Tanto así, que se nota que la soprano Sara Bañeras que interpretó Adina, se impuso al maestro en el aria Prendi: per me sei libero (Toma: por mí estás libre) con su respectiva cabaletta. En este momento, la joven intérprete realizó un gran desarrollo lírico y melancólico de la joven que se arrepiente de burlarse del joven enamorado. En cuanto a la parte rápida, la realizó con agilidad vocal, y si bien, tiene un pequeño vibrato en los agudos, no es desagradable pues tiene una voz muy homogénea. Olé por el carácter español.
Más tímido estuvo Julián Henao en la famosísima aria Una furtiva lagrima. Una limpia emisión, bonita voz, pero nunca había escuchado una interpretación tan veloz. Desde que comenzó la introducción con solo de fagot, me di cuenta de que ya estaba sufriendo el cantante. De lo mejor de la ópera fue el dúo Ai perigli della guerra (En los peligros de la guerra), donde Nemorino vende su libertad al sargento Belcore. Aquí el barítono italiano Gianni Giuga hizo gala de su voz bien entrenada y, sobre todo, le dio esa caracterización entre lo cínico y lo burlesco al personaje. El Dulcamara de Hyalmar Mitrotti estuvo bufo, pero con la velocidad citada, no pudo poner énfasis a las palabras del charlatán.
En conclusión, sería bueno que el Teatro Julio Mario Santo Domingo reprogramara en una nueva temporada esta versión Wayú o guajira de El elíxir del amor. La puesta en la escena estuvo agradable y la traslación geográfica y temporal no afectaron los principios teatrales de una de las óperas bufas más populares del repertorio lírico. Sin embargo, sería bueno que otro director de orquesta asumiera la conducción de la obra con más sensibilidad a los principios y, también a los parámetros del bel canto italiano.
Ricardo Visbal Sierra
(Foto: Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo)