BOGOTÁ / El libertino de Don Giovanni

Bogotá. Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo. 29-II-2020. Mozart, Don Giovanni. Oriana Favaro, Marcela Chacón, Paola Leguizamón, Pablo Martínez, Nahuel de Pierro, Hernán Iturralde, Juan David González, Ernesto Morillo. Orquesta Filarmónica de Bogotá. Director musical: José Areán. Director de escena: Marcelo Lombardero.
El viaje de Don Juan a los infiernos, a los lugares marginales de la sociedad, no es un tema nuevo en la literatura. En la historia de las letras se pueden citar los clásicos como el de Lord Byron, así como la reconocida poesía de Baudelaire sobre el tema que se encuentra en Las flores del mal. En realidad, la visión del montaje de Marcelo Lombardero parte de esta premisa de un recorrido de un libertino en la vida oculta y nocturna en una ciudad latinoamericana. También cabe decir que su influencia es la adaptación de Bertolt Brecht de la obra de teatral de Molière, la cual se percibe en toda la representación.
Lombardero toma la urbe densa, oculta, obscura, violenta y, los programadores del Teatro Mayor la vendieron como una gran novedad escénica. En realidad, se percibe una clara adaptación del polémico montaje de Peter Sellars realizado hace más de treinta años y, que en su tiempo, causó a la vez sensación por su nuevo discurso teatral donde el libertino campea libremente en el Harlem latino de Manhattan. Esta puesta en escena del norteamericano también generó rechazo por la ruptura del mensaje original del libretista Lorenzo Da Ponte y de la música de Mozart. No hay que dejar de advertir similitudes entre ellas, como la muerte del Comendador por medio del revólver, la lluvia de billetes cuando canta el libertino, las fotografías de las conquistas en el aria del catálogo y, en especial, marginal mundo de las drogas. En la puesta en escena del argentino había un tufillo traqueto, es decir, del ambiente del narcotráfico.
En este sentido, al parecer en la producción que se llevó a cabo en Bogotá es un remake tercermundista de Sellars, con una clara intencionalidad de mostrar el mundo oscuro y sumergido de las metrópolis latinoamericanas. También se puede percibir algunas señas a la literatura del mundo underground y popular de los escritores Ricardo Piglia, Roberto Bolaño y Rodrigo Fresán. Sin embargo, la perspectiva de Lombardero hizo que los solistas realizaran sus intervenciones como si fuera una ópera de Kurt Weill y Bertolt Brecht y, por ello, los cantantes en vez de seguir la línea melódica mozartiana recurrían al sprechtgesang, al énfasis de la palabra con grititos, con susurros, con gemidos, con parlandos, sobre todo, en los recitativos, aunque tampoco se salvaron algunas arias. Solo hay que recordar la parte del catálogo en donde Leporello (Hernán Iturralde) empieza con su buena resonacia de bajo y después le canta al oído de Doña Elvira, donde la voz se disminuía de manera considerable y casi era inaudible en el auditorio. El resultado de este clásico momento operático fue un gélido aplauso.
Este deseo reprimido del director de escena de representar el Don Juan de Brecht hizo que las voces, todas muy interesantes, sonaran discordantes en toda la ópera. Realmente, su perspectiva escénica rompió la estética del canto. De este modo, los solistas se veían desfasados, tratando de dar énfasis en las palabras, como si fuesen attori di prosa, como se dice en italiano y, que los maestros de canto lírico, gritan con fuerza que esta forma de interpretar destruye la verdadera impostación vocal operática.
De este enredo vocal, hubo algunas voces rebeldes en contra de la propuesta del director de escena argentino y, por ello, es de alabar al tenor Pablo Martínez quien interpretó el difícil papel de Don Ottavio. Las dos arias las cantó con la perfección del más puro bel canto mozartiano –si se puede decir de este modo- y, es sorprendente una voz tan lírica maneje tan bien los graves del aria Dalla sua pace. En el segundo acto, hizo una magnífica interpretación de Il mio tesoro, en donde incluyó apoggiaturas y canto florido, en un aria ya de por sí difícil ejecución por sus exigente particella. ¡Bravo por dar una lección de la verdadera interpretación operática!
Otra persona que hizo poco caso fue Ernesto Morillo, el Comendador. Bueno, su buena voz de bajo no planteó problemas y como actuó poco en la escena, no tuvo ninguna dificultad. Ahora bien, la Doña Elvira de Marcela Chacón, tuvo sus luces y sus sombras, es decir, no se sentía del todo cómoda, trataba de respetar al regista, pero a la vez, deseaba seguir la línea mozartiana. Mejor dicho, cuando se liberó de las trabas escénicas, lo hizo a la perfección pues posee un registro atractivo, además, tiene un buen manejo de las tablas. Los otros cantantes siguieron al pie de la letra las recomendaciones del director de escena y allí se escuchó el puro sprechtgesang. Este comentarista, no deja de advertir que tienen voces muy buenas como apropiadas para los papeles pero, si siguen por esta ruta, van a comenzar un inevitable camino del declive vocal.
La dirección musical estuvo a cargo de José Areán. Este maestro mexicano no defendió la partitura de Mozart y permitió la deconstrucción del mítico Don Giovanni. Sin embargo, la Orquesta Filarmónica de Bogotá estuvo fenomenal y, si bien la batuta era un poco lenta, al modo tardorromántico alemán, hubo un momento magnífico en el foso cuando los tres grupos instrumentales tocaron el minué, la contradanza y la alemana al final del primer acto. Durante este reconocido fragmento, la célebre página de la creación armónica de la obra, el espectador veía en la escena a un stripper tratando de perrear con Doña Aña y también a una damisela bailando y tentando sensualmente a Masetto, el cual exhibía una tremebunda panza cervecera. En verdad, esta ópera aguanta de todo.
La puesta en escena de Marcelo Lombardero no pasará a los anales de las mejores producciones operísticas de Bogotá. En ella no se perciben rupturas, a la vez que existen mejores actualizaciones de la obra, y sobre todo, no generó ni siquiera el rechazo o repulsa del público. Si el director deseaba escandalizar a un público conservador y pacato, se percibe que no ha conocido la tradición de los escenarios de la ciudad, ya que cada dos años hay un festival internacional de teatro, donde se pueden apreciar diversas obras de todos los continentes y de todos los estilos. En uno de esos encuentros, este comentarista asistió al Don Juan de Brecht y me encantó como interpretaban los actores alemanes los fragmentos de Mozart con ese canto desgarrado. El director de la producción debe consultarse a sí mismo, en su fuero interno, si tenía el deseo reprimido de interpretar al vanguardista escritor alemán o en caso contrario, montar una clásica ópera mozartiana con los rígidos códigos del buen canto. Se le olvidó esto último, tomó el Don Giovanni como una obra de carácter expresionista de prosa y la música quedó en segundo plano.