Una carta de Tolstoi
El 16 de enero de 1905 León Tolstói escribe a su mujer Sofía: “La música es la estenografía de los sentimientos. Cuando hablamos mediante la elevación, la disminución, la fuerza, la rapidez o la lentitud de la sucesión de somidos emitidos, expresamos aquellos sentimientos que acompañan lo que decimos: los pensamientos, las imágenes, los acontecimientos que verbalizamos. La música transmite sólo la progresión y la composición y la sucesión de esos sentimientos sin pensamientos, ni imágenes, ni acontecimientos. A mí esto me explica lo que siento cuando escucho música.” (traducción de Selma Ancira)
Es curioso que Tolstói, un escritor, compare la música con la taquigrafía, con esa escritura contraída que sirve para tomar nota de la palabra hablada, y que le atribuya la capacidad de estenografiar nuestra vida afectiva. A la vez, hace de la música el recipiente sin contenido del habla misma, la pura sonoridad de la voz. Mientras el taquígrafo puede traducir sus signos a palabras escritas con el abecedario corriente, el músico conserva en sus sonidos –progresivos, compuestos, sucesivos, según apunta Tolstói– como tales sonidos, intraducibles.
Quizá lo que el escritor ha intentado decir es lo contrario de lo que dijo, o lo mismo pero al revés, o sea que la música es la que nos permite reconocer nuestros sentimientos, que ocurren en nuestro interior pero que responden a signos externos, los signos musicales. El parecido con la estenografía consiste en que ambas son esquicios de lenguaje y no lenguajes plenos, por lo que no llegan a ser palabra, a la vez que la exceden. Ciertamente, quien no conozca la clave taquigráfica no entenderá un “texto” estenográfico. Paralelamente, quien no “entienda” la música, en el sentido de su pleno Sentido y en el reino de un sentido tan decisivo como lo es el oído, se quedará fuera de ella, víctima de cierta sordera sentimental. No es que no experimente sentimientos sino que no sabrá en qué consisten. En cambio, el melómano podrá, al menos, como el personaje de Proust, señalar a la mujer que ama indicando que, en ese preciso momento, suena la música de su amor.