Strauss & Strouse
No olvidará Deborah Voigt su último recital en el Festival de Ravinia (Illinois). La habían convocado una tarde soleada de domingo Ted Sperling y la Sinfónica de Chicago para un programa en torno a los musicales de Broadway. Sirvió la obertura de Candide de Bernstein de alfombra roja para la diva, que apareció vigorosa y enfundada en lentejuelas. “Vengo a cantar Strauss…”, anunció muy seria como preámbulo a la broma: “¡Mi queridísimo Charles Strouse!”. Y tras arrancar los primeros aplausos al público con Blame It on the Summer Night, susurró al micrófono: “Del otro, del Richard, ya saben, lo he cantado todo y más…”.
Se refería, por supuesto, a las partes de Salomé (no hace mucho en la Ópera de Chicago), Helena (para el Met), Marschallin y Ariadne (en Viena), pero también al programa con el que despidió la temporada de la Filarmónica de Nueva York en 2007. Quiso Lorin Maazel cerrar el curso con cuatro canciones de Richard Strauss. No las últimas, sino las más raras: escritas originalmente para voz y piano, y orquestadas después por el propio compositor (entre ellas, las famosas Befreit! y Morgen!). Y digo que no olvidará Deborah Voigt su último recital en el geriátrico de Highland Park porque esa tarde soleada de domingo broadwayano era 13 de julio maracaniense, y a unos mil kilómetros en dirección sureste moría Maazel a los 84 años en su casa de Virginia.
Tres décadas sobrevivió el maestro y compositor a la profecía orwelliana de 1984. Que él mismo se encargó de “operizar” siguiendo los consejos de su amigo e intendente August Everding. No era la primera partitura que acometía, aunque sí la de mayor envergadura. “Al principio todo eran dudas”, llegaría a reconocer el entonces septuagenario Maazel, que tuvo a bien encerrarse tres meses en una cabaña de Cerdeña para terminar el encargo. Le rondaba la cabeza un melodioso solo de violonchelo (el de su anterior Concierto) y un libreto en torno al mito de Telémaco en la isla de Calipso. Pero Everding (que había dirigido las Óperas de Múnich y Hamburgo) estaba decidido a trasladar las audiencias del Gran Hermanotelevisivo a las butacas de la Royal Opera House.
Allí se presentó finalmente la versión operística de 1984. Precisamente en 2005, el año en que Maazel inauguraba el Palau de les Arts de Valencia, que tiene mucho de distopía y de presagio numerológico. Durante el estreno de la ópera en Londres, la mitad del público neutralizó con aplausos los abucheos de la otra mitad, de acuerdo a las leyes termodinámicas de La Scala, cuya dirección Maazel llegó a rechazar. Riccardo Muti, heredero accidental del maestro francoestadounidense, le devolvería años más tarde el favor renunciando a la titularidad de la Filarmónica de Nueva York tras la era Masur.
Fue Manhattan una flor de loto para el maestro, sabedor de que la Filarmónica de Nueva York, además de la orquesta con más solera de Estados Unidos, era también una de las más peligrosas. Hasta el punto de que antiguamente algunos de sus músicos acudían a los ensayos con un revolver escondido en la funda del instrumento. Pero Maazel, primer estadounidense que dirigió en Bayreuth y en Corea del Norte, disponía de sus propios mecanismos de defensa. Cuenta Norman Lebretch en El mito del maestro que durante su etapa al frente de la Sinfónica de Pittsburgh mandó habilitar un ascensor personal en el edificio para no tener que coincidir con los airados músicos. El monta-egos lo llamaban.