¿Revolución?
Se suele pensar en el atonalismo serial como una revolución en la historia de la música. Con él terminó la asociación música-tonalidad y, por lo mismo, una red de tradiciones que se tejió durante siglos. El atonalismo derogó la jerarquía de los sonidos dentro de la escala, quitando los privilegios de la tónica y los armónicos naturales. Pero no disolvió el sonido templado ni eliminó el semitono ni tampoco la notación pautada de toda la vida. Schönberg fue un anarquista pero de sangre azul, según la divertida fórmula acuñada a mediados del siglo pasado por Constant Lambert.
Lo más curioso del caso es que el propio Schönberg, en su breviario dodecafónico Tratado de armonía (traducido al castellano por Ramón Barce) rechazó ser un revolucionario. No derogó la historia ni saltó sobre el vacío. Al contrario, consideró que las condiciones para acabar con el sistema tonal están implícitas en los fundamentos del mismo sistema. Y dialectizó: seguimos en la continuidad contradictoria de la historia humana, donde lo que permanece es pasajero y lo único eterno es el cambio.
Se habló, en su momento, del serialismo como del bolchevismo en la música. León Trotzky afirmaba algo parecido al apotegma schönbergiano: la revolución es permanente, todo en la historia es revolucionario, lo único que no cambia es el proceso de cambio. A Trotzky le fue mal con la burocracia revolucionaria, que lo persiguió, lo mismo que a la música atonal. Por decirlo musicalmente: ¿no estaremos ante una de las claves del siglo XX?
Blas Matamoro