La múltiple realidad de la música
A menudo en esta columna he recurrido a las consideraciones que sobre la música ha dejado escritas Giacomo Leopardi en su Zibaldone di pensieri. En general, giran en torno a la realidad objetiva de la música, que no es unánime entre quienes la escuchan y que el poeta intenta investigar en la intimidad subjetiva del escuchante. Siempre que entramos en contacto con el arte sonoro, aunque sea en una sala colmada por miles de espectadores, la consecuencia de la escucha es inevitablemente personal, como si la experiencia resultase fatalmente solitaria. Estoy solo, en compañía de unas vibraciones que ahondan mi aislamiento perceptivo.
En sus anotaciones del 29 y el 30 de agosto de 1823, Leopardi vuelve agudamente sobre el tema. Observa que el melófilo civilizado experimenta con la música una infalible alegría interna, sea que la obra se proponga alegre o grave. Pero, a la vez, esa alegría (allegría) no es regocijo (gioia). Es una intensa melancolía, tanto más fuerte cuanto más se reconcentra la escucha. Y, en lugar de abrumarnos con el pesar, al volver de la recepción externa y auditiva, nos consuela íntimamente de todo mal y nos conduce a un dulce lagrimeo, en ocasiones físico, en otras, imaginario. Es un llanto gozoso que nos serena con su medicamento de belleza.
Es tan poderoso el efecto musical que parece conducirnos a lo más hondo de nuestra condición, a convencernos de que nuestra más auténtica naturaleza es armónica y melodiosa: musical. Se diría que nunca nos sentimos más humanos que cuando estamos impregnados por la música.
Por el contrario —aquí Leopardi se desliza hacia una mera conjetura— los pueblos primitivos, poco habituados al mencionado arte o, al menos, escasamente acostubrados a la música civilizada. El salvaje o bárbaro —así lo denomina el escritor— estalla en júbilos, saltos, risas y demás expresiones de contento. Es una suerte de furor, de entusiasmo, una interioridad que surge como una embriaguez. Poco importa que oigan algo alegre o triste, nada los inmoviliza ni conduce al llanto. Para ellos la música es ritmo, es agitación corporal. Su alegría es pura, tan pura como nuestra melancolía. Una vez más, la pregunta se diseña sin respuesta: ¿cuál es la realidad objetiva de la música?