La Monja Alférez en el María Guerrero
El Centro Dramático Nacional da cuartel este año a muchos autores españoles vivos, para gran contento de los que aman las letras y los teatros de su tierra, y cierto nerviosismo de los que a menudo consiguieron que el erario público asumiera el gasto de sus preferencias comerciales de extranjera resonancia. Comerciales, hay que repetirlo.
Son varios los espectáculos que han desfilado por el CDN esta temporada. Kafka enamorado, de Luis Araújo, era una joyita (magníficos Beatriz Argüello y Jesús Noguero bajo la dirección de Josep Pascual, en la pequeña Sala Princesa del María Guerrero). La dramaturgia de aquel amor tenía un sabor musical que acaso un compositor pudiera desentrañar de entre la prosa postal.
Todavía puede verse un espectáculo hermoso que es parte ballet y parte ópera, pero que es teatro dramático, claro está. La monja alférez, de Domingo Miras, se basa en los recuerdos de la donostiarra Catalina de Erauso, un relato más breve que el del Capitán Contreras o el de Miguel de Castro, pero que va por ahí. El texto de Miras es, como todos los suyos, magistral. Los tiene aún mejores, nos consta. Pero aquí interesa especialmente la manera en que Juan Carlos Rubio resuelve escénica y musicalmente el espectáculo. Catalina aparece desdoblaba en varias actrices, mas también en varios actores, puesto que la monja (novicia) se hizo pasar por hombre durante años y años, y como hombre violento y aventurero desarrolló habilidades a ambos lados de la mar océana en tiempos en que el lado de allá llamábase Indias.
Por musicalidad no entendemos música exactamente, sino el sentido de sugerencia sonora que Rubio le imprime al baile de los actores, a la manera en que consigue que un cuerpo de baile de apenas catorce artistas sugiera una multitud bailando sin parar. Porque eso es esta Monja Alférez: una película, un ballet, una ópera en la que no para la acción, en la que se nos cuenta el destino de Catalina entre espadas, peligros y ansia de vivir. Si ya sabía el público que Domingo Miras es uno de nuestros dramaturgos más importantes (acaso lo ignoraban algunos responsables de gestión teatral), ahora sabrá también que Juan Carlos Rubio es uno de los nombres más importantes de la realización escénica. Puede que un personaje esté en busca de autor, pero lo que es cierto es que un autor tiene que encontrar un director, y cuando éste encuentra a su autor se produce el milagro de los escenarios. No hará faltar invocar parejas teatrales como Chéreau y Koltès.
Permítanme una frivolidad, para terminar: qué bien le siente a Carmen Conesa esa casaca, esas botas, esa espada, Dios mío.
2 comentarios para “La Monja Alférez en el María Guerrero”
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