La belleza de la Música
Hipólito Taine admiraba la fácil espontaneidad con que los italianos reaccionaban ante una obra de arte, exclamando: Com´è bello! Tal vez sea la música el arte en que con más claridad se advierta esta suerte de naturaleza estética del hombre. En efecto, ya en el seno materno reaccionamos ante percepciones musicales. No vemos, no conocemos la palabra, ni siquiera podemos nombrarnos pero ya la música nos afecta. Hasta es posible que nos entristezca y asuste el modo menor y nos alegre y anime el modo mayor. Después, dado que no nos hace falta ninguna lengua, ningún verbo para percibirla, toda la vida nos la pasaremos distinguiendo la buena de la mala música.
Ahora bien: es objetivamente factible juzgar si una música es buena o mala porque se la puede examinar desde la técnica compositiva. Hay modelos y normas de corrección, y el resultado de las pruebas suele ser nítido para quienes tengan competencia en la materia. Pero ¿ocurre lo mismo en cuanto a la reacción puramente estética, es decir frente a la belleza o fealdad de una música? ¿Qué intentamos decir cuando una música nos hace exclamar aquello que admiraba Taine en los italianos?
Hermoso/a es una palabra de origen latino, formosus que, en su proveniencia, significa lo que es rico en formas, lo que está bien conformado. Forma, a su vez, es lo que tiene que ver con el límite, con el contorno, con el borde. Hermoso es lo que, por decirlo rápidamente, acaba bien, confina bien, limita bien, está bien bordeado. Aquello que no puede tener más ni menos de lo que tiene, de lo que contiene. En esa frontera entre la plenitud de la materia y la plenitud del vacío se instala la forma y deja paso a la belleza. Con una condición: sentirla antes y pensarla después