Hay talento en Madrid, 3: Bodas de sangre, en la Sala Tribueñe
No hace falta buscar. Por tercera vez, viene a buscarnos otra prueba del talento que hay en Madrid, y que no tiene por qué tener relación con lo oficial. Quién sabe si lo oficial no empieza ahora a desperezarse gracias a ejemplos como éste, Bodas de sangre, en la Sala Tribueñe, y como los dos que comentábamos en fechas anteriores.
Recuerdo mi primera adolescencia con el nombre de Federico García Lorca de fondo. De repente, sus obras se podían poner en escena. Yerma y Bodas fueron las primeras. Llegó en 1964 el bombazo: La casa de Bernarda Alba, con Cándida Losada, Julieta Serrano, Alicia Hermida, María Francés, y otras que no puedo recordar; y dirección de Juan Antonio Bardem. Lorca se instaló entonces para no marcharse ya nunca. Incluso para el abuso oficial (hoy no trataremos esta dimensión, hoy celebramos un montaje). Ya en los ochenta, una puesta muy hermosa de Doña Rosita la soltera, con Núria Espert y José Vivo, dirigido por Lavelli. Un andalucismo acaso inevitable acompañaba algunas de estas funciones. A cambio, compositores alemanes ha convertido en óperas algunas de estas obras mayores: Bluthochzeit(1957), de Wolfgang Fortner; Bernarda Albas Haus (2000), de Aribert Reimann.
Irina Kouberskaya, directora del montaje y de la sala, plantea un Lorca que conoce a fondo y del que acaso puede distanciarse mejor que nosotros, sus paisanos. La continuidad de la vida se da a través de la muerte; las danzas y los ritos de un oriente más simbólico que exótico huyen del lugar común o el estereotipo (eso que llamamos impropiamente folclore); el despojamiento que sugiere la poética de Federico se acentúa para estilizar la tragedia… Los colores importan mucho en este montaje, y no vamos a relatar los cromatismos visuales porque uno teme equivocarse y adjudicar a un color o sus mezclas lo que no es, y eso no tiene perdón en una reseña que quiere invitar, animar a ver este montaje. Veánlo ustedes mismos, comprueben que esos colores y esas danzas se entreveran por algo. Por algo.
Porque Irina tiene una mente teatral y poética reforzada por un esfuerzo incansable, y apoyada en un equipo que permite la continuidad de la vida de la Sala Tribueñe. Por eso decíamos que “hay talento en Madrid”.
Para este montaje concreto cuenta Irina Kouberskaya con un magnífico reparto. ¿De dónde sale todo ese talento, podría preguntarme Contreras, hoy ausente, como si no quisiera quitarme la razón precisamente hoy? Hay un duelo de mujeres. Duelo en el doble o triple sentido. Duelo por las muertes habidas y por venir, un duelo que no termina nunca de “elaborarse”. Duelo porque las actrices se enfrentan en buena lid y salen reforzadas en sus enfrentamientos: a quién darle la palma, a María Luisa García Budí (la Madre) o a Matilde Juarez (la Novia), si ambas expresan todo el dramatismo contenido y sin muecas que necesita una tragedia despojada (precisamente).
Mucha atención a las mujeres que apoyan estas dos presencias inquietantes: la joven y perentoria presencia de Irene Gutiérrez Polo (la Mujer de Leonardo, la legítima); la crispada turbación de María Barrionuevo en la Suegra, o de Alejandra Navarro en la Criada; el doble rostro de Inma Barrionuevo en una vecina, mas también en la Muerte, expectante y acogedora en su desierto. ¿Y qué decir de la dulce presencia de la niña Tábata Cerezo, que no es niña, pero que aquí es Muchacha y es Luna, acaso la misma que llegó a la fragua con su polisón de nardos, y que aquí mira y anuncia, recita y expresa musicalidades?
También hay hombres en este montaje, lo sabemos muy bien. Contrasta el entusiasmo de Miguel Pérez-Muñoz en el Novio con la sobriedad de un actor tan hecho y con tanta presencia como David García, en Leonardo, el único personaje que tiene nombre. Y lo tiene porque él resucita la pasión que traerá la tragedia (o, quién sabe si la razón es otra…). Para cerrar el reparto hay que evocar la presencia humanísima (cómo decirlo, si no) de José Luis Sanz, en el Padre: la bondad y el dolor motivan la rabia última. Tiburcio Puñal de Dios se ocupa de las voces que envuelven la tragedia mediante la danza y las resonancias de lejos. Qué nombre, ay, esa mezcla acaso poética de dos evocaciones de antaño, porque nadie llama ya Tiburcio a sus hijos, y Dios no tiene puñal, como sabemos hace tiempo, y algunos ignoran. Perdón por esta nota final, que se pretende jocosa, aunque no sé…
Bodas de sangre, en la Sala Tribueñe, es uno de los espectáculos del año.