En busca de la Norma
Si hubiera que hacer un palmarés de la ópera y se me consultara, uno de los títulos de primer rango sería para mí Norma de Vincenzo Bellini. Estrenada en 1831, heredera de los rigores líricos neoclásicos, apunta, a la vez, hacia la depuración belcantista y al estudio romántico de los sentimientos, entre el odio y el amor, sintetizados en el sacrificio. En todo caso, la historia es romántica en tanto historia de amor, o sea de ilegalidad.
La reciente reposición del teatro Real de Madrid ha servido para hacer números: hacía 102 años que no se escenificaba en la sala esta obra maestra. Es que, a pesar y a favor de su título, su carácter cimero la vuelve anormal, norma de sí misma, sui generis.
Personaje riquísimo y, por lo mismo, difícil de aferrar y dado al desafío, Norma tiene una historia vocal de lo más curiosa. En su siglo la abordaron sopranos líricas y aún ligeras, que especulaban con sus momentos de agilidad. Hasta Pauline Viardot García la cantó en sus años iniciales, antes de convertirse en la contralto lírica que la identifica entre sus colegas. Luego vino el verismo, que privilegió al personaje y el texto dicho con especial intención por encima del canto bello y florido. Norma se entregó a sopranos dramáticas, las que aplaudieron nuestros padres: Raisa, Muzio, Cigna, Caniglia, Milanov. La síntesis fue intentada por Rosa Ponselle, de cuya faena tenemos muy escasos datos discográficos. En rigor, el encuentro de la línea belcantista y la expresividad realista se dio en María Callas y aquí damos con una artista también fuera de toda norma, cuya Norma es, a la vez, ejemplar y sui generis.
Afortunadamente, en nuestros días hay un puñado de Normas de excelente calidad y las dos que se presentaron en el Real, Agresta y Meade, lo pusieron a prueba, ejemplificando los dos extremos de la vocalidad belliniana. Agresta es sobre todo lírica, Meade es robustamente spinto. Muy dignas ambas, sin duda pulirán detalles y enriquecerán matices en fechas sucesivas.
Queda en pie el asunto de la puesta en escena. Resulta impertinente despiezar una construcción de tan precisa teatralidad, pero extravagancias abundan en nuestros días y escenarios. No fue el caso de Livermore en Madrid, que combinó eficazmente la imaginería del cine, los malabarismos de la iluminación y la maquinaria escénica, a favor de los desplazamientos de los solistas, que siempre resultaron audibles. Y, en cuanto a la moraleja de la obra, volvió a aparecer como una parábola sobre la supremacía femenina en materia amorosa. Norma no sólo se salta las normas, violando su deber de castidad y virginidad como profetisa sino que lo arrastra al amante, después de reconocerlo como tal y como paradigma varonil, a la expiación y al sacrificio. Norma viola las normas y las repone, es jueza y parte, decide sobre sus hijos y sobre la virginal madrina a la cual los confía, y obliga al varón a hacer lo mismo. Contra el tópico de la mujer sometida y arrastrada por la ley patriarcal, esta fábula apunta a lo contrario, a la supervivencia de rasgos matriarcales entres esos rústicos galos enfrentados con la civilizada y altanera Roma imperial. En la intimidad del bosque sagrado, ellas mandan.
Blas Matamoro
La grabación de la representación de Norma en el Teatro Real con Maria Agresta está disponible en la web del canal Arte: http://concert.arte.tv/de/norma-von-vincenzo-bellini-am-teatro-real-madrid.