Elogio del oído
En la historia de la humana cultura ha habido —posiblemente, siga habiéndola, aunque alterando los grados— una suerte de jerarquía de los sentidos. Los clásicos privilegiaron la vista, sentido que “toca” los objetos pero a distancia, con la debida separación que facilita la comprensión. La vista es teórica, racional, inteligente. La sigue el tacto, que reconoce las cosas con inmediatez. En cuanto al gusto, tuvo larga mala fama hasta el siglo XVIII. Se lo consideraba un sentido vinculado con el alimento, es decir con el hambre, con lo elemental de nuestra condición animal, preocupación de gente pobre con escasez de comestibles. Llegó el siglo XVIII, empirista, sensual y razonador, e invirtió las tornas, creando la categoría supremamente elogiosa del buen gusto, que empezó a regir todas las disciplinas y, por consiguiente, también todos los sentidos en todo sentido, valga el eco.
¿Y el oído, el pobrecito oído? De algún modo, es considerado el sentido menos material porque no sirve para delimitar objetos ni para tocarlos. Es el menos preciso mas, al tiempo, el más espiritual por ser menos táctil, el más imaginativo porque no lo limita la precisión visual, el más corpóreo porque afecta a la totalidad del organismo, es decir a lo que llamamos —por no hallar mejor nombre— el alma.
A menudo se comprueba este modesto poderío del oído, casi su quehacer a escondidas. Es cuando se trata de explicar a un lego la estructura de una página musical y se le habla de melodía, armonía, ritmo, género, modulación, tonalidad, suma y sigue. Puede quedarse en ayunas. Pero basta que esa misma página suene en un piano o, más preferiblemente, en una voz, para que el escuchante sienta la música de cabeza a pies. Si se entusiasma, desde la cabeza tratará de cantar y con los pies tratará de bailar. Como la vida misma, así actúa la música.
Asegura la letra de un tango que la vida tiene más vueltas que la oreja. No que la rosa, ni el laberinto, ni las olas del océano, objetos que llevan la poesía asegurada. No: la oreja, el pabellón del oído.