El órgano ibérico, a la conquista de Europa
Seguramente, por aquí no nos habríamos ni enterado si al organista Jean-Charles Ablitzer no le hubiera dado por grabar un disco (que acaba de ser publicado por el sello Musique et Mémoire) dedicado al Siglo de Oro español, con obras de Cabezón, Bruna, Aguilera de Heredia, Correa de Arauxo, Cabanilles y otros insignes —aunque no tan conocidos— organistas de nuestro Renacimiento y de nuestro Barroco. Cuando cae un CD en nuestras manos, una de las primeras cosas que hacemos los amantes de los teclados antiguos es comprobar qué instrumento es el que se ha utilizado. Pues bien, con Ablitzer la sorpresa es mayúscula: se trata de un órgano ibérico de la Iglesia de San Martín de Grandvillars [en la foto]. Le pregunta que enseguida nos hacemos resulta obligada: ¿y dónde está esta iglesia?
Pues sí, resulta que está en Francia, en el departamento del Territorio de Belfort. Tiramos de mapa y comprobamos que Grandvillars se sitúa a pocos kilómetros de distancia de ese triángulo estratégico que forman las ciudades de Mulhouse (Francia), Friburgo de Brisgovia (Alemania) y la meca de la música antigua, es decir, Basilea (Suiza). Segunda pregunta, aún más obligada que la primera: ¿y qué hace un órgano ibérico en pleno corazón de Europa?
Leemos y salimos de dudas: el órgano se instaló en 2018. Fue fabricado por el taller que el organero Joaquín Lois Cabello tiene en la localidad vallisoletana de Tordesillas (allí se han construido el mueble, la mecánica, el teclado y los fuelles). La concepción sonora, la tubería y la armonización la ha llevado a cabo Christine Vetter, alma mater de Órganos Moncayo, empresa situada en la localizada zaragozana de Tarazona. Vetter lleva más de treinta años dedicada a la restauración de órganos históricos tanto de España como de Portugal.
Pero indagando, la sorpresa es aún mayor: Lois ya había construido e instalado un órgano ibérico para la Hochshule für Musick de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia, otro en Neuchatel (Suiza), otro en La Massana, en Andorra (siempre he tenido dudas de si Andorra se ha de considerar o no parte de la península ibérica) y algunos más en territorios americanos (México y Panamá).
Llama poderosamente la atención que Alemania y Francia, acaso los países con mayor tradición organística, se interesen ahora por el órgano ibérico. Como en tantos otros ámbitos, los españoles no somos conscientes de los tesoros culturales y artísticos que poseemos. Y como no lo somos, no los valoramos. Pero él órgano ibérico es uno de nuestros principales activos musicales. Regiones como Castilla-León, Aragón, Navarra, Castilla-La Mancha, Andalucía, Estremadura, Cataluña, Baleares o, incluso, Madrid están plagadas de órganos históricos… Muchos de ellos permanecieron en desuso y en estado ruinoso durante siglos: no había dinero para arreglarlos, ni tampoco para poner otros nuevos en su lugar (los alemanes y los franceses, que sí tenían dinero, cambiaban de órgano cuando el viejo ya no les funcionaba, y por eso el número de órganos históricos en estos países es considerablemente inferior). Luego, llegaron los Fondos de Cohesión de la Unión Europea y en España nos volvimos locos arreglando órganos antiguos, más que porque hubiera una política cultural coherente —que no la había—, porque sencillamente había que gastar ese dinero como fuera (lo que no se gastaba, había que devolverlo a la UE).
Por desgracia, ese inmenso patrimonio musical que son los órganos ibéricos no se aprovecha debidamente. Hay excepciones, como la provincia de Palencia, con su anual Festival de Órgano. Pero, por lo general, ni el Ministerio de Cultura, ni las consejerías de cultura de las comunidades autónomas, ni las diputaciones, ni los ayuntamientos se han esmerado como debieran en explotar este filón inagotable, que, entre otras consideraciones, podría proporcionar importantes beneficios económicos con un turismo cultural potencial que ahora no existe.
España es un país que se siente poco orgulloso de lo es que y, sobre todo, de lo que ha sido; de lo que tiene y de lo que tuvo… El órgano ibérico es una de las pocas cosas de las que verdaderamente nos deberíamos sentir orgullosos. Aunque tengan que venir de Francia y de Alemania para recordárnoslo.