Dr. Clérambault y Mr. Marchand
Yago Mahúgo ha convocado en su último disco a Louis-Nicolas Clérambault y Louis Marchand a propósito de una integral para clave. La coincidencia en un mismo registro de dos compositores tan diferentes pero representativos de un mismo periodo se presta al enredo de una versión melómana de Dr. Jekyll y Mr. Hyde. De tal manera que Mahúgo habría logrado la reconciliación de dos músicos antagónicos al calor de una misma grabación para el sello Brilliant. Lo que en un trabalenguas sin parangón discográfico equivaldría a “clérambaultizar” a Marchand y “marchandizar” a Clérambault sin otro propósito que el de recuperar unas suites que se antojan reveladoras por cuanto su música se ubica en la equidistancia perfecta de dos escuelas clavecinísticas que cambiarían el curso de la historia.
De Clérambault (1676-1749) sabemos que nació en París y que pronto se convirtió en uno de los instrumentistas más respetados de su época. Se empleó a fondo en la corte de Versalles como supervisor de los conciertos en honor a Luis XIV que organizaba la amante y futura esposa del rey Madame de Maintenon. Sus excelentes maneras y su buena relación con la realeza le llevaron a ejercer cargos importantes en París y alrededores. Y así fue que, durante una estancia prolongada en Saint-Cyr, Clérambault desarrolló lo que hoy se conoce como “cantata francesa” y nos dejó como legado una buena muestra de su talento compositivo dentro de este género.
Las referencias a Marchand (1669-1732) nos llegan a través de Rameau, quien llegó a confesarse adicto a sus interpretaciones. Con tal propósito se alojó frente al monasterio franciscano de Cordeliers, en el Barrio Latino de París, donde Marchand se ganaba la vida sentado al órgano. Fue Marchand el más grande organista francés de su época, pero su nombre se asociado más al ámbito de una leyenda que lo ubica al lado de Bach durante un concurso de improvisación al clave. El encuentro pudo haber ocurrido en Alemania allá por 1717, pero las fuentes más fiables coinciden en que Marchand no llegó a presentarse y que Bach resolvió el agravio adquiriendo algunas obras de su competidor para su colección personal.
Es más que probable que Bach hubiera salido victorioso de su encuentro con Marchand, pero quién sabe si habría terminado lamentando su triunfo. Sobre todo si nos atenemos a algunos testimonios de la época que señalan a Marchand como un músico extremadamente competitivo, arrogante y proclive al desafecto. Entre los agravios que Marchand dedicó a sus coetáneos se cuenta una difamación en clave musicológica, una apropiación indebida de partituras y también una irreverencia a Louis XIV que le costó su destierro en Alemania. Gastaba Marchand un carácter poco conciliador, tanto como para suponer que, de haber nacido en nuestros días, se habría dedicado a la política. Clérambault y Marchand no habrían sido buenos amigos. La música del primero es un ejercicio de moderación y contención estilística, mientras que el sonido del segundo se exhibe a sí mismo con indisimulado entusiasmo.
Cuenta Yago Mahúgo que la música le ha salvado la vida. No es una frase hecha sino la constatación de un misterio neurológico. Para el cirujano que le operó hace tres años, después de sufrir un infarto cerebral, sólo una vida dedicada a la música puede explicar su rápida recuperación. Mahúgo no sólo ha vuelto a tocar, sino que ahora lo hace mejor que antes. Él mismo reconoce que el accidente que le obligó a reaprenderlo todo desde el clave le ha servido también para sacudirse los pequeños vicios de su pasado como pianista romántico. La prueba está en este nuevo disco. Si Mahúgo ha recuperado las constantes vitales de su música ha sido, entre otras cosas, porque es un artista constante y vital, que jamás ha perdido la pasión por su trabajo ni la curiosidad por seguir ensanchando los límites de su horizonte musical.
Benjamín G. Rosado