De Goethe a Massenet
En 1774, precediendo a los románticos, Goethe escribió Las penurias del joven Werther, una novela epistolar donde retrataba, justamente, a un héroe romántico, héroe de la intimidad cuyo conflicto con el mundo es vivido como una personal desgracia, resuelta con el suicidio. Mucho se habló y se dejó escrito sobre lo autobiográfico de este libro. Goethe había tenido una desilusión amorosa con una chica que se casó con otro. Algo que pasa todos los días desde antes de Goethe y hasta después de quien lea estas líneas, sin causar suicidio alguno. Él dijo que en su mesilla de luz guardaba un afilado cuchillo pero Werther prefiere una pistola. Goethe amó y fue amado por muchas mujeres, se casó y tuvo descendencia. Se murió mientras veía ponerse el sol en su jardín, octogenario y de un paro cardíaco.
En 1892 Massenet estrenó la ópera homónima, muy hábilmente adaptada de un texto que, por ser epistolar, resulta difícil de poner en escena. Lejos del mundo rococó de Manon, de las coloridas evocaciones de tiempos idos y feéricos mundos de leyenda, asuntos frecuentes en su catálogo, esta tragedia envuelta en la cotidianeidad de una pequeña burguesía provinciana, parece apartada del mundo massenetiano. Sin embargo, contiene muchas de sus mejores páginas.
No sé si alguien pensó en un Massenet confesional volcado en las penurias wertherianas, tal vez pensando en lo mismo que se dice le ocurrió a Goethe: que “suicidó” a Werther para no matarse él mismo. Personalmente, lo dudo mucho. Diré más: Werther y Goethe no tienen nada que ver. Como dice Rüdiger Safranski en su admirable biografía del alemán, el tema de su novela no es el amor frustrado sino el asco a la vida. Y el escritor no manifestó nunca semejante cosa. Vivió en busca del placer, el intelectual en primer término, se llevó muy bien con su sociedad y su corte, gozó una fama rayana en la idolatría, siempre supo lo que quería hacer y qué lugar mundano le correspondía, y contó con cuanto le hacía falta para satisfacer la laboriosidad de su genio. Algo similar puede decirse de Massenet, uno de los compositores más mimados y mejor pagados de su tiempo.
¿Por qué el trasunto estético de estas vidas fue un personaje en quien se encarnan la extrañeza y la repugnancia ante el mundo de los demás? Somos lo contrario de lo que estamos siendo. Esta sería una respuesta dialéctica. Otra, más ambiciosa y convincente que la anterior, podría ser: el arte nos hace vivir nuestras vidas no vividas, todas ellas y, de tan fantástico modo, sumergirnos en nuestra humanidad, la de todos los seres humanos.