Con Andrés Segovia
En 1984, siendo corresponsal del diario argentino La Razón, me tocó conversar largamente con Andrés Segovia. Subrayo lo de largamente porque me encontré con un conversador ameno, socarrón—andaluzamente socarrón, comento – y memorioso. Lo primero que me dijo es que yo sucedía a un tal Mastroianni, crítico musical de La Razón en 1919, cuando su primera visita a Buenos Aires. Salió el tema de los instrumentistas que habían estimulado la composición o redescubierto repertorios olvidados. Cité a Casals y a Wanda Landowska.
— Landowska era una pianista mediocre casada con un hombre muy listo que le aconsejó dedicarse al clavecín, un instrumento que nadie tocaba y que no le resultaba peligroso porque no había con quién compararla. El clavecín no es más que una guitarra gangosa, acatarrada.
Don Andrés no dudó en mostrarme unas partituras, corregidas por su mano de guitarrista, de Roussel y de Villa-Lobos. Le pregunté su opinión sobre el brasileño.
— Se lo digo musicalmente: una tercera de genio, una quinta de talento, una octava de ignorancia. Lo fui a visitar a su cuarto de hotel en Nueva York y lo hallé componiendo mientras escuchaba la radio.
Comentamos lo específico y difícil que es escribir para la guitarra. Insinué que el Concierto de Aranjuez no lo convencía. En cambio, sí los arreglos de Rodrigo a Gaspar Sanz en la Fantasía para un gentilhombre.
— Sanz lo contuvo a Rodrigo. Él tiene una tendencia a llevar el fraseo hacia el registro agudo de la guitarra, que suena a bandurria. No me haga usted bandurrias, le digo siempre. Algo parecido ocurrió con Manuel de Falla, en su Homenaje a Debussy. Falla no sabía escribir para la guitarra y se hizo asesorar por alguien que sabía menos que él.
En ese momento lo llamó por teléfono Luis Rosales, con quien cambió algunas réplicas. Le dijo que no podía continuar la conversación, que luego lo llamaría porque ahora debía obedecer al diurético administrado por su mujer.
— Luis es un gran poeta. Yo a Neruda no le entiendo una palabra. A Luis, sí, porque escribe desde el corazón. Un poema es como la guitarra, un planeta en miniatura.
Me quedé un rato a solas mirando el retrato de Segovia por López Mezquita. Me pareció evidente que había puesto más atención a sus manos que a su rostro. Hoy se me juntan las tres imágenes en una: el guitarrista, el poeta y el pintor. Los tres, hábiles con las manos en la tarea de poetizar la vida.