Caine & Scarlatti
Hubo un tiempo en que Uri Caine (Filadelfia, 1956) estudiaba armonía y contrapunto por el día y tocaba el piano por la noche en un club de jazz de Filadelfia. Que era una forma de ganarse la vida, pero sobre todo una manera desinhibida y vitalista de abordar el repertorio sin dejar de ensanchar los límites de lo que él consideraba un mismo género. En este tiempo hasta convertirse en uno de los músicos más renovadores del panorama jazzístico de las últimas décadas, Caine ha grabado 22 álbumes, en muchos de los cuales versiona, fusiona o deconstruye obras de Bach, Mozart, Beethoven, Schumann, Wagner y Mahler. El próximo 18 de junio el pianista y compositor pondrá el broche de oro a la cuarta temporada del Ciclo Scarlatti del Instituto Italiano de Cultura de Madrid con el estreno de Scarlatti Project, una relectura de las Sonatas en clave de improvisación pianística.
Las Sonatas fueron originalmente concebidas como ejercicios musicales. ¿Recuerda su primera “experiencia scarlattiana”?
La primera vez que interpreté uno de los esercizi fue de niño, siguiendo los consejos de mis profesores. Como cualquier pianista en ciernes, también yo me curtí en mis comienzos con las Sonatas, pero volví a ellas más tarde, en la madurez, y descubrí una serie de texturas y armonías en las que no había reparado antes. Sin esa segunda lectura no habría llegado a entender nunca que el virtuosismo técnico de Scarlatti, como precursor y pionero de nuevas formas musicales, no es más que un vehículo hacia la belleza. Quizá por eso durante algún tiempo las Sonatas han suscitado el interés de musicólogos y estudiosos y no tanto del público.
En el prefacio de los esercizi, Scarlatti previene al lector que espere encontrar profundas enseñanzas de que sólo hallará un “ingenioso juego artístico” destinado a “familiarizar al profesor o diletante con la majestad del clavicémbalo”. ¿Cree que Scarlatti se sorprendería hoy de la repercusión de sus Sonatas?
Desde luego que le sorprendería, y mucho, el mundo en el que vivimos. ¿Con qué ojos vería el Madrid del siglo XXI? ¿Cuál sería su reacción al sentarse frente a un piano moderno? Es algo que me cuesta imaginar. Pero, respondiendo a su pregunta, no creo que Scarlatti ponga en entredicho la calidad o trascendencia de sus Sonatas, sino que se limita a subrayar el carácter pedagógico del encargo recibido por la corte española. Su único propósito es animar a los lectores y tratar de contagiarles su entusiasmo por la música. El prefacio termina diciendo: “En cuanto a la posición de las manos, la letra D indica la mano derecha y la M la izquierda. Vive feliz”. ¿No es maravilloso?
¿Qué es lo que más admira de Scarlatti como compositor?
En el mundo de jazz suele decirse que la buena música es siempre la que mejor se adapta a los diferentes instrumentos y géneros. Y ése es precisamente el denominador común de los grandes estándares del jazz: que todo el mundo puede interpretarlos y versionarlos. Algo parecido sucede con Scarlatti. Porque lo que llama la atención de las Sonatas, más allá de la riqueza de vocabulario armónico, es la sencillez del resultado: la claridad del sonido, el toque preciso, la nítida articulación. De esta manera, Scarlatti cumple con el viejo sueño de todo compositor: hacer que lo difícil parezca fácil.
La presencia, en estas cuatro temporadas del Ciclo Scarlatti, de clavecinistas y pianistas de cada especialidad ha reabierto el debate en torno al grado de compatibilidad de los Steinway modernos y el repertorio barroco. ¿Cuál es su postura al respecto?
No me llamo a engaño. Sé que las Sonatas fueron concebidas para un instrumento en concreto, que las articulaciones, las dinámicas e incluso los tempi están pensados para el teclado y el mecanismo de un clavicémbalo. Ahora bien, no es ningún secreto que buena parte de mi carrera la he dedicado a llevar la música clásica por otros territorios. No puedo, por lo tanto, sustraerme a la tentación de interpretar las Sonatas a mi manera en un Steinway. El debate viene de lejos, aunque las aportaciones discográficas de Richter y Gould, entre otros muchos, han demostrado que los teclados modernos tienen también mucho que decir sobre este repertorio.
¿Qué nos puede adelantar de su Scarlatti Project?
Aún no está acabada la partitura, y puede que lo que le diga ahora no se corresponda con el resultado final. Pero le estoy dando vueltas a una obra para piano solo, de una hora de duración aproximadamente, a través de diferentes técnicas de improvisación. El reto consiste en demostrar que en la música de Scarlatti la distancia entre tradición y innovación se estrecha mucho. Y ésa es una de las razones por la que este tipo de materiales resultan ser los más idóneos para la improvisación. Cualquiera que se acerque por primera vez a las Sonatas de Scarlatti experimentará una extraña sensación: creerá por un momento que las ha escuchado antes y encontrará un sonido familiar en ellas.
Scarlatti vivió el último tercio de su vida en Madrid, donde compuso la mayor parte de sus Sonatas. ¿Ha sido España también una fuente de inspiración para su proyecto?
La música de Scarlatti es muy permeable a las influencias de la música folclórica y en ella podemos encontrar un latir jondo, una pulsión enérgica y los ritmos profundísimos del fandango o la seguiriya. También yo le debo mucho a España como pianista y compositor. Y por supuesto que su cultura y su gente han estado en mis pensamientos a la hora de componer esta obra.