Barenboim o los penaltis
Tiene Daniel Barenboim 71 años y cuatro pasaportes, pero cuando se trata de fútbol el maestro multipatriota reivindica sus orígenes bonaerenses animando a la selección argentina. Y en Brasil con más motivo. Aunque sólo sea porque España ha hecho el ridículo e Israel no consiguió clasificarse ni con ayuda de dos senadores republicanos que pedían sancionar a Rusia por la ocupación de Crimea. Lo que habría sentado un precedente importante y dejado a Estados Unidos sin equipo de soccer hasta el Mundial de 3015 que preparan Gallardón & Botella.
En el hipotético caso de que Argentina y Alemania llegaran a la final, herr Barenboim apoyaría a los de Sabella. Sólo así se explica la serenidad y el temple con que abordó al piano el Concierto para orquesta nº 1 de Chopin aquel 7 de julio de 2010 en Madrid. Quiso el destino que la Staatskapelle de Berlín se encargara de clausurar la temporada de Ibermúsica la misma tarde en que España se enfrentaba en semifinales a Alemania. De la Sexta de Bruckner no puedo hablar, pues me escabullí a tiempo para ver el cabezazo de Puyol. Pero sí recuerdo que al día siguiente la prensa alemana se ensañó con Löw como Eduard Hanslick solía hacer con Bruckner.
Si la diplomacia fuera un deporte habría barenbinhas, como invocar a Wagner en Israel, reivindicar los Derechos Humanos a instancias del Knesset o fundar una orquesta híbrida de músicos palestinos e israelíes. Que se llama Diván por Freud y el psicoanálisis, aunque el único trastorno de Barenboim es bipolar. Se le encomendó la occidentalización de la Staatskapelle tres años después de la Caída del Muro, pero él siempre prefirió la Filarmónica de Berlín. “La mejor orquesta de tangos del mundo”, dice el maestro en el vídeo. No sabemos si de verdad o para resarcirse.
Barenboim fue testigo de la Caída del Muro, pero no ofició ningún concierto aquel 9 de noviembre de 1989. Los acordes del cambio se los deben los alemanes a Rostropóvich, que durante varias horas interpretó, a los pies de las ruinas, la Suite nº 2 de Bach bajo la mirada atónita de los wesis y los ossis que cruzaban de un lado a otro la frontera. Sí dirigió el maestro a la Staatskapelle berlinesa durante un concierto al aire libre con motivo del vigésimo aniversario del fin de la era soviética. A ritmo Wagner, Beethoven, Schönberg y Goldmann hizo bailar a los jefes de estado frente a la Puerta de Brandemburgo. Fue un día para la alegría, para la reflexión y también para la vergüenza.
Este fin de semana Barenboim y su Staatskapelle vuelven a Madrid para clausurar la temporada de Ibermúsica. Lo harán el domingo con la Sinfonía nº 2 de Elgar (que acaban de grabar para Decca) después de haber abierto en la primera parte con Schubert y su Octava, conocida como la sinfonía “inacabada”. “Inempezado” podría antojarse el programa del sábado, en torno a Richard Strauss (Don Quijote y Una vida de héroe), si Argentina forzara la prórroga y los penaltis en su pase a semifinales contra Bélgica. Disponen Messi y Di María de hora y media antes de que comience el concierto. O Barenboim dirigirá desde los once metros.