BILBAO / Un Puccini de película
Bilbao. Temporada de ABAO. Palacio Euskalduna. 15-II-2020. Puccini, La fanciulla del West. Oksana Dyka, Marco Berti, Claudio Sgura, Francisco Vas, Manel Esteve. Coro de Ópera de Bilbao. Sinfónica de Euskadi. Director musical: Josep Caballé-Domenech. Director de escena: Hugo de Ana.
Desde su estreno en Nueva York en 1910, La fanciulla del West se ha ido viendo desplazada por la fuerte inercia de otras obras de Puccini, lo cual conlleva, cada vez que se estrena en una ciudad, la emoción del renacimiento y el redescubrimiento de la personalidad del compositor y su capacidad para hacer óperas con mayúsculas. La espera se hacía larga en Bilbao (68 temporadas ausente) pero en la función del estreno, dedicada a Mirella Freni, se cumplieron todas las expectativas.
Una de las constantes a lo largo de la carrera de Puccini fue su intuición para encontrar temas para sus óperas, fueran grandes o pequeños, pues todos los trataba con maestría. Nada más alzarse el telón la escena de Hugo de Ana desveló su búsqueda, desde un lenguaje más cercano a los clásicos que a la vanguardia, de una recreación pura del aroma, el ritmo y la estética de los western de los cincuenta, de una dura poesía que alberga imágenes icónicas de las montañas y los desiertos, los vagones mineros, los molinos, las diligencias, todos esos elementos que modelan el paisaje cinematográfico del lejano oeste. Y De Ana mantiene esa línea hasta el final, viniendo a demostrar que Puccini tuvo en La fanciulla, como escribe Baricco, “la intuición exacta de un horizonte imaginario-realista, el del western, que luego el cine demostraría que era el formato ideal fantástico de los sueños de cierto público de la modernidad”.
Siguiendo el modelo de óperas anteriores, desde La Bohème hasta Madama Butterfly, La fanciulla tiene un arranque orquestalmente impetuoso, aunque lo que sobresalió en Caballé-Domenech, junto a una compacta OSE, fue el encuentro sutilezas cercanas al simbolismo francés, así como el espléndido manejo de todas las piezas sobre el tablero, el latido íntimo de los personajes y una narrativa teatral en la que todo resultaba trepidante e intenso.
En un espacio de hombres duros, derrotados, carentes de épica, cansados de intentar sobrevivir, Puccini hizo destacar al sheriff Jack Rance como un perdedor perverso, sin ternura, con un cruel sentido de la justicia, enemistado con el mundo que le rodea, del cual solo le fascina, como a todos los demás, la extraordinaria vitalidad femenina de Minnie. Y ésta, que tiene la entrada en escena soñada por cualquier soprano, causando la admiración de los mineros sobre una música exuberante, demanda inteligencia, talento teatral y una voz amplia que no se vea sepultada por los continuos estallidos orquestales.
Claudio Sgura y Oksana Dyka no solo crearon dos personajes reales, intensos, potentes, fascinantes, tanto dramática como vocalmente, sino que existió entre ambos una sintonía que no tuvieron con Marco Berti, un tenor que destaca por la potencia de su voz, por su pegada en la zona alta, pero no por la variedad de su canto, sin la cual su Dick Johnson quedó retratado en blancos y negros. El resto del larguísimo elenco, con Francisco Vas (Dick) y Manel Esteve (Sonora) como nombres destacados, se movió con desenvoltura dentro del juego teatral de la función, del duro ambiente de la ópera, la única con final enteramente feliz entre las grandes de Puccini.
Asier Vallejo Ugarte