BILBAO / Schubert y la sabiduría del Emerson
Bilbao. Sociedad Filarmónica. 22-III-2023. Cuarteto Emerson. Obras de Schubert.
Del Cuarteto Emerson que nació en las aulas de la Juilliard School de Nueva York en los años setenta y que dio una vuelta a varios puntales de la música de cámara en sus grabaciones para Deutsche Grammophon permanece una energía que no todos los cuartetos jóvenes podrían seguir, aunque el paso de los años la ha ido atemperando de manera que actualmente del conjunto destaca más la sabiduría que da la experiencia que la fuerza que desprenden sus interpretaciones. Y de sabios es saber retirarse a tiempo, despedirse antes de que el éxito llegue a languidecer. Lo hará el 22 de octubre en Nueva York como culminación de una intensa temporada que en nuestro país ha tenido paradas en Alicante y Bilbao, por lo que este concierto en la Sociedad Filarmónica suponía la despedida del Emerson del público español y, al mismo tiempo, la última interpretación en su larga carrera de una obra verdaderamente magna del repertorio: el Cuarteto n° 13 en la menor, D. 804 (Rosamunde) de Schubert.
Schubert lo compuso en una época oscura (en una carta de 1824 se reconocía como “el ser más infeliz y miserable del mundo”) y fue el único cuarteto que se interpretó públicamente de manera íntegra en su vida, además de el único en publicarse. Dada la ocasión y la relevancia de la obra, uno buscaba el signo de lo excepcional y una emotividad que fuera más allá de las palabras, pero los Emerson se mantuvieron en lo terrenal: hicieron un Schubert de toda la vida, con la tensión sostenida en la medida justa, sin alardes ni rabia, como si la elegancia adquirida por sus cuatro miembros en su madurez consistiera en no hacerse notar demasiado. Philip Setzer mantuvo un estilo sobrio en el primer violín y apenas necesitaba alzar la mirada para mostrar la fina complicidad que mantenía con sus tres compañeros. Del Emerson pueden esperarse sorpresas, pero no era de prever esa enorme contención.
El Quartettsatz D. 703, con Eugene Drucker en el primer atril, tuvo un ímpetu más conectado a los años dorados cuarteto, una mezcla más eficaz de refinamiento y virtuosismo que trasladaron después al Cuarteto n° 15 en sol menor, D. 887, donde todo fue más que la suma de las partes y el sonido del conjunto más pleno y contundente que el de sus voces individuales. El Emerson lo tocó con elegancia pero también con firmeza, con acentos oscuros y rotundos que relataban la experiencia íntima de un compositor al que faltaba aire para vivir; el Andante, especialmente, produjo un temblor desasosegante que se mantuvo hasta el término de la obra. No fue una mirada del Emerson a sus mayores como lo había sido el D. 804, sino la búsqueda de un camino, de la grandeza que otorga Schubert a las despedidas.
Asier Vallejo Ugarte